Presentación. Relectura y reescritura de La Araucana: diálogos desde la diversidad

 

Maribel Mora Curriao

 

Releer La Araucana no es un gesto nuevo. En Chile, escritores, políticos, estudiosos, poetas han vuelto una y otra vez sobre sus páginas para encontrar allí el origen que signa a la República, el discurso que sostiene la chilenidad. Ese origen -el origen de Chile- se fabula y a la vez se epopeyiza en este poema, incorporando el instante del nacimiento épico a la literatura y la historia universal. Y este es el gesto que finalmente se rescata. Este origen memorable, heroico, es el relato que sin duda hemos aprendido. Sin embargo, se hace difícil advertir del todo el relato de la derrota que también encierra este poema, porque ambos bandos –araucanos y españoles- son elevados, de manera más o menos equilibrada, al plano de la heroicidad.
Teniendo en cuenta esta carga ideológica, el peso histórico de aquella escritura y de este momento bicentenario de la República, la propuesta de dirigir un taller de relectura y reescritura de este texto fundacional, desde la poesía actual, fue un desafío mayor. Se trataba de revisar símbolos y signos, mirar a las personas y personajes, al escritor y al soldado, al verso y la narración, a los “araucanos” y mapuche , a los españoles y chilenos, pero sobre todo mirarnos y mirar este país con la distancia de siglos y desde escrituras y lecturas diversas.
Con la convicción de que yo estaba allí no sólo por la poesía, sino también por ser descendiente de los llamados “araucanos”, asumía lo conflictivo de esta labor. Me situaba, por lo mismo, en el bando de los derrotados. Aquellos que tan contradictoriamente fueron convertidos en héroes nacionales -como Lautaro (Leftraru) y Caupolicán (Kallfulikan)- casi con la misma intensidad con que fueron denostados nuestros abuelos y bisabuelos mapuche, descendientes de algún modo de un mismo tuwun y kupalme . Leer desde este (otro) lado la epopeya nacional chilena, me instalaba en un espacio incómodo para iniciar el diálogo, porque allí donde hay celebración nacional para unos, para nosotros (los otros) hay dolor y pérdida, hay memoria fracturada y memoria impuesta, hay imaginarios y realidades que no se encuentran. Por eso, evidenciar los lugares desde donde hablábamos, cada uno de los integrantes del taller, fue necesario y vital.
Clemente Riedemann, por ejemplo, con su pasado atado a la colonización del sur de Chile había poetizado Karra Maw’n (1984), desde una mirada alegórica e irónica, entretejiendo voces y lenguas diversas para mostrar los entretelones de la conquista y la colonización en el sur del país. Karra Maw’n (topónimo mapuche cuyo significado en español es “Lugar de lluvias”), como otros muchos lugares conquistados no era, sin duda, una tierra baldía. Como señala el poeta: “Bastaba con mirarla, sostenidamente/ durante tres o cuatro lunas/ y reventaban en los tallos/ las metáforas”. Sabía Riedemann de los cuatro siglos de sangre derramada, “sangre hecha rima por Ercilla/ rumas de sangre alzadas por Encina”, pero también sabía que “A fundar cosas es que vino el hombre de tan lejos”.
Damaris Calderón traía su palabra poética salpicada de otros sueños, otros colores y otros cantos de aves que nos hablaban de una tierra lejana desde la que salió hace algunos años, para asentarse en este país. Ella sabe, desde mucho antes de su Parloteo de Sombra (2009) que “El camino de subida/ y el de bajada/ no es lo mismo./ No es lo mismo/ el hombre que sube/ baja el camino/ se dispara/ un tiro hipotético/ habla/ de una tierra perdida.”
César Cabello, urbano y mapuche por la memoria y la sangre, seducido por la poesía y la intemperie, nos hablaba desde lecturas perdidas y encontradas más allá de las palabras. Desde las Edades del laberinto (2008) pedía: “Contempla los designios en el agua/ las puertas sacudidas por pájaros de arena/ Hazlos entrar/ a los malos dominios de la sangre./ Sé la luz que guía y recibe los fundamentos.”
Damsy Figueroa, testigo privilegiada del paisaje en La Frontera, nos instalaba en el escenario ercillano cuatro siglos después de las batallas. En sus Cartografías del Éter (2003), se sueña aún “transformada en la velocidad de la nieve/ cuando traspasa las heridas de la tierra/ En pasto verde/ de ladera o manto de mallín/ en liquen vivo y reluciente/ en su escarcha/ en agua y en serpiente.”
María Teresa Panchillo que viajaba cada semana desde Xiwelemu, su comunidad mapuche, nos removía la mirada y el oído con otras visiones y otros sonidos de una lengua madre casi perdida, una lengua-bosque que nos seducía en su misterio. Amulepe Tayiñ Mogen/Que nuestra vida continue (2002), es un llamado doloroso ante la amenaza de la desaparición de una cultura, por eso exclama: “Apvmpeayiñ mew anta pu wigka/ temo que nos exterminen juntos/ cuando ya no quede nada en la tierra/ newen kuse/ newen fvca”.
Y Bernardo Oyarzún desde el arte visual nos interpelaba con sus propuestas visuales que visibilizaban la discriminación hacia lo indígena y lo negro, desmintiendo el discurso ercillano de admiración hacia esos “otros” demasiado presentes en el cuerpo y la sangre. Bajo Sospecha (1998), Photo Album (1999), Proporciones de cuerpo (2003) y Fetiche (2006) fueron instalaciones que develaron, en su momento, el cuerpo que se rechaza, se oculta, se criminaliza y se elimina de la estética chilensis. Como contraparte Cosmética (2008) y Sentimiento de Culpa (2008) abrían la mirada al disfraz, a la transformación y al deseo por el cuerpo y la estética impuesta. En el medio, Parientes Cercanos (2000) revelaba lo que somos en una multiplicidad de fotografías que devuelven al observador el rostro de los suyos.
En el proceso mismo de relectura, no podíamos menos que mirar la historia de las palabras dichas y las silenciadas desde el arribo de los conquistadores hasta hoy. Sabíamos que cuando llegaron a América no vieron sino un amplio y fértil territorio por conquistar. Selvas, montañas, ríos, lagos, mares, canales y fiordos fueron mensurados y cartografiados para el Imperio como posesiones de facto, como propiedades merecidas.
Las discusiones en torno al tema de la conquista de los indígenas, en cambio, fueron largas y complejas. Luego de que la iglesia Católica sostuviera la humanidad de los “indios” y su capacidad de cristianizarse (bula Sublimis Deus) se sucedieron las discusiones sobre ¿cómo tratar a los indios? Juan Ginés de Sepúlveda dio toda la razón a Aristóteles, quien concibió a la humanidad compuesta por seres humanos inferiores y superiores, teniendo estos últimos, el derecho de someter a los primeros. Esta postura mediada por el cristianismo reinante condenaba, en la práctica, al indígena converso a la servidumbre y al rebelde a someterse a través de la guerra o a morir en ella. Fray Bartolomé de Las Casas, conocido defensor de los indígenas, sólo pretendió una forma pacífica de civilizar y cristianizar en el marco de esta empresa, no puso en duda la conquista. La guerra fue zanjada en los hechos como válida y necesaria y Ercilla cantó en Arauco los primeros versos que hablaban de este suelo, estos pueblos y aquellas batallas. Ercilla signaba a Chile poéticamente, como Las Casas y Sepúlveda lo harían con las discusiones intelectuales sobre una América pluricultural pensada desde el poder.
El poema épico trascendió las fronteras y el paso del tiempo, viajó por Europa, se tradujo a varios idiomas y Chile fue conocido durante siglos como “el país de los araucanos”. Aceptando o no del todo esta nominación, los chilenos de la revolución independentista habían visto en estos cuadros épicos su causa y en los araucanos a sus héroes. Los incluyeron por eso en sus escudos e himnos, en sus relatos de origen y de “futuro esplendor”, hasta que se convirtieron otra vez, a mediados del XIX -ahora ante los ojos republicanos- en los sujetos que interrumpían el paso civilizatorio y cristianizador de la chilenidad. La Araucana, releída a la luz de los hechos decimonónicos era aún relevada por algunos, como Francisco Bilbao, y denostada por otros, como Benjamín Vicuña Mackenna.
Bilbao, admirador de la épica chilena, concebía aún a La Araucanía como un territorio “inviolado, teatro de Sangre e independencia” y a los araucanos o “aucas” como guerreros por naturaleza y por “dogma”, tal como lo había cantado Ercilla. El pensador los entendía libres, los soñaba integrados a la sociedad chilena donde podrían ejercer oficios como soldados, oradores, legisladores o sacerdotes. En ningún caso los pensaba “esclavos de la tierra y de la industria”; ante esta suposición exclamaba: “No: en esto también soy Araucano y antes de verlos bajo la faz de Irlanda, de la Polonia y de los obreros de la Europa, les diría: alerta en la frontera”. Vicuña Mackenna, en cambio, ridiculizaba a Ercilla y sus defendidos. Sostenía que la mentada pujanza de estos “bárbaros” no era tal y que el poeta “por ensalzar las hazañas de los suyos nos ha presentado una raza imajinaria de héroes mitolójicos, haciendo así un grave mal al criterio público; porque, señores ¿cuántos de nosotros no conocemos de Arauco sino por lo que de él cantó Ercilla?” El político, en su discurso ante la Cámara de Diputados, narra episodios de autores que presentan a los araucanos “implorando la paz”. Su objetivo es desbaratar la imagen de valientes y libertarios que se había resaltado de ellos. Y fue la república la que sometió a los araucanos. Fue esta república y la República Argentina quienes separaron sus territorios a este y el otro lado de la cordillera de los Andes. Fue esta república la que por una parte enseñó a los mapuche a leerse/ identificarse con La Araucana y al mismo tiempo asumió y difundió con rapidez el imaginario adverso del araucano: flojo, borracho y ladrón que se mantuvo por más de un siglo.
Pero hubo aún otro elemento que nos interpelaba más allá de la poesía y la historia y que no podía dejarnos indiferentes en esta relectura y reescritura de la épica de Chile. Una semana antes de empezar los talleres de poesía, nos consternábamos ante un trágico suceso: caía muerto el tercer joven mapuche a manos de las fuerzas policiales del Estado chileno -en democracia- en una recuperación de tierras, allá en el Sur, en la Frontera. Jaime Facundo Mendoza Collío consignaba su muerte para la historia y la literatura mapuche y María Teresa Panchillo Neculhual se encargaba de poetizarlo en palabras propias del mapudungun: “Amuge lamgen, amuge/ Wiñokintumukiliyiñ iñchiñ/ Tami tuwetew/ Fey wiñokintufige/ Wixantukufige/ Tami wampo wew/ Weche wenxu ta eymi/ Newengeymi tati…/ Pipiyeyu tvfa/ Kiñe amul pvllvn mew/ KA MAPU./ Váyase hermano váyase/ No mire hacia atrás por nosotros/ si no por el que te disparó/ si es necesario/ tíralo hacia tu canoa/ eres hombre joven/ tienes todas las fuerzas/ …Te estoy diciendo.” El derecho a hablar desde el dolor, desde la cultura, estaba aquí salvaguardado. Los nombres ahora eran otros, sin duda, pero la larga lucha por el territorio aún parecía la misma.
Quizás por esta clara comprensión de los discursos y las historias que se repiten de algún modo, de muchos modos, Riedemann nos hablaba de La Araucana como aquel espacio en que vemos “[…] cómo el pobre ercilla, tan alonso, prisionero fue de la octava, rimando un tiempo y el otro.” Y este comparar tiempos y discursos fue el signo de este taller. Quizás por eso lo que se lee es una visión irreverente, desacralizada, irónica, del texto. Se toman palabras, personajes, hechos, lugares, para darles nuevos sentidos desde el Chile actual, desde el mapuche actual, que se ve, se ha visto o no se ha visto representado en esta épica. Se actualiza el relato en un correlato conformado de diversas voces que hablan desde lugares distintos. Cada uno desde su origen, desde su espacio, desde su ser y estar en este “reino” nos fue diciendo sus palabras, como en un rito anacrónico, heterogéneo.
Riedemann, en sus “Caballares”, se detuvo en esos mudos, pero decisivos personajes –los caballos- a partir de los cuáles nos hablaba de unos y otros –españoles y araucanos, mapuche y chilenos- en los dos tiempos rimados por Ercilla y mirados con “mestura” por un “clemente” observador. Y a su mirada aguda no se escapó el poeta, la poesía y este Chile actual

Pero entre ellos había uno que cortaba
versos.
Los cortaba de ocho en ocho y luego los juntaba por decenas.
Eran versos reales
(porque contaban lo que estaba viendo)
que guardaba en un morral / luego iba con los demás
para seguir matando
(que era el trabajo principal)

La poesía abriéndose paso
entre borbotones de sangre.
Allí, entre asesinos, hubo lugar para un poeta.
Así que estas palabras saben como el ñachi
que es el sabor que tienen las cepas nuestras
en el horroroso Chile sin indios
con carmenéres y syrahes
a precio de oferta en los supermarket.

Damaris Calderón “que nació en un país de peces tropicales” nos empujaba en sus “Pulsaciones” -su errancia por el paisaje, la historia, la poesía y la sociedad chilena- hacia un regreso, porque “La boca amordazada, rompe las ligaduras, regresa con una palabra, una espiga.” Y en este regreso no podía menos que traernos el recuerdo de cada pluma escribiendo las líneas de la trama de un país signado por la poesía.

La maestra rural ve la tala, la desolación. Se hace una montaña.
La jardinera sale a buscar la tonada campesina en el libro abierto de los campos de Chile.
El ahorcado de Tomé contrabandea con cadáveres
(hay cadáveres).
Uno se tira en un parasubida que no acaba de caer.
(Hasta Mapocho no más).
Otro se cree que baja del Olimpo y maldice la cordillera de los Andes y la Costa.
Crea artefactos domésticos, reverberos.
El poeta pantagruélico hace una epopeya con el hambre, la comida nacional.
Neftalí avanza con las alforjas llenas de palabras.
El Poseidón sudaca inventa la pampa los mares del sur.
Venus humea entre los cuerpos no identificados del pudridero local.
El renegado escribe la miseria del hombre y la lucidez de las piedras.
Belano se enrola en la guerrilla con los detectives salvajes.
La amortajada ve entre la última niebla del alcohol, una tierra que se disipa.
El vidente ve los países muertos.
El poema de Chile se hace con todos sus pedazos.

César Cabello y su “Teatro de sombras” nos sumergía en un origen perdido que es pasado y presente poético en las ciudades y los paisajes de Chile. Tanto en la poesía, como en la narración, construye mundos donde sus personajes son “Cadáveres anónimos. Ningún olvido los reúne, ningún recuerdo los separa”. Su “Araucana” totémica, dice de sí misma:

Yo soy la que cayó en matrimonio
la que arrastra un Cristo como a un marido inútil
o a un ebrio de dos cabezas

Alonso dicen que se llama mi enemigo

Que lo han visto a solas
visitar mi tumba y grabar en ella
un pájaro de muerte

Perdóname / Señor si escondo en agujeros
los peces que recojo y falto a mi palabra

No lo dejaré entrar no alimento al cuervo
ni las fauces de sus perros

Aquí murió un país aquí me arrinconaron
como a una esclava negra
atemorizada por las aguas

Y entonces salgo de mi círculo y pregunto:
¿Cuál es mi verdadero nombre?

Damsi Figueroa, nos convocaba en sus “Tayül. Cantos tristes para retornar a mi misma” a un viaje por los lugares biográficos de una frontera que la atrapa y la conmina a hacerse parte del grito de un país en que a cada instante “Palmo a palmo se sucede la batalla. Polvo, estruendo. /Caen Peumos, lleuques, pehuenes milenarios.” Desde ese dolor por el paisaje y por la gente que lo habita, Damsi testifica:

Cada día en Chile muere un río.
(Cada día Chile mata un río)

Cada día un bosque muere
y en su tumba es suplantado
por un ejército de eucaliptos y pinos.

Ay de mi país sin agua, río Cruces, Laja, Itata, Mataquito, Bio Bio.

Cada día en Chile muere un lago,
envenenado por la peste
de los peces hacinados, medicados,
mal nutridos con la sangre de otros peces.

Ay Ranco, Llanquihue, Cochamó.

Cada día un pueblo muere.
Un pueblo de mar de acantilados y rompientes.

María Teresa Panchillo, tratando de entender ahora todo el Winka Kimun (conocimiento occidental) que no entendió en la enseñanza media, nos hablaba de sus muertos, de su lucha, de su cultura, con la fuerza y convicción de saberse perteneciente a otro kimun. Por eso, nos fue “diciendo” en su estética de la oralidad y el rito, en su mundo de animales y aves, árboles y ríos, Lloika, wilki, ziukas, maykoño, que en su propio zvgun (lengua) ellos-ellas, nos hablaban, nos escuchaban.

¿Y el AGUA?
Oh el agua!
Tiene un idioma único
habla cantadito
una melodía en las mañanas
al medio día otra
y en las tardes
otra diferente

hay que escucharla no más
para saber que dice.

Así es la vida en mi MAPU

En la lógica occidental
cualquiera me diría
eso se llama Sonido
Pero desde que somos CHE
siempre fue así y será
ZVGUN

Y en este rito de la palabra, entendimos que ese ZVGUN que nos había convocado era ahora más intenso. La poesía nos había aunado una vez más como testigos de época. La muerte nos había obligado a tener una mirada aguda, crítica y poco complaciente con las celebraciones nacionales. Los primeros versos de La Araucana nos habían rondado permanentemente: “No las damas, amor, no gentilezas/ de caballeros canto enamorados/ ni las muestras regalos y ternezas/ de amorosos afectos y cuidados” para dejarnos perplejos en el frente de batalla, muchos años después de los sucesos narrados. Creo que todos quisimos estar a la altura de las circunstancias echando manos de las poéticas y estéticas posibles, de las imágenes e imaginarios, de las voces y los silencios, de la poesía y de la historia. Cada poeta se abocó a los temas en cuestión, no cabe duda, pero cada poeta también mantuvo el ojo crítico y la palabra certera, se refugió en la analogía -todavía tan necesaria- y abrigó la ironía para no caer en complacencias inútiles. El resultado es un conjunto poético diverso en términos estéticos y literarios, en cuanto a contenidos y formas, pero hay en ellos algo de secreta comunión que nos obliga a entenderlos como textos en diálogo. Leamos a continuación lo que este diálogo nos devela, lo que intensifica y lo que nos deja sentir.