La Araucana: lamento, resistencia y epopeya

María Eugenia Góngora
Universidad de Chile

 

                                          “¿Qué pueden decir los vencidos de si mismos en la épica? ¿Cuál es su versión de la historia? La épica de los vencedores hace equivalente el poder con el poder de narrar y sugiere que los vencidos no tienen ni relato ni historia que contar”.[1]

 

            En este ensayo de lectura de La Araucana[2] quiero mostrar, en primer lugar, cuáles son las perspectivas desde las cuales puedo leer dos episodios de la epopeya escrita por Alonso de Ercilla (1533-1594) a lo largo de veinte años (1569, 1578, 1589 y publicado en su versión completa y corregida en 1590 y en 1597)  un poema que  quiso ser una “historia verdadera y de las cosas de guerra”, en las palabras del mismo Ercilla en su Prólogo de 1569[3].

            En la segunda parte de este trabajo me referiré  a los episodios que me interesan en particular; se trata  del lamento de Tegualda y de la resistencia de Galvarino, leídos como ejemplos significativos de la escritura épica del narrador de La Araucana tal como se manifiesta en los  cantos XX y XXI referidos a Tegualda  y  en el canto  XXVI, referido a Galvarino. El epígrafe que introduce este ensayo me ayuda a poner de manifiesto la perspectiva desde la cual puedo leer esta obra y, en particular, los episodios que he mencionado: cómo entender las relaciones entre lamento, resistencia y epopeya.

Lamento y panegírico en la poesía heroica

             Para lograr establecer esas relaciones, quiero atraer algunas de las perspectivas críticas más clásicas sobre la poesía épica en las que apoyo mi lectura de La Araucana. Hace ya más de cincuenta años, C.M. Bowra escribió que la poesía heroica es aquella que relata las hazañas de los héroes “que buscan el honor a través del riesgo”[4] y que en ella se pueden encontrar al menos tres discursos: el panegírico, el lamento, y la epopeya propiamente tal, un relato en el que a menudo convergen los dos discursos anteriores, pero en el cual, a la inversa del panegírico y del lamento o planctus, el narrador épico es ajeno a la acción y está distanciado temporalmente de los acontecimientos narrados. Este último elemento de la definición de Bowra, clave desde el punto de vista narrativo, no está presente, como sabemos, en La Araucana: su narrador dice haber sido testigo de muchos de los episodios narrados a partir del Canto XV.  El panegírico y alabanza del valor de los combatientes, y el planctus o lamento por la muerte de los héroes están en cambio muy presentes y son muy significativos para mi lectura.

            Más recientemente, en 1983, el medievalista Paul Zumthor publicó un estudio sobre la poesía oral y en él estableció la distinción entre el poema épico,  una forma poética condicionada histórica y culturalmente, por una parte, y la épica, una clase de discurso narrativo relativamente estable y que sobrepasa en sus manifestaciones a la poesía épica. En su importante estudio sobre la voz y la oralidad, este autor definió la epopeya o poema épico como un relato que pone en escena “la agresividad viril al servicio de una gran empresa”[5]. Gracias a sus estudios, realizados a lo largo de varios años y en diversas regiones del mundo,  Zumthor pudo comprobar asimismo la vitalidad del género épico en el mundo contemporáneo, contradiciendo las afirmaciones habituales presentes en los manuales de historia de la literatura, que solo reconocen ejemplos literarios del género hasta la temprana modernidad, pero no toman en cuenta el amplio desarrollo de la poesía épica en el ámbito de la oralidad, hasta el presente.

La Araucana y la épica medieval

            En mi lectura de La Araucana, este texto dispar, ambivalente y aparentemente contradictorio, es un poema heroico en el cual el panegírico y el lamento van a jugar un papel fundamental y en el cual, (a partir del canto XV), el narrador y testigo va a ser además ‘juez y parte’ de los acontecimientos narrados a partir de su estancia de casi dos años en Chile; la presencia del narrador será particularmente importante en el episodio de Tegualda, como sabemos.

Las guerras por la posesión territorial, las batallas y “el iracundo Marte” serán, de acuerdo a los primeros versos, el objeto privilegiado de este canto sobre el enfrentamiento entre los araucanos y los cristianos venidos a conquistar estos territorios del fin del mundo. Justamente el deseo de dominio de la tierra es esencial para la comprensión de la épica, como lo ha planteado, entre otros, Ricardo Padrón en su estudio de La Araucana [6].

            Por cierto, la alabanza de la fuerza de los ‘bárbaros’ araucanos ha sido muchas veces mencionada como contrapartida y realce del valor de los españoles, y lo afirma por lo demás el mismo narrador en el Exordio (Canto I, 2: “pues no es el vencedor más estimado/de aquello en que el vencido es reputado”[7] ). Este mismo aspecto, la valoración de la fuerza de los adversarios está presente asimismo en muchas canciones antiguas y en los cantares de gesta medievales europeos en los que los adversarios de los cristianos suelen ser paganos o musulmanes. Este es el elemento que me interesa explorar en primer lugar.

            Así como en numerosos pasajes de La Araucana, como por ejemplo en la cabalgada de los combatientes araucanos del Canto XXI (27-49) se describe la gallardía y valor de los seguidores de Caupolicán, en las canciones de gesta medievales y especialmente en la Canción de Rolando, si pensamos en un texto relativamente conocido, encontramos también notables descripciones de la reunión de los guerreros musulmanes  que conforman el consejo del rey Marsil; en estos textos se encarece asimismo  su fuerza, su valor  y aún  su hermosura[8]. Contra esos combatientes musulmanes deberán luchar Rolando y sus compañeros, y cuando estos últimos mueren en el paso de Roncesvalles, su muerte será llorada por el emperador Carlomagno en una larga y dramática escena. Al lamentarse por la muerte de la ‘fina flor de Francia’, recuerda su fidelidad y sus hazañas uniendo, como es habitual, el  panegírico y el lamento por los muertos.

            Se puede pensar que, en muchos de las canciones épicas medievales -pero no podemos establecer una generalización demasiado estricta- lo que realmente separa a los adversarios  no es el valor, ni la gallardía ni la fuerza, ni las armas de combate: lo que realmente los separa es su ‘derecho’ y su ‘razón’; el narrador épico se juega entero en esta contraposición, que es la que de verdad importa: “Los paganos están en el error y los cristianos tienen la razón” (Canción de Rolando, v. 1015[9]).

            Esta contraposición de fondo es la que explica quizás, en ese poema medieval, como sucede asimismo en La Araucana y en otros poemas épicos renacentistas y modernos, el carácter esencialmente político de la épica y el que abre esta poesía a las lecturas más variadas y complejas, como la que hemos propuesto en el comienzo de esta exposición. En este sentido hay que recordar también los versos de la épica medieval en los que se describen las creencias y prácticas religiosas de los musulmanes (adoradores de Apolo y de Mahoma, según la Canción de Rolando, y adoradores de Mahoma, según El Poema de Mio Cid) y, en nuestro poema, las prácticas de los araucanos, quienes rendirían culto al demoníaco Eponamón: “Gente son sin Dios ni ley/ aunque respeta a aquél que del cielo fue derribado [el demonio Lucifer]/que como, a poderoso  y gran profeta/ es siempre en sus cantares celebrado”. Recordemos también   a este propósito cómo se relata de la muerte del araucano Pon a manos del genovés Andrea: “como si fuera un junco tierno, en dos partes de golpe lo tajaba [a Cron]; tras éste al diestro Pon envía al infierno”(Canto XIV, 45)[10].

            Como ha planteado Norman Daniel, un importante crítico de la épica medieval, no se trata en esta poesía de intentos de descripción fidedigna por parte de los narradores épicos, sino de marcar una diferencia absoluta entre los grupos combatientes; y en ese intento de marcar la diferencia -entonces como ahora- la religión y las creencias (verdaderas o supuestas) serán un ‘arma’ fundamental[11].

Lectura  de La Araucana

            Cuando volvemos a la lectura de La Araucana, nos encontramos siempre de nuevo con versos y pasajes tan ambivalentes y a veces contradictorios que impiden cualquier lectura reductiva. Esa ambivalencia se debe quizás, en buena parte, a nuestras propias  expectativas -muchas veces frustradas- y, por otra, a la ambivalencia propia del discurso épico: la poetización de “la agresividad viril”, en las ya citadas palabras de Zumthor, pasa por esa ambigüedad fundamental del conflicto entre Nosotros y los Otros. A pesar de la aparente claridad y nitidez del conflicto, a pesar de que ‘nosotros’ tenemos la razón y ‘los otros’ están en el error, la guerra misma, el conflicto armado tienen su propia lógica: estamos combatiendo ‘juntos’, estamos uno frente al otro por un motivo común, estamos luchando por “una misma tierra”, por un campo simbólico y territorial a la vez. Es posible pensar en este sentido, como escribió hace ya unas décadas atrás el filósofo André Glucksmann, que la guerra es una matriz fundamental de comunicación.[12] Y esa comunicación permite o incluso exige la admiración por el enemigo, por ese enemigo heroico que es al mismo tiempo el pagano y el bárbaro al que debo conquistar o destruir para asentar mi mejor derecho, para asentar, en definitiva, mi derecho al dominio y  a la existencia.

            En este contexto, las lecturas de muchos estudiosos de La Araucana, centrados en la visión imperial de Ercilla, en sus frecuentes apelaciones al rey Felipe, en la inclusión de la Guerra de Arauco en el escenario más amplio de las guerras imperiales, así como en la memoria de los combates de los cristianos contra los musulmanes, confirman el carácter esencialmente político de esta poesía heroica, confirmando también, a mi parecer, esa lógica del discurso de la guerra en La Araucana[13].

            Pero más allá de esta coyuntura específica del poema, planteamos aquí también  que la guerra, si es en verdad una ‘matriz de comunicación’, debe ser cantada en su todos sus alcances, debe ser proclamada con grandes voces, tanto en las victorias como en las derrotas, tanto en su crueldad como en la ocasional clemencia y misericordia de los combatientes, tanto en los gritos de alegría como en los gritos de furia en medio de las batallas o en los gritos de dolor por los muertos[14].  

Tegualda y las “mujeres ilustres” en La Araucana

            Siguiendo los modelos clásicos, Ercilla anuncia al inicio del Canto I, 1 y luego reitera una y otra vez que no cantará del amor sino del “iracundo Marte” que domina en las tierras de Arauco (Canto I, 10). Pero en varios episodios, va a abandonar su propósito y  en el Canto XV, 1, se pregunta “¿qué cosa puede haber sin amor bueno? ¿qué verso sin amor dará contento?”; más adelante, en el Canto XIX, 1, el narrador anuncia que va a cantar “las loores” que debe “a las hermosas damas”.

            En el  Canto XX y XXI va a cantar del amor que se une al dolor en el personaje de Tegualda, que se aparece casi fantasmalmente al narrador después de una batalla, sufriendo el dolor por la ausencia del marido amado y luego, por la visión de su cuerpo muerto, a quien enterrará según las costumbres de su pueblo: “¿Quién de amor hizo prueba tan bastante?”(Canto XXI, 1) se pregunta el narrador. Como sabemos, el nombre (improbable desde el punto de vista histórico) de la araucana Tegualda se sumará en el poema a los nombres de las grandes mujeres que lloraron por la muerte de sus maridos, y entre ellos el nombre de la fenicia reina Dido: “¿Cuántas y cuántas vemos que han subido a la difícil cumbre de la fama?”[15]. El catálogo de estas mujeres ilustres,  cuya fuente más probable es Boccaccio (en De Claribus mulieribus) está formado por aquellas que subieron a la difícil cumbre de la fama: ¿cuáles son las condiciones para que las mujeres accedan a la fama? No son necesariamente las mismas “… hazañas de los héroes que buscan el honor a través del riesgo” en la guerra. Las mujeres de la epopeya realizan sus propias hazañas,  ligadas a la guerra y a la relación amorosa a un mismo tiempo.

            Como se sabe, en La Araucana encontramos  los nombres de varias “mujeres ilustres”: el de Guacolda (Cantos XII y XIV), Tegualda (Canto XX e inicios del XXI), Glaura (Canto XVIII), Lauca (Canto XXXII); el relato de su fidelidad permitirá a su vez la narración de la “verdadera historia y vida de Dido” y también el nombre de Fresia, la mujer de Caupolicán, que se duele de su sometimiento –  más aún que de su muerte- en el Canto XXXIII.[16]

            El lenguaje y la gestualidad, el extenso y detallado relato de los amores del pasado, en este caso equivalentes a las hazañas guerreras de los hombres, y la puesta en escena del dolor por el amante son sin duda, al menos en una primera lectura, sorprendentemente extensos y elaborados, como elaborados suelen ser los parlamentos de los guerreros enemigos. Creo que hay que entenderlos, sin duda,  en el contexto de la épica antigua y medieval: independientemente de su origen étnico y de su contexto histórico, cuando Ercilla pone en escena a los araucanos, nos quiere llevar a la visualización de un conjunto de  personajes heroicos y su lenguaje es por lo mismo y necesariamente, de tono elevado y sublime[17].

            Es cierto que Ercilla, por su parte, escribió extensamente sobre el aspecto físico y las costumbres de los araucanos en el Canto I, siguiendo modelos antiguos de descripción etnográfica, así como alude luego a un  posible episodio de canibalismo por hambre, en el Canto IX, 21. Simultáneamente, intentó crear una imagen idealizante de las “heroínas araucanas”, sin intención alguna de realizar, en ese aspecto, una descripción etnográfica, salvo quizás cuando describe la presencia de las mujeres en las batallas[18]. Y llama también nuestra atención, en ese mismo aspecto particular, que Ercilla solo trate de amores dentro del matrimonio; tampoco menciona las uniones entre un español y una mujer araucana, las que sin duda fueron de común ocurrencia. El amor que se canta en el poema, el amor que lleva a las mujeres araucanas a la fama, incluso después de la muerte, es siempre el amor conyugal[19]. Así, en las escenas finales de la historia de Tegualda:

            ¿Quién de amor hizo prueba tan bastante,                       

            Quién vio tal muestra y obra tan piadosa             

            Como la que tenemos hoy delante             

            Desta infelice bárbara hermosa?                

            La fama engrandeciéndola, levante                       

            Mi baja voz, y en alta y sonorosa,              

            Dando noticia della, eternamente              

            Corra de lengua en lengua y gente en gente.                    

(…)

Ella, del bien incrédula, llorando,               

            Los brazos extendidos, me pedía                

            Firme seguridad; y así, llamando               

            Los indios de servicio que tenía,                 

            Salí con ella acá y allá buscando:               

            Al fin entre los muertos que allí había                   

            Hallamos el sangriento cuerpo helado,                  

            De una redonda bala atravesado.              

La mísera Tegualda, que delante                

            Vio la marchita faz desfigurada,                

            Con horrendo furor en un instante            

            Sobre ella se arrojó desatinada.                  

            Y junta con la suya, en abundante             

            Flujo de vivas lágrimas bañada,                 

            La boca le besaba y la herida,                     

            Por ver si le podía infundir la vida[20].                     

Epopeya  y resistencia

            En su ya mencionado estudio sobre las relaciones entre la épica y el imperio, David Quint estudia el texto de La Araucana junto a La Farsalia  de Lucano y a Les Tragiques, de  Agrippa de Aubigné, como “la épica de los vencidos”[21]. Para Quint, se pueden explicar, en alguna medida, las ambivalencias de La Araucana si consideramos que a lo largo de su obra se produce  una transición entre  el modelo de La Eneida de Virgilio y el modelo de La Farsalia, las dos más importantes fuentes antiguas de Ercilla para su Araucana. La primera será claramente una épica de los vencedores, con un relato que nos guía hacia un final victorioso y estable como lo será la fundación de Roma, mientras la segunda puede ser evidentemente leída como la épica de los vencidos en la guerra civil entre el victorioso Julio César, quien  derrota a su adversario  Pompeyo. Para Quint, Ercilla seguiría alternadamente ambas visiones y perspectivas de la historia narrada. Para el poeta, el hecho mismo de describir la resistencia de los araucanos frente al poder imperial implicaría una toma de posición en los debates de su época (p. 169) y, por otra parte, una de las más notables intuiciones poéticas de Ercilla fue el no llevar su poema a una conclusión definitiva en el  decurso de la Guerra de Arauco (p. 166): una y otra vez, y a pesar de todas las derrotas, los vencidos vuelven a combatir y la guerra no ha terminado: “[que] luego habrá otros mil Caupolicanos”

 (La Araucana, Canto XXXIV, 10)

            Como Gilberto Triviños lo expuso en uno de sus ensayos sobre La Araucana[22], en  este poema la resistencia definitiva se hace presente en el episodio de Galvarino: con la manos cortadas, maldice a los españoles y anima a sus hermanos en la lucha, y prefiere matarse antes que entregarse a sus enemigos (Cantos XXV y XXVI). A la inversa, la conversión religiosa final y ejecución de Caupolicán  significa la entrega definitiva al poder enemigo en un ámbito crucial que va más allá de la derrota militar, y explica la furia de Fresia frente al marido. Para este autor, la relativa invisibilización del personaje de Galvarino frente a Caupolicán, Colo Colo y Lautaro en las lecturas críticas de La Araucana es altamente significativa, independientemente de su real existencia como personaje histórico y de su actuación en la batalla según otros relatos paralelos a La Araucana, como el de Góngora y Marmolejo[23]. Su furiosa resistencia daría cuenta, justamente, de su importancia como pieza clave en lo que Triviños considera la mayor intuición de Ercilla, y que es su develamiento del “Gran Juego” político de la conquista[24].

Conclusiones

            En conclusión, creemos que, justamente gracias a su ambivalencia y a la alternancia de las perspectivas del narrador sobre la guerra y la muerte heroica, sobre vencedores y vencidos, en La Araucana podemos percibir el discurso panegírico, la alabanza del adversario que va más allá  de la admiración por su valor como guerrero, tan tradicional en la épica, o de la alabanza y defensa de las ‘mujeres ilustres’ por la lealtad a sus maridos muertos.

            En esta perspectiva, la lectura de La Araucana  puede abrir un camino de comprensión de nuestra historia republicana y no solo de la realidad de la conquista; si pensamos que  toda poesía épica es fundamentalmente política y habla de nuestro presente al hablar del pasado, cuando recordamos la ‘violencia fundadora’ no deberíamos hablar quizás de los vencidos de una manera definitiva, porque aún en los lamentos por  la derrota y por la muerte,  se escuchan, gracias a La Araucana, las palabras de resistencia de Galvarino, que quizás responden a la pregunta del epígrafe: ““¿Qué pueden decir los vencidos de si mismos en la épica?. Una  posible respuesta la encontramos en los versos del canto XXVI: “muertos podemos ser, mas no vencidos”[25].

 


[1] Quint, David: Epic and Empire. Politics and generic Form from Virgil to Milton. Princeton, N. Jersey, Princeton University Press 1993, p. 99: “¿Qué pueden decir los vencidos de si mismos en la épica? ¿Cuál es su versión de la historia? La épica de los vencedores hace equivalente el poder con el poder de narrar y sugiere que [los vencidos] no tienen ni relato ni historia [que contar]. Pero en los poemas se proyectan también las narrativas fantasmales de los vencidos, tan proféticas a su manera como las perspectivas de un futuro destino imperial que la [misma] épica ofrece a los vencedores. Estas narrativas rivales fallan  como narrativas y sus personajes (…) pasan a formar parte del catálogo de figuras del Otro colonizado en el que la épica imperial transforma a los vencidos. Ellos [mismos] y sus relatos pueden ser asimilados (…) a  aquellas fuerzas de la naturaleza que los  victoriosos constructores de los imperios y de la historia luchan por superar. Sin embargo, estas voces de resistencia son escuchadas, en cuanto intermitentemente lo permite el poema épico; son las versiones alternativas en conflicto con la versión oficial de la historia; ellas son la mala conciencia del poema, la que simultáneamente las escribe y las borra de su ficción” (mi traducción).

[2] Alonso de Ercilla, La Araucana, (Isaías Lerner, ed.) Madrid: Cátedra 1993. Todas las citas provienen de esta edición.

[3] La Araucana, Prólogo, p. 69.

[4] Bowra, C.M., Heroic Poetry, London: MacMillan 1976 (1952), p.5.

[5] Zumthor, Paul: La Poésie Orale, Paris: Editions du Seuil, 1983, p. 105.

[6] Padrón, Ricardo: The Spacious Word. Geography, Literature and Empire in Early Modern Spain. Chicago&London: The Universtiy of Chicago Press 2004. En el capítulo titulado “Beteween Scylla and Charybdis”, Padrón escribe a propósito de La Araucana: “Epic, in other words, is inherently geographical and colonial” (p. 199) y, cita a este propósito a Thomas Greene: “Epic answers to man’s need to clear away an area he can apprehend, if  not dominate, and commonly this area expands to fill the epic universe, to cover the known world and reach heaven and hell” (The Descent from Heaven: a Study in Epic Continuity. New Haven: Yale University Press 1963, p. 10-11), p. 199.

[7] I. Lerner recoge la cita de Cervantes en el Quijote II, 14: “Y tanto el vencedor es más honrado/ cuando más el vencido es reputado” en su edición de La Araucana, p. 78, n. 3.

[8]  En La Chanson de Roland, el musulman Blancandrin es calificado de sabio, buen caballero y valiente en los vv. 24-25, aunque luego ayudará al traidor franco Ganelon a enviar a Rolando y a sus compañeros a la muerte. Varios de los caballeros musulmanes ríen “bellamente” (v.619, v. 628) y de Balaguer se nos dice que tenía un cuerpo muy hermoso, y su rostro era valiente y claro (vv. 894-895). Cfr. La Chanson de Roland, ed. J. Bédier, Paris: L’Édition d’Art Piazza, 1924 (mi traducción). Estos textos medievales  pueden acercarse a  ciertos pasajes de La Araucana en los que  se describe el valor y la fuerza de los combatientes araucanos. Ver por ejemplo el ya mencionado Canto XXI, y el CantoXXX, entre otros muchos pasajes más breves.

[9] Chanson de Roland: “Paien unt tort e chrestien unt dreit” v. 1015, p.80.

[10] La descripción de los combates en la batalla en la que muere Lautaro es significativa, porque si bien se encarece su valentía, se menciona también, con respecto a un cristiano, la ‘furia diabólica’, así como el rostro ‘fiero, sucio y polvoroso, lleno de sangre y de sudor teñido’ del joven Andrea, originario de Génova; se le compara con el ‘potente Marte sanguinoso’ y se le atribuye la realización de hechos de armas casi imposibles.

[11] Ercilla describe con detalle a los araucanos y sus  costumbres en el Canto I, pero en el tema de las prácticas religiosas, su descripción es más dudosa en cuanto a su autenticidad. Con respecto a la épica medieval, ver  Norman Daniel: Heroes and Sarracens. A re-interpretation of the Chansons de Geste, Edimburgh: Edimburgh University Press, 1984. Ver especialmente las pp. 121-178

[12] Cfr. Glucksmann, André, El discurso de la Guerra, Barcelona: Anagrama 1969 (ver sobre todo su capítulo “El discurso de la Guerra” p. 75-105)

[13] En este sentido, es importante el  libro de Barbara Fuchs, Mimesis and Empire. The New World, Islam, and European Identities, Cambridge: Cambridge University Press, en su capítulo sobre las relaciones de La Araucana con Las Guerras Civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita, (p.35-63)  y el estudio de la misma  Barbara Fuchs, “Traveling Epic: Translating Ercilla’s La Araucana in the Old World” en Journal of Medieval and Early Modern Studies 36.2, 2006, pp. 379-395. La autora explora las relaciones de La Araucana con los temas políticos, religiosos y culturales del Imperio  y establece una relación interesante de cercanía ideológica entre La Araucana y la novela El Abencerraje y la Hermosa Jarifa (ca.1560),  un relato en el que las relaciones igualitarias de cristianos y ‘moros’ son fundamentales. Para Fuchs, las negociaciones de la post-Reconquista, la conversión forzada y la convivencia con los moriscos son un elemento clave en esta situación, y la obra de Ercilla estaría influyendo y dialogando más o menos  directamente en las polémicas de su época. Un artículo reciente sobre este  mismo tema y esta misma cercanía con El Abencerraje  apareció en la Revista Chilena de Literatura, pero no cita este artículo de Fuchs: cfr.  Francisco Ramírez, “Conquista, Raza  y Religión en el episodio de Tegualda en Cantos XX y XXI de La Araucana”, en Revista Chilena de Literatura nº 74, abril 2009, p. 251-265

[14] No podemos olvidar en este contexto una de las lecturas fundamentales de Ercilla: en la Farsalia, del poeta cordobés Lucano (39-65 DC), nuestro autor pudo leer algunas de las más crudas descripciones de batallas, y es importante y significativo recordar aquí  que Lucano estaba poetizando una guerra civil, una guerra entre hermanos e iguales y tomó partido al insistir en la crueldad de Julio César frente a los seguidores de Pompeyo.

[15] Canto XXI, 3: “¡Cuántas y cuántas vemos que han subido/ a la difícil cumbre de la fama!/ Iudic, Camila, la fenisa Dido/ a quien Virgilio injustamente infama; / Penélope, Lucrecia, que al marido/ lavó con sangre la violada cama, / Hippo, Tucia, Virginia, Fulnia, Cloelia/ Porcia, Sulpicia, Alcestes y Cornelia”.

[16] Para un estudio del episodio de Tegualda, ver el interesante estudio de  Raúl Marrero-Fente: “El Lamento de Tegualda: duelo, fantasma y comunidad en La Araucana” en Atenea 490, II Sem. 2004, pp. 99-114. Un estudio anterior es el de Aura Bocaz, “El personaje de Tegualda, uno de los narradores secundarios de La Araucana”. Boletín de Filología XXVII, 1976, pp. 7-28.

Para una revisión de las heroínas araucanas y las fuentes de estos episodios, especialmente en relación con el estudio más antiguo de José Toribio Medina, ver Lía Schwartz Lerner, “Tradición literaria y heroínas indias en La Araucana”, Revista Iberoamericana 81, octubre-diciembre de 1972, pp. 615-622.

[17] En este mismo sentido, si consideramos a los narradores épicos antiguos y medievales anteriores a Ercilla,  percibimos de inmediato que ellos no parecen hacer esfuerzo alguno por describir de manera “adecuada”- es decir “histórica”, de acuerdo a nuestro criterio- las costumbres, los nombres, el lenguaje ni sobre todo, la religión de los pueblos enemigos. Lo que pretendieron esos narradores, sin duda, fue mostrarlos como figuras comprensibles para su público, tanto en su valor y peligrosidad como en su error fundamental,  en aquello que los hace enemigos y adversarios.

[18] En otros momentos del poema, sin embargo, la crítica ha optado por leer algunas descripciones de las mujeres de Arauco como ‘realidades históricas’; en este sentido se han leído las  estrofas del Canto X, 4-7, en el que se describe su participación en las batallas:

 (…)

Estas mujeres, digo, que estuvieron

En un monte escondidas, esperando

De la batalla el fin, y cuando vieron

Que iba de rota el castellano bando,

Hiriendo el cielo a gritos descendieron,

El mujeril temor de sí lanzando

Y de ajeno valor y esfuerzo armadas,

Toman de los ya muertos las espadas.

Y a vueltas del estruendo y muchedumbre

También en la Vitoria embebecidas,

De medrosas y blandas de costumbre

Se vuelven temerarias homicidas;

No sienten ni les daba pesadumbre

Los pechos al correr, ni las crecidas

Barrigas de ocho meses ocupadas,

Antes corren las más preñadas.

(….)

Vienen acompañando a sus maridos

Y en el dudoso trance están paradas;

Pero si los contrarios son vencidos

Salen a perseguirlos esforzadas;

Prueban la flaca fuerza en los rendidos

Y si cortan en ellos sus espadas

Haciéndolos morir de mil maneras,

Que la mujer cruel eslo de veras.

[19] En relación con la descripción de las mujeres en la épica, hay que apuntar que ellas son descritas, ante todo, desde una perspectiva contemporánea de género como mujeres y amantes,  como mujeres capaces de amar tanto a un hombre como para defenderlo en toda circunstancia.

[20] La Araucana Canto XVIII, 1, 7-8

[21] Quint, David: Epic and Empire,  ver esp. p.157-185.

[22] Triviños, Gilberto: “El eco de las voces muertas: Epopeya, gran juego y tragedia en La Araucana de Alonso de Ercilla”, ponencia leída en el Coloquio Épica y Colonia, Princeton University, Department of Spanish and Portuguese Languages and Cultures, noviembre de 2003. Accesible en el sitio www2.udec.cl/postliteratura/docs/artilinea/ercilla.pdf

[23] Góngora y Marmolejo, Alonso: Historia de Chile cap. 26, citado por David Quint, op. cit., p.102, n.6

[24] Triviños, op.cit., especialmente p. 7

[25] Dos estrofas ponen en escena la resistencia total del personaje de Galvarino:

 “Era, pues, Galvarino este que cuento,

de quien el canto atrás os dio noticia,

que porque fuese ejemplo y escarmiento

le cortaron las manos por justicia;

el cual, con el usado atrevimiento,

mostrando la encubierta inimicia,

sin respeto ni miedo de la muerte,

habló mirando a todos de esta suerte:

«¡Oh gentes fementidas, detestables,

indignas de la gloria de este día!

Hartad vuestras gargantas insaciables

en esta aborrecida sangre mía,

que aunque los fieros hados variables

trastornen la araucana monarquía,

muertos podremos ser, mas no vencidos,

ni los ánimos libres oprimidos” (La Araucana, Canto XXVI, 24-25)