La Poesía como Memoria a Partir de La Araucana

 

Luz Ángela Matínez


Este libro nace del trabajo de un grupo de poetas, artistas e intelectuales y de dos profundas convicciones: la primera es que la poesía constituye lo esencial de los pueblos, su sistema cardinal de identificaciones en el pasado y en el futuro; y la segunda es que en ella reside la capacidad de crear nuevos sentidos y hacer renacer antiguos cuando la esencia que los identifica se ha endurecido o ha tomado rumbos inciertos

La poesía latinoamericana como advertencia a la historia se entrevera con el asunto de nuestro origen en la letra de occidente, es decir, con nuestra particular circunstancia originaria surgida en un proceso histórico ya letrado, fechado, que cortó los nexos de este continente con sus mitos, sus leyendas y su Illo Tempore. Este molde gramático, tecnológico, hegemónico, violento, incuestionable, como bien sabemos, registró e imprimió el proceso de gestación de lo que llegó a ser “lo americano” y lo que su presencia intempestiva significó para la historia de la civilización. Cartas, Relaciones, Crónicas, Historias Generales y Naturales, Procesos, Juicios, configuran en su conjunto y en varias lenguas (español, portugués, italiano, inglés, francés, latín, etc.) la inscripción letrada y políglota de nuestro origen. Consecuentemente, en tanto americanos y a la vez suceso sin precedencia en la historia de la humanidad, nuestro génesis está ligado a un acto escritural difundido urbi et orbe por el proceso de fijación-reproducción aparecido con la imprenta y globalizado por la empresa de expansión europea. De tal manera parece que si el americano quiere indagar en su origen o en su origen como suceso universal, supuestamente le bastaría con recurrir a ese notable, moderno y fidedigno archivo.

No obstante la legitimidad de aquel registro para la historiografía contemporánea y la seguridad que al parecer nos ofrece, ese resguardo documental pronto nos revela su faceta más inhóspita, pues sucede que la fijación letrada del proceso instala la mayor de nuestras paradojas y prolonga la diferencia americana respecto de otros pueblos que sí encuentran o reencuentran su fundamento reconocible en la letra escrita. El hecho es que si nosotros recurrimos a ese archivo, sinónimo moderno de la verdad de los hechos, nuestra confianza en la fidelidad de la tinta a poco camino es víctima de un hondo malestar. Resulta que lo que ahí encontramos repugna y excluye gran parte de lo que consideramos propio por herencia poética e histórica, al paso que perpetúa su ausencia en lo que concebimos de nosotros mismos, en lo que quisimos y queremos ser. A diferencia de otros pueblos, nos acontece que entre el registro escrito de nuestro génesis y la imaginación de lo que somos, existe una espesa hostilidad, un sinsabor recóndito y sin conciliación en el tiempo, pues esponjado de la historia que relató la formación de su universo y el lugar que le correspondió en él, el latinoamericano lidia desde siempre con una zanja entre su ser, su espíritu mayor y la escritura. En consecuencia, la desconfianza no es entre nosotros un aire de los tiempos, un cansancio de última hora; más bien constituye el más legítimo de nuestros sentimientos toda vez que nos enfrentamos a la historia, a sus moldes letrados, a sus enormes vacíos y a su ausencia de respuestas.

Con todo, el arraigado descreimiento del latinoamericano no deja lugar al pasmo; esta emoción que puede embargar a cualquiera que se sabe desligado de sí, se desvanece en una experiencia mayor y radical. Bien sabe que si algo caracteriza el registro documental de su origen, es el conflicto de la traducción en su dimensión más compleja, ya que no se trató en el entonces de la conquista -como no se trata hasta hoy- de la traslación respetuosa de una serie de registros orales, simbólicos y codificados a otra(s) lengua(s) y código(s), sino del trasvasije forzado de mundos, culturas, dioses, demonios, cosmogonías y civilizaciones, a los principios fundamentales de otro mundo, sin excluir a la naturaleza ni a la visión poética de esta conformación uniforme y universal a la inteligibilidad de una sola Ley, un solo Dios y una sola Lengua. Sin que este hecho le permita imaginar siquiera cuál fue la dimensión de la pérdida, para el americano la tergiversación letrada constituye la evidencia ineludible de que algo esencial de su ser tuvo que sucumbir para poder ser inscrito en todas las notaciones de lo que hoy entendemos como Historia y reconocemos como verdad histórica. En otras palabras, constituye el testimonio de que la extinción o el vaciamiento fueron los imperativos categóricos que se le impusieron para ser en la Historia.

Un asunto tan medular como éste no podía sino tomar un lugar central y permanente en nuestra cultura y en nuestra poesía. En una de sus facetas y en distintos estratos -letrados, iletrados, orales, bilingües-, el conflicto de la traducción se presenta entre nosotros bajo la forma del conflicto con la escritura, y sin duda alguna, con la lengua, pues cuando todos o cualquiera de nosotros, incluyendo a aquellos herederos más directos de las culturas arrasadas, quiere hablar o escribir-reescribir sobre su origen, tiene que realizar un acto poético supremo, una metáfora mayor que el vacío, para convocar a la presencia de la lengua letrada aquello que sucumbió precisamente a manos de las escrituras históricas. Sin resolverse hasta hoy, esta contradicción se confirma en ese hiato originario del cual se deriva la reinvención cósmica de nuestra poesía y el incontable elenco de vivos-muertos convocado a presencia a lo largo de la narrativa latinoamericana.

Es aquí donde el vínculo matriz entre la poesía y la historia latinoamericanas revela su fondo de irreconciliable enemistad. Mientras nuestra historia articuló discursos condescendientes con la desaparición de culturas y civilizaciones, y con su decir autorizado terminó por transformar este hecho en un proceso natural, bueno y necesario en definitiva para el surgimiento de las Repúblicas Latinoamericanas, la poesía no ha dejado de advertir sobre ese embargo consumado por las bases soberanas de la Patria y sobre las nefastas consecuencias de esa construcción histórica. En este escenario político y retórico en todo sentido desigual, y con la triste tarea de entregar malas noticias en una celebración familiar, en medio de la Nación Latinoamericana la poesía asumió el compromiso de notificar sobre la ignominiosa distancia entre la nueva Carta de Ciudadanía y el amplio y verdadero espectro de nuestra identidad.

Desde ese momento en adelante, el desapego entre una y otra se teje a propósito de cartas y escrituras ejecutadas de puño y letra latinoamericanos. Y no podía ser de otra manera, pues si la proclama de la historia dice que las letras republicanas vinieron a superponerse a aquellas otras del vasallaje y a reinscribirnos emancipados en el concierto de las Naciones Modernas, las poéticas desmienten los alcances universales de ese discurso y afirman que esas escrituras legitimadoras de identidades y bienes, individuales y nacionales, no nos contemplan a todos y menos nos cobijan de la misma manera. Así sentada la discrepancia entre una y otra, mientras la historia política se mantiene contumaz en su ceguera, la poesía vuelve los ojos a lo que está como transparente o despojado por las calles de al lado de la república.

Finalmente, la contradicción entre poesía e historia en Latinoamérica se articula a propósito de lo real y revive de paso la antigua disputa entre las palabras apegadas a la verdad (las de la historia) y aquellas más bien proclives a la fantasía y la belleza (las poéticas). Nacida a demasiada distancia de cualquier antigüedad, nuestra poesía no se enfrenta a la historia en el sentido aristotélico de la enunciación de la realidad como debió ser y unida por esto al concepto de la Verdad sin contradicción ni partes. Entre nosotros el poema encara al documento por la enunciación de los hechos tal y como fueron en nuestros sucesivos orígenes occidentales y modernos y, en contraposición a aquella, por proclamar cómo se derivan sin reivindicación de esas fracturas hasta hoy. Por su parte, la Poesía se opone a la Historia porque la anuencia de esta última nos ha impuesto una verdad correcta o corregida, práctica y funcional a un ideario político parcial que atenta contra la anchura de nuestra identidad. Bien podemos decir que en la base de nuestra cultura se encuentra la disyunción entre el archivo poético y el archivo histórico y que esta se produce por una inversión de los fines buscados por cada uno: el poético inquiere aun en el eclipse pre-hispánico y rescata, preserva o reinventa esa historia sin historia para reconstruir en nuestro espíritu la integridad de nuestro Ser; el segundo ha ordenado los hechos según las directrices primeras de una idealidad imperial y luego, según laidealidad programática republicana que nos gobierna con sus verosimilitudes excluyentes hasta la actualidad. De tal manera que aquellas partes de nuestra identidad que no caben en los parámetros ideológicos de nuestras Naciones Modernas, las venimos a encontrar dignificadas en el territorio de nuestros poemas.

En la cultura chilena la sumatoria de fallas, disyunciones e inversiones entre poesía e historia es de larga data y su desarrollo caracteriza de manera ejemplar el problema. Como todos sabemos, tiene su punto de partida en La Araucana, nuestro poema identitario fundacional.

En el contexto americano Chile se distingue porque su relato de origen no se encuentra en un documento u otro tipo de texto escrito por algún conquistador o religioso, protagonistas y relatores de la conquista. Asimismo, porque el elemento unitivo de la identidad no fue aportado por la imaginación iluminada y verbosa de algún prócer emancipador y republicano. Todo hay que decirlo: no alcanzaron esa gloria las enjundiosas cartas de Pedro de Valdivia, las de Bernardo O’Higgins, ni el Acta de Independencia. El hecho es que no hay frase, ni verso, ni imagen que haya abandonado esas letras para tomar cuerpo y espíritu entre nosotros. Lo que unos y otros -amigos y enemigos, mapuche y winkas, chilenos mestizos y criollos viejos y nuevos avecindados, demócratas y dictadores- han hecho suyo y repiten según las inclinaciones de su orientación ideológica, son los versos de La Araucana, el poema de Alonso de Ercilla y Zúñiga. Más allá de nuestras fronteras, la admiración que el pueblo mapuche -y por extensión el chileno- adquirió en el contexto latinoamericano independentista, se debe a lo que Ercilla poetizó en su carta, como denomina su texto el propio poeta. Calando más profundo aún, tanto en el orden de lo inmanente como en el de lo trascendente, la fama libertaria y orgullosa de su gente, indisociable del concepto de Patria y de Nación, la geografía de Chile y la imagen espiritual de esa geografía, son resultado de la misma iluminación poética. El asunto excepcional que aquí se nos presenta, es que la materia poética de La Araucana experimentó una transustanciación, en virtud de la cual el mundo imaginario del poema se encarnó en el espíritu y en la historia nacional, y se invoca toda vez que se quiere rearticular la identidad.

La portentosa hazaña de Ercilla pareciera contradecir la enemistad entre la poesía y la historia que venimos señalando. Sin duda este magnífico contraejemplo obliga a preguntarse por el fenómeno que comunica aquí el universo poético y el histórico y anula con esto la contradicción entre la palabra verdadera y la del artificio; entre el suceso verdaderamente acaecido y el suceso estético. La respuesta quizás se encuentra en la condición de testigo poético que asume el enunciante del poema; luego, en el lugar que le designa a la verdad. A lo largo del poema, especialmente en el Canto XXXVI, Ercilla declara que, por más extraordinarios que puedan parecer los hechos expuestos en su obra, estos no pertenecen al universo fantástico de las ideas poéticas, al cielo, sino al marco estricto de las circunstancias históricas, al suelo. Este anclaje de lo verdadero-extraordinario en la realidad, no en el mundo de las idealidades, y el consecuente descendimiento de lo ahistórico a la historia, sin duda es lo que propicia esa transustanciación por la cual la historia se poetiza y lo poético adquiere su cuerpo en la historia para actuar en ella. En este movimiento, la profunda alteración que padecen los fundamentos históricos por acción y contradicción de los poéticos, trastorna el orden de la Verdad y le exige la generación de nuevas coherencias internas y a los hombres la creación de nuevos sistemas de verosimilitud. En este como en otros señalados momentos, antes quelareligión, la filosofía y la ciencia, la poesía abre los caminos y crea la sustancia para que lo que está incluso más allá del sentido, más allá de la imaginación del sentido de un periodo histórico determinado, adquiera forma aprehensible para el pensamiento y se transforme en cultura. En esto consiste el servicio que presta la visión poética al pensamiento racional: su fructífero acarreo de nuevas verdades, hacia la historia.

El testigo poético surgido en el “nuevo mundo”, aquel que vivencia los hechos y no solo escribe, sino que además poetiza, proponehistóricamente un nuevo concepto y experiencia de la verdad, en la cual el hecho concreto y la visión poética son indisociables, en tanto esta última es la que otorga al suceso inusitado y fugaz existencia y sentido transhistóricos. Esta condición de la verdad múltiple y trascendente a la vez, apegada al acaecimiento y enlazada a lo que debe permanecer en el tiempo, es la que sustenta hasta hoy la poesía latinoamericana y es la que nos vuelven a ofrecer los poemas que componen este libro.

Al inicio de este prólogo afirmé que la poesía crea y recrea la columna vertebral de los pueblos y profiere su llamado más veraz cuando se trata de convocar la esencia de su espíritu. Debo agregar ahora que si la multiplicidad es lo que alimenta y redime el ánima de la comunidad, la poética de las diferencias es la única capaz de reactualizarla y comunicarla en todas sus hablas y lenguas. La aclaración de una poética múltiple para un ánima múltiple, sirva de guía al lector al adentrarse en los diversos derroteros que en este libro recrean y vivifican un acto poético realizado siglos atrás. No la Poesía, sino las poesías; no la Lengua, sino la poliglosia; no el Testigo Poético, sino los testigos poéticos son los que, en términos efectivos, se hacen cargo aquí de nuestra ánima contemporánea.

Reescribir La Araucana hoy significa sujetar,consciente y colectivamente, el acto poético al pie forzado de aquellos asuntos sin resolver que conectan la historia nacional a la historia de la humanidad. Especialmente, al dificultoso asunto de la otredad, pues aquí y allá todos sabemos que no es un dilema del pasado la decisión de enfrentarnos o encontrarnos con los otros y entre nosotros. Asumido el desafío de la interpretación contemporánea del poema y de los conflictos fundacionales que ahí se nos presentan, lo primero fue definir quiénes son los otros entre nosotros y en qué consiste y contra qué parámetros válidos articulamos juiciosamente las analogías y diferencias. Esta reflexión necesariamente nos impuso la particular labor de establecer identificaciones dentro de las tradicionales fronteras identitarias asociadas en Chile y Latinoamérica al concepto de Nación. Bien puede resultar innecesario decir que las guarniciones republicanas modélicas fueron las primeras en abatirse a las voces de guerra civil que emanan de la plural y heterogénea identidad chilena contemporánea. En mapudungún, en el idioma de las mujeres, de los jóvenes, de los mayores, en el de los avecindados que recién hablan el español chileno y lo matizan, en el de los que metaforizan la(s) lengua(s) madre desde otros idiomas, en el de los herederos de otras memorias históricas, en el de la poesía, en el de las artes visuales, en las hablas de todos los convocados a este trabajo, sin necesidad de traductores se dijo y se entendió que los parámetros identitarios patriarcales de la Nación son injustos, discriminadores y estrechos para tanta arraigada diversidad que en verdad nos habita.

A partir de este acuerdo y con la certeza de que la poesía puede redimir las heridas históricas, un concierto de diecisietepoetas y cuatro artistas visuales mapuche, chilenos y latinoamericanos, en compañía de nueve literatos, historiadores y lingüistas, recorrieron el camino de la identidad chilena desde Ercilla hasta hoy. Al cabo de cinco meses de trabajo, ese viaje del presente al pasado y del pasado al presente poético, rindió sus frutos. En su conjunto, el resultado es una nueva advertencia y una interpelación urgente a aquellos que detentan el poder, definen el presente y proyectan el futuro de la patria. Ahí se suscribe que la guerra de Arauco no es un hecho perteneciente a los anales de la historia, ni restringido en la actualidad solamente al recuerdo del enfrentamiento entre dos bandos, sino una mala herencia que la Nación decidió recibirde la conquista y acarrear con nuevos rostros desde aquella desmedida violencia hasta hoy. Tal amonestación conlleva el profundo reconocimiento de que en el discurrir nacional todas y todos somos más de una vez Arauco discriminado y ofendido; asimismo y sin lugar a ninguna esperanzadora duda, somos la naturaleza y el paisaje espiritual de Chile que se arrasa sin escrúpulos ni atisbos de sensatez. La advertencia dice claramente que la herida sistemática que estamos infringiendo en la tierra, en los bosques, en las hierbas, en los ríos, en las aguas, en el aire de esta fértil provincia, nos atraviesa a todos y que por ese costado, sin exclusión ninguna, todos terminaremos por desangrarnos.

Si en su belicoso sigloLa Araucana no rehúsa la exposición de la cruenta violencia que los hechos de la conquista del Reino de Chile esparcieron por estas tierras, ni deja de denunciar ante el monarca, el mundo español y su dios, los vicios, las faltas gravísimas y crímenes contra la humanidad cometidos por aquellos que la llevaron a cabo, en este siglo celebratorio del Bicentenario de la República,con agudo sentido crítico y alta visión poética, las reescrituras y obras visuales que componen este libro asumen el mismo lugar ético para denunciar que la soberbia, la codicia sin medida y la exclusión, manifiestan por doquier sus prodigios tristes y señales y siembran en entre nosotros un antagonismo al que es urgente poner fin. Así, desde este lugar, con toda la responsabilidad que este impone, entregamos a la Nación chilena contemporánea esta nueva carta, escrita y representada por las varias manos que decidieron aceptar el reto de convocarla a su justo examen.

Ahora bien, en tanto la presentación de las obras poéticas y visuales en las que se concreta la reflexión colectiva sobre la identidad chilena contemporánea, sus conflictos y sus demandas a la Nación, queda a cargo de dos de las poetas que coordinaron el trabajo de taller, Soledad Fariña y Maribel Mora Curriao, y de mi misma, procedo ahora a comentar los textos de las intervenciones que proporcionaron las bases históricas, teóricas y críticas para el estudio de La Araucana y el momento histórico y cultural en que fue escrita.

La profesora Lucía Invernizzi Santa Cruz, colonialista de larga data y aguda percepción crítica, a quien los Estudios Coloniales chilenos le deben y agradecen la juiciosa exégesis de textos y documentos fundamentales para la compresión del periodo, intervino en este trabajo colectivo con una exposición titulada, Ercilla, narrador de La Araucana, en la que diodetallada cuenta de los principales elementos retóricos presentes en el poema, así como de aquellos cuantiosos provenientes de la tradición literaria que sirven de base para la construcción y composición de la materia poética de la obra. Estos y otros aspectos, fueron desarrollados previa consideración de un factor que la profesora Invernizzi destaca como relevante para su cabal comprensión del poema. Se trata del tiempo de escritura, que abarcó un lapso de 20 años, esto es, de l569 a 1589. En atención a esas dos décadas, al cabo de los cuales Ercilla da por finalizado el dilatado proceso de escritura, Invernnizi interpreta los desvíos del plan inicial de la obra y las transformaciones que van sufriendo tanto el poema como el sujeto de escritura. Según su perspectiva, tanto en estos giros y mutaciones como en las plurales reflexiones metadiscursivas que a su propósito realiza la voz poética, se encuentra no solo la explicación de varios aspectos estructurales advertidos por diversos análisis críticos, sino, además, la singularidad de esta obra fundamental.

En consecuencia, Invernizzi propone que el largo proceso de elaboración del texto y el largo discurrir de Ercilla por la escritura, dan sentido y unidad a la compleja y a veces contradictoria estructura textual de la obra, trazando dos ejes a partir de los cuales las transformaciones estructurales y escriturales reflejan las transformaciones de la conciencia que lo produce, radicando en esta interrelación axial el sentido poético mayor de La Araucana.

Establecido aquello, Invernizzi enfoca la famosa y consciente contradicción de Ercilla a la tradición épica y sus cánones, a la que sin duda su obra allana con nuevo espíritu. Inmediatamente pone en relieve que esta contradicción se entiende por la estrecha trabazón del poema y del acto escritural con la literatura histórica surgida a partir del “descubrimiento”, conquista y colonización del “nuevo mundo”; asimismo y en un grado no menor, por el reconocimiento de los valores morales y heroicos del otro araucano puesto en justo pie de guerra contra el avance español. El acento está puesto aquí en la condición de testigo de quien escribe y consigna los hechos en el esfuerzo de resguardar tanta verdad, tanta acción meritoria para la memoria futura de los hombres, sin excluir de este cuidado una sucinta narración de la historia prehispánica de la Nación araucana.

De aquí en adelante, Invernizzi sigue y analiza en cada Canto la posición desde donde el testigo observa los hechos y la perspectiva moral desde la que los expone al receptor de la obra, Felipe II, y al más amplio conjunto de lectores del imperio español. Sin duda, aquí se distingue Ercilla, que sin dejar de ser un hombre de su época, igualmente protagonista del expansionismo bélico imperial y sus arbitrarias justificaciones, entrega una visión profundamente crítica del proceso mismo; de los vicios, bajezas y crueldades que caracterizan a sus protagonistas hispánicos. Invernizzi destaca este aspecto contraponiendo los duros versos dedicados a la figura de Pedro de Valdivia, a los que –desde la tradición homérica- dedica el poeta a Lautaro, al“sabio ColoColo, al iracundo Tucapel, a Caupolicán, vencedor de la prueba de quien entrega el retrato”.

Otro elemento de profunda gravitación en el mundo y en la conciencia enunciante del poema, dice Invernizzi, es la mudanza con que fatiga la diosa Fortuna los hechos, los logros y la vida misma de los hombres. De sus designios no se escaparán españoles ni araucanos, como tampoco el hado del propio poeta, de manera tal que por su punto crudo, llevada por sus propios vicios y flaquezas, pasa la primera buena suerte de los capitanes araucanos, ensombrecida por la soberbia que también ha contagiado malamente a su pueblo.

El análisis de Invernizzi se detiene en el Canto XII, en el que identifica el inicio de importantes modificaciones en la historia narrada y, con significativa correspondencia, en “la posición e identidad del narrador”. Aquí la presencia del testigo y protagonista enunciante del poema, se refuerza con la apelación directa al monarca y con el elemento atraído para asentar la autoridad de su relato: la sangre (Pues que en autoridad de lo que digo/ vemos que hay tanta sangre derramada). Junto a aquello, aparece el tema amoroso, categóricamente descartado del plan inicial de la obra y, asimismo, la narración de hechos acaecidosen el ámbito mayor del virreinato del Perú. De aquí en adelante, observa Invernizzi, los límites narrativos del poema se expanden para dar cabida y comentario a los hechos que competen al universo imperial español, consecuentemente el poema presenta una narración “permanentemente alterada” por una serie de sucesos ajenos a la historia inicial.

Con todo ello, en la segunda parte de la obra, aparece el tópico del cansancio de la escritura. En palabras de Invernizzi,“A partir del canto XVI, primero de la segunda parte, la narración alternará diversos cursos narrativos y mostrará las vacilaciones y contradicciones que tiene el narrador respecto de su discurso” y añade que el tópico de la navegación peligrosa se homologará con el de la dificultad de la escritura. Como bien ejemplifica con los siguientes versos, el cansancio y el desencanto del poeta ante los hechos bélicos solo ira en aumento, lo que explica tanto la atracción de los nuevos y diversos hilos narrativos que aparentemente comprometen la unidad del poema, como la crítica cada vez más fuerte al inhumano proceder de las huestes españolas:

¿Todo ha de ser batallas y asperezas,
discordia, fuego, sangre enemistades,
odios, rencores, sañas y bravezas,
desatino, furor, temeridades,
rabias, iras, venganzas y fierezas,
muertes, destrozos, rizas, crueldades
que al mismo Marte ya pondrán hastío
agotando un caudal mayor que el mío?

En la tercera parte de la obra, junto con destacar “el desengaño del mundo” cada vez más profundo y permanente como expresión de la interioridad del poeta y el rechazo que le produce la ignominiosa muerte infringida a Caupolicán, plasmada de manera que “recuerda la del martirio de San Sebastián”, Invernizzi se centra en aquellos pasajes en que Ercilla utiliza la voz y figura del jefe araucano Tunconabalapara denunciar a los españoles como “usurpadores del bien universal”. Estas severas palabras, sin duda van más allá de la crítica a los personajes individuales protagonistas de la guerra de Arauco y alcanzan a la empresa conquistadora imperial en el “nuevo mundo”. Así se lee en la exposición de Invernizzi, en cuanto, a continuación, desde el canto XXXV el discurso autobiográfico adquiere preponderancia en la obra.

Esta secuencia, señala Invernizzi, está marcada por la “experiencia de extravío en un mundo laberíntico donde se enfrenta la inminencia de la muerte” y por los “los temores e incertidumbre con que los hombres enfrentan las situaciones límites de la existencia”. El peligro cesa con la llegada de Ercilla a Ancud, un lugar paradisíaco donde otro español no ha llegado. Sin embargo, junto con la conciencia de encontrarse en un espacio incontaminado por la maldad y la codicia, aparece el reconocimiento de Ercilla de que ese lugar ya no existe, porque ese mundo bondadoso fue destruido por los españoles. Invernizzi expone esta “visión contrastante” del pensamiento de Ercilla con la atracción de los siguientes versos:

La sincera bondad y la caricia
de la sencilla gente destas tierras
daban bien a entender que la codicia
aún no había penetrado aquellas sierras;
ni la maldad, el robo y la injusticia
(alimento ordinario de las guerras)
entrada en esta parte habían hallado
ni la ley natural inficionado.

Pero luego nosotros, destruyendo
todo lo que tocamos de pasada,
con la usada insolencia el paso abriendo
le dimos lugar ancho y ancha entrada;
y la antigua costumbre corrompiendo
de los nuevos insultos estragada,
plantó aquí la codicia su estandarte
con más seguridad que en otra parte.

La parte postrera del poema, hasta donde Invernizzi ha seguido la transformación de la conciencia del poeta, en apretada relacióncon las desestabilizaciones, prisas, condensaciones y errancias del discurso, cierra con la renuncia a la escritura. Así resume Invernizzi el profundo desencanto de la conciencia ercillana:

“Nada permanece en un estado, las mudanzas de Fortuna afectan a todos los componentes del mundo narrativo. Solo permanecen inalterables la sabiduría de Colocolo, la impulsividad e iracundia de Tucapel, el amor inalterable de las mujeres araucanas que persiste más allá de la muerte de sus amados.”

Esa misma Fortuna es la que transforma la conciencia Ercilla, desde su primer convencimiento y exaltación de la grandeza de España, hasta hacer de su poema una de sus más ásperas críticas.“Consecuentemente con ello, el canto inicialmente propuesto se va transformando para rematar en ese llanto final con el que el poeta concluye su poema.”

Y yo que tan sin rienda al mundo he dado
el tiempo de mi vida más florido
y siempre por camino despeñado
mis vanas esperanzas he seguido,
visto ya el poco fruto que he sacado
y lo mucho que a Dios tengo ofendido
conociendo mi error, de aquí adelante
será razón que llore y que no cante.

Por su parte, la historiadora Emma de Ramón aportó la reflexión colectiva con la intervención titulada Ercilla construyendo la geografía de un país. En ella revisa el poema desde el punto de vista de su valor documental y precisamente como crónica, es decir, la relación de los hechos que ahí se narran en el sentido de la verdadera historia que afirma entregar quien los enuncia.

En ese sentido, puntualiza que la “verdad” que hemos encontrado en el poema de Ercilla, como en tantos otros textos escritos a propósito de la empresa de conquista y colonización, debe ser revisada con un agudo juicio crítico, en atención a las funciones que los mismos enunciantes del discurso le destinaron a su escritura. Entre ellas, principalísima fue la de “impresionar favorablemente a ciertas autoridades como el rey, el Consejo de Indias o las autoridades peruanas” para solicitar favores, mercedes y retribuciones concretas. De tal manera, la historiadora advierte sobre el error implícito de levantar una construcción histórica que se base solamente en lo que ahí se nos narra.

Ante el desacierto en el que nos pueden hacer caer textos de tan específica funcionalidad, de Ramón propone un método de análisis que inquiere en los elementos omitidos o implícitos que todo documento y escritura porta. Desde esta perspectiva, de Ramón invita a revisar la idea de patria y de territorio que aparece diáfano tanto en el poema de Ercilla, como en toda la crónica colonial. Construcción esta “… que, desde luego, no existía entre los pueblos que habitaban estas tierras antes de la llegada de los conquistadores y que tampoco se explica al observar la serie de circunstancias políticas que afectaron al territorio durante toda la época colonial y gran parte del siglo XIX”.

La razón es clara, lo que en esas crónicas primeras reconocemos como “Chile”, antes de 1540 “no era para nada una entidad política unitaria que reconociera una cultura y un pasado común y, por tanto, tuviese una noción de territorio como la que puede percibirse desde muy temprano en las cartas y crónicas de los españoles”, especialmente en el poema de Ercilla, donde se proclama la existencia de una Nación araucana previa al avance hispánico sobre estas tierras.

Si todos estos atendibles elementos, incluyendo la distribución territorial y organización administrativa determinada por el imperio para desarrollar la empresa conquistadora, niegan razonablemente la idea de un territorio y de una unidad cultural de los pueblos que se desperdigaban por estos lares ¿por qué, se pregunta de Ramón, el actual territorio nacional se conformó geográfica, simbólica y políticamente de ahí para siempre según la idea poética propuesta por Ercilla en La Araucana?

Antes de entregarnos la razón de esa acérrima voluntad de avanzar al extremo sur, inscrita y donada para la posteridad como territorio nacional por los conquistadores de estas tierras, de Ramón se detiene para indagar en otra cuestión fundamental: ¿Qué importancia tuvo la escritura para los invasores considerando que no existió entre ellos empresa que no contara con un escribano? La historiadora entrega una respuesta valiosa para dilucidar los problemas que la ocupan y para el contexto general y el sentido de este libro: “La palabra escrita, entonces, garantiza la existencia de los actos: lo que está escrito existe, de allí su trascendencia”.

Las crónicas, consideradas como sinónimo de lo verdadero y por ello creadoras de lo real albergan, sin embargo, varios niveles de la verdad. La voluntad de avanzar hacia el sur, nos dice la historiadora, encuentra su razón de ser en lo siguiente: “Si el “Estrecho” podía convertirse en un paso expedito, tal como llegó a serlo durante el siglo XVIII y especialmente durante el XIX, entonces toda la franja de tierras ubicadas a lo largo de la costa del Pacífico tendrían un sentido geográfico estratégico en el camino hacia las islas de la especiería, motor que a fines del siglo XV y hasta antes del descubrimiento de los grandes tesoros argentiníferos de México y el Perú (mediados del siglo XVI), movían todos los intereses de la Corona frente a este enorme continente que se había interpuesto en la ruta”. Ante la evidencia que nos entrega de Ramón, el poema de Ercilla cobra una serie de matices prosaicos y a la vez trágico-poéticos que, lejos de menguarlo, lo hacen más significativo a la hora de indagar en nuestro pasado. El olor de las especies comienza a perfumar tanto muerto, tanto temple, tantas entrañas y miembros desparramados por el campo de batalla, así como esa longura poética que llegó a configurar el territorio nacional. Al olor de la especiería bien podemos pensar que esta codicia, que llevó al mismo Ercilla hacia el espacio paradisíaco de Ancud, es la que denuncia a lo largo de su obra y en su razón augura la destrucción de la bondad que en ese paraje por todos lados se le presenta.

Sin embargo, dice de Ramón, ese proyecto no se concreta “sino hasta la invasión de la Araucanía por parte del Ejército chileno a fines del siglo XIX”, de tal manera que el “Chile de gran longura”, poetizado por Ercilla y símbolo del fracaso imperial, es hecho realidad a sangre y fuego por el ideario nacional, por las élites que lo dirigen y las tropas que lo sostienen. “Antes de aquello, durante los años coloniales, nuestro territorio no pasó de ser dos o tres regiones en las que se asentaron los colonizadores, hibridándose con la población local y con la población africana importada como mano de obra al campo y a la ciudad”. Entre las fronteras de la Serena y Concepción fue entonces que “durante cientos de años se amasó, lentamente, la identidad chilena más tradicional.”

En ese limitado territorio, dice de Ramón, desde Valdivia hasta los cronistas del siglo XVII, germina el “amor a Chile”, indisociable, según su perspectiva, de lo más auténtico y perdurable de la identidad nacional. Ahora bien, si atendemos aquella idea de que solo lo escrito existe o llega a existir, ciertamente a donde debemos volver los ojos es a la obra de Ercilla y,desde ahí, a esa resistencia guerrera y femeninamente amorosa araucana que identifica poéticamente con la idea de Nación. Es decir, a aquello que desde los datos históricos no existía, pero que, evidentemente, en un acto aún velado para nosotros, depone y traspone su “no ser” para convertirse en Chile. En la dilucidación de aquello, quizá se encuentre lo más recóndito y valioso de nuestra identidad nacional.

La historiadora Alejandra Araya participó de la reflexión sobre La Araucana atrayendo los problemas que el poema plantea a la historiografía moderna chilena y a las interpretaciones identitarias que emanan de ella. Desde ahí aborda la disputa entre la poesía y la historia, a propósito de los relatos de origen y las nociones de verdad que ellos comportan.

Araya plantea que, en medio de la “neurosis” desatada por el Bicentenario de la nación, La Araucana constituye “un gran mito de origen todavía sangrante”, cuya presencia en este escenario viene a problematizar máximamente “los arquetipos de las nociones de la historia”. El primer y más fundamental “desdoblamiento histérico” que el poema genera en la historia reside en la cuestión de la “fuente” o validez del medio de prueba. La poesía está excluida por la ciencia de la indagación sobre el pasado, en cuanto es un hecho de la imaginación obediente a las consideraciones de la estética y no a los imperativos de la verdad. En este sentido, la desestabilización que introduce el poema de Ercilla no es menor. Desde el inicio, el enunciante del poema “testifica presencia”, presentándose ante la historia como un sujeto autorizado por los principios científicos que ella misma impuso desde el siglo XIX.

Para abordar este espinoso asunto, Araya atrae a don Andrés Bello “por lo demás muy al caso, puesto que publica el texto fundacional que hace fundacional al texto de la Araucana: ´La Araucana por don Alonso de Ercilla y Zúñiga´”, donde, además, se realiza la famosa identificación de La Araucana con La Eneida de Virgilio. Araya llama la atención sobre un hecho absolutamente pertinente no solo para examinar el “divorcio” entre la poesía y la historia, sino para conocer la razón del descrédito que padecen otros textos escritos en nuestra colonia. Para Bello y la historiografía que siguió sus planteamientos en Chile y Latinoamérica, la cercanía a los hechos distorsiona la visión del testigo y compromete esa “objetividad en grado cero” que el prócer de la ciencia histórica latinoamericana propone como el más preciado bien del historiador.

Siguiendo el afán de Bello por separar “el grano de la paja”, la poesía de la verdad, Araya expone las principales ideas en las que Bello justifica la actividad de dilucidar el pasado de los pueblos basada exclusivamente en los instrumentos de la ciencia. Desde la perspectiva del historiador, La Araucana es defendible por su condición de escritura, esto es, por fijar los hechos y defenderlos de la inestabilidad, adulteraciones y “patrañas” que les infringe la oralidad. Sin embargo, pertenece al acervo de de la “historia versada” que contamina la verdad de lo acaecido con “cuentos maravillosos”, leyendas y con las creaciones fabulosas del propio espíritu del poeta. Si bien, nos dice Araya, Bello reconoce “el valor de narrar” en el poema de Ercilla, no explica en ello la reincidencia de la materia poética en la cultura nacional, ni su constante aparición “en las construcciones de sentido de la “nación chilena”. El poema permanece y se actualiza, según su destacado comentarista, porque en él se encuentra “el amor a la humanidad y el culto a la justicia” y porque reconoce el valor de “los vencidos”.

Con la explicación de los núcleos fundamentales de su artículo titulado La Araucana, cantos al cuerpo del delito y disputas entre literatura e historia, Araya deja en claro la perspectiva ideológica que funda la historiografía moderna en Chile. Es claro que no es a ella a quien debemos recurrir si es que el espíritu que nos impulsa es abordar positivamente los conflictos entre el ideario de la Nación y la diversidad identitaria que la habita. Tampoco es el lugar para escuchar respetuosamente todo aquello de nosotros mismos que se encuentra en la oralidad de “¿los vencidos?” y en los registros poéticos nacionales, en razón de que ese universo está invalidado, expulsado de la categoría de “verdad objetiva” que nos donó don Andrés Bello. Más aun, no podríamos hacer un examen del Chile contemporáneo, que ha basado su rearticulación democrática y nacional precisamente en la declaración y cercanía del testigo con los hechos. Ciertamente, esa perspectiva aleja a la verdad de la justicia; es decir, de su forma de existir en las Naciones.

Posteriormente, Araya introduce el concepto de “icono cultural” propuesto por Rolena Adorno y el de “reverso crítico de la conquista” de RodrigoFaúndez para aproximarse desde ellos a la significación que tiene entre nosotros el famoso poema. A partir de esas perspectivas engarza a La Araucana con “el canto de una crítica a una nueva forma de guerra, destructiva en sus armas”. Con esta “nueva guerra” -como la llama el poeta-, aparecen según Araya “otras formas de concebir el cuerpo y otras formas del dolor para los pueblos americanos”. Se trata –quizás hasta hoy- del cuerpo indígena devenido en americano, que surge -como despojo- de nuevas formas de morir o de temer.De tal manera -y esto involucra sin duda al poema-, el cuerpo “se hace presente tanto como retórica del cuerpo épico y estetización del Otro. Y como fantasma del Otro. La historia en verso o la historia de la verdad histórica, clama por la identificación fantasmática con lo que ya no está o lo que siente como una falta. Y allí el “cuerpo” opera también como paradoja, es una falsa evidencia material”.

En consecuencia, Araya propone el cuerpo como “categoría o eje cosmogónico” que interesa para “cuestión de la verdad histórica” y, en este sentido, a La Araucana como “cuerpo de un delito” que circula hasta hoy entre nosotros y aparece como “convidado de piedra”, pero con mucho que decir en medio de la celebración bicentenaria.

Bernardo ColipánFilgueira, poeta e historiador mapuche, intervino en las discusiones sobre la identidad chilena contemporánea con un trabajo tituladoLa Araucana, su Golem y la metáfora de su memoria quebrada. En él muestra la relación entre la memoria y el olvido, recalcando la importancia que tiene para la primera la disposición ordenada de los hechos. Aquí apunta a un elemento que va a ser fundamental en toda su argumentación; esto es que más allá de la recordación de los hechos, el fin último de la memoria es su ordenación.

Desde esta perspectiva, propone que el poema de Ercilla constituye el primer relato ordenador y totalizante de una memoria dispuesta según los intereses y directrices propios de una relación entre una etnia dominante y otra subordinada.

“Aun así-nos dice Colipán-, en sus primeros cantos se advierten todos los aspectos sociales aún presentes en la sociedad mapuche actual.Es posible, por lo mismo, reconocer la autoridad de los Lonko y la existencia de los Kimche e identificar una nación articulada en Aillarehue capaces de movilizar a todo un pueblo desde el PikunMapu hasta el WilliMapu; junto a ello se advierten normas establecidas y cohesionadas en una estructura socio-cultural llamada Ad Mapu. Todas estas son situaciones que llamaron mucho la atención al poeta, lo que permite suponer que estuvo asesorado por Weupife y soldados veteranos”.
.

A pesar de este conocimiento expuesto en el poema, reconocible hasta hoy para el propio pueblo mapuche, Colipán afirma que al inscribir al Otro, Ercilla se arrogó el poder de establecerlo de una determinada manera y de ordenar su mundo según los principios y dictámenes de su propia cosmovisiónpatriarcal. Este poder que otorga la escritura de dar ser y existencia a las cosas, es el que heredará “la pluma del estado nación” para forjar la “imagen letrada” y republicana del mapuche en conveniencia con su “construcción de un ideario nacional”.

El relato del poema -foráneo, fundacional, totalizante y por ello hegemónico- que a lo largo de la historia enfrenta la conciencia mapuche con la construcción simbólica de la cultura dominante, requiere, según la postura de Colipán, una lectura estrecha con las otras escrituras que se le fueron adicionando desde el centro mismo del ideario nacional.

En esta dirección, el historiador destaca que el fenómeno escritural que poetiza la historia e historiza la poesía, elevó al mapuche a un rango mítico legendario vigente desde la conquista hasta hoy. “No cabe duda que La Araucana fue capaz de producir ciertos tótems, o figuras arquetípicas que cada cierto tiempo reflotan en el imaginario nacional”. Sin embargo, la elevación poética realizada por Ercilla, ha servido a la causa republicana para ocultar y manejar según sus propósitos “la condición concreta reservada al indígena real por la institución chilena”. Si, por un lado, la causa independentista asumió ejemplar, simbólica y poéticamente la resistencia del pueblo mapuche eternizada por Ercilla, por otro, la misma oligarquía criolla abominó de cualquier nexo concreto -partiendo por los rasgos reciales- que pudiera vincularla con el indioy su índole moral execrable, “enemiga de la humanidad y del bien de la civilización”, como sostiene, por ejemplo, el pensamiento de Vicuña Mackenna.

En medio de los ires y venires de las retóricas nacionales y su doble enunciación mítica-imaginaria y avasalladora-real, lo que interesa a Colipán es establecer la situaciónadversa de la Nación mapuche en medio de la Nación chilena, así como develar los conflictos que median entre ellas. Sin dejar de mencionar el asunto del apoyo mapuche a las tropas imperiales, contrario en todo sentido a los ideales independentista, Colipánseñala que ya en la república“el primer regimiento que ingresa al territorio es el regimiento Caupolicán y ese mismo año la Guerra de la Pacificación se halla consumada”.

Frente a esta realidad antagonista, plagada de conflictos desde la colonia hasta hoy, Colipán anuncia que “existe en la actualidad, una liberación epistemológica puesta en marcha por la poesía mapuche contemporánea en su afán de matar al padre del primer poema escrito desde el territorio mapuche. Esta ha consistido en desarticular la creencia en una imagen propia, que no era más que un reflejo de la manera en que el discurso colonial ha producido un Golem y sus agentes subalternos”.

Matando parcialmente al primer padre poético, o más bien apropiándose de la imagen plasmada por él en la propia lengua y a servicio de la propia cosmovisión, acciones tales como la traducción al mupudungún de los cantos más significativos de La Araucana para el pueblo mapuche, la constitución de redes de poetas y la participación en debates postcoloniales, son las que está llevando adelante esa transformación epistemológica que nos anuncia Colipán.
Poetas y artistas visuales, representantes de ese movimiento epistemológico, que sin duda está renovando con nuevas luces la poesía y las artes visuales chilenas contemporáneas, participaroncon otras visiones poéticas de la reflexión colectiva sobre la identidad nacional. Para contradicción del curso histórico que ha seguido el conflicto mapuche, el resultado de ese amplio diálogo no fue la guerra, sino que más bien -y para ejemplo de las dos Naciones- se ejerció desde la paz, la hermandad y la comunión poética.

La profesora y medievalista María Eugenia Góngora, si bien no participó del trabajo del taller, contribuye a este libro con un artículo titulado La Araucana: Lamento, Epopeya y Resistencia. Este trabajo, regido por un epígrafe de David Quint, Góngora incorpora las visiones críticas de C.M Browa, Paul Zunthor entre otros medievalistas, para manifiestar la dimensión política de la épica, en tanto discurso que expresa la “agresividad viril” puesta al servicio de una empresa de apropiación bélica de territorios.
En este sentido, se plantea que, más allá del tradicional tópico de alabanza a los bárbaros-Otros-enemigos, con el que el circuito épico finalmente engrandece al vencedor, lo que realmente distingue los bandos en conflicto y a los sujetos heroicos que los lideran, es el establecimiento del “derecho y “razón” que representan. En este punto, nos aclara Góngora, el narrador épico compromete una posición política e ideológica en el que la religión y las creencias constituyen verdaderas “armas de guerra” en el complejo discurso épico.
De tal manera, el poema épico no solo es un campo textual marcadamente político donde se despliega el conflicto entre “Nosotros” y los “Otros”, y en el que ambos bandos se enfrentan por un mismo territorio geográfico y simbólico. Además, como estableció el filósofo André Glucksmann, es una “matriz fundamental de comunicación”, donde finalmente prevalece, se asienta y valida en el orden del derecho la versión del vencedor. Sin perjuicio de lo anterior, en ese mismo campo textual no dejan de escucharse las “narrativas de los vencidos” y la “mala conciencia del poema”, tal como evidencia Góngora al centrar luego su trabajo en la figura aterradora de Galvarino maldiciendo a los conquistadorescon las manos cortadas, así como en la resistencia de las mujeres araucanas.
Hacia esa matriz comunicacional y fantasmal de La Araucana, donde la retórica imperial aún se debate con su “mala conciencia” y continúa en guerra abierta con la “narrativa de los vencidos”, nos conduce toda la argumentación de este artículo. Aun cuando la profesora Góngora no participó directamente del taller, su sugerencia concuerda plenamente con los debates realizados a su interior y se comprueba en los trabajos poéticos que emanaron de él.

Al final de este prólogo y comentario del proceso que dio a luz este libro, debo resaltar que más y más allá del poema que nos convocó, lo más estimable del proyecto “Taller de relectura y reescritura de La Araucana”, fue la experiencia del diálogo firme y claro en el que todas las propuestas creativas e intelectuales expresaron su visión de la identidad chilena actual, así como el respeto con que fueron escuchadas por esa comunidad en la que todos fuimos fraternamente Otros entre nosotros.

Sólo me resta por agradecer a todos y cada uno de los poetas, artistas visuales y académicos que aceptaron la inusitada invitación a participar de esta experiencia. Asimismo, a todas las instituciones que la hicieron posible.

Talleristas:
Soledad Fariña
Maribel Mora Curriao
Javier Bello

Poetas:
Paula Ilabaca
Gustavo Barrera
Elvira Hernández
Ivonne Coñuecar
Cesar Millahueique
Rodrigo Olavarría
Julio Carrasco
Jaime Huenun
Juan Santander
David Preiss
Marina Arrate
Verónica Jiménez
Damsi Figueroa
María Teresa Panchillo
Cesar Cabello
Damaris Calderón
Clemente Riedemann

Artistas Visuales:
Lorena Lemunguier
VoluspaJarpa
Bernardo Oyarzún
Bernardo Guzmán

Académicos:
Lucía Invernizzi Santa Cruz
Emma de Ramón
RaizaKordic
Alejandra Araya
Bernardo Colipán
Bernardo Subercaseaux

Ayudantes:
Megumi Andrade
Nicolás Labarca

Dirección General:
Luz Ángela Martínez

Instituciones Auspiciadoras del Taller:
Consejo Nacional del Libro y la Cultura.
Programa Orígenes. Conadi.
Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile

Patrocinio:
Comisión Bicentenario del Gobierno de Chile

Agradezco especialmente a la Caja de Compensación La Araucana a cuyo respaldo debemos este libro.