Clemente Riedemann
Ponnies
¡Arre, arre caballito!
¿Vendrás conmigo a esta batalla?
Los portones se han abierto, las hojas se arremolinan
en el patio
y yo vuelvo a casa para buscarte
en la enredadera
que cubre ahora el muro ensangrentado.
El carretón del panadero por las calles del barrio,
las tapas de cuero cubriéndote los ojos.
A expensas del azar, el desasosiego.
Tu olor impregnando el aire tibio de la tarde,
un olor que me decía “soy antiguo y salvaje”.
La mano sobre el pelaje húmedo,
el latido de tu lejano corazón.
Yo mismo era un caballo
dando trotecitos por el patio.
Deseos de galopar, correr desnudo por los campos
caballo sin carreta, la rienda suelta,
hediondo
ponny loco.
¿Dónde estás, caballito?
¿Me acompañarás de nuevo en la brega?
Equus
Lincoyán el hermoso de la arboleda
prefería hacerlo
bajo los coigües.
Apretábales los pechos contra la madera
y entraba en ellas como si entrase
en un fuerte winka
gritando a todo galope
sin remilgos
porque era salvaje y le gustaba
la sumisión de las yeguas.
“Hubiese querido que me patearas
pero al final te pateé yo
tú pateaste el polvo entonces
nos agarramos a patadas / puteadas
paletadas nadie dijo nada / hubiese querido
que ambos nos pateáramos de suyo sincronizados
pero al final polvo / puteadas /
patadas por piernas solas
cada uno por su cuenta.”
Cuando Lincoyán se fue a la guerra
a solas
quedaron las hembras
y en las chozas de ellas
de día o de noche
entraba cualquiera,
incluso los mansos
los sumisos
los que se enamoran
los mendigos.
Varias de entre ellas se marcharon
a lejanas estepas
a cabalgar en vagos, ocasionales
jamelgos sin traza
mientras Lincoyán, el hermoso,
perdía un ojo en las trincheras.
“Déjame libre y verás como vuelvo a ti
más galopada
pero más caliente
como te gustan a ti, Lincoyán
las otras yeguas.”
Mas, no estaba el héroe
para entender fábulas.
Al volver las persiguió
una por una
y allí,
en la arboleda,
atacó desde atrás
como lo hacía en la guerra.
Desangradas fallecían las yeguas.
Kawellu
I (Coñaripe)
Dice que su tío le dijo: “Oye paisana, sale de la ruka porque he venido a echarla abajo.” La india no le creyó. Se quedó sentada junto al fogón bebiendo de su mate.
Dice que su tío se acercó a las ascuas, cogió la tetera y vertió el agua sobre la lumbre, hasta que el humo envolvió el cuerpo de la mujer. “¡Malo, malo! ¡Me haces esto porque estoy sola!”
Entonces dice que su tío le dijo que salió y extendió el lazo desde el caballo hasta el pórtico de la ruka, donde la ató a uno de los postes. La mujer trató de golpear al hombre con un hualato, pero éste esquivó el envío, le quitó la herramienta y la arrojó al corral de los chanchos.
También dice que su tío le dijo que cuando trepó a la montura y comenzó a tirar de la cuerda, las patas del caballo se hundieron en la tierra y que relinchó un rato, pero que igual el poste comenzó a ceder y la ruka se vino abajo.
Dice que su tío le dijo que la mujer se puso a dar saltos, que se agarraba la cabeza gritando “¡Malo, malo!”. Que después se alejó en silencio, que se volvió para mirar desde lo alto y que vio como el fuego hacía su trabajo.
También dice que su tío le dijo que sentía un poco de pena por la india, pero que estaba tranquilo porque ya le había dicho varias veces que se fuera. Y que sacó unos Monarch. Y que los fumó despacio.
II (Jack Lemmon)
Se había aguantado de llorar porque quería pensar la película entera.
Después quizás podría soltar un par de lagrimones, quien sabe.
Así que se atrincheró en su si mismo
abrió bien los ojos / los oídos durante el film.
A su alrededor se oían gemidos y sollozos.
Algunos iban hasta el retrete para llorar a solas
cómodamente / sonarse las narices, en fin,
mirarse en el espejo para ver si eran ellos mismos todavía.
Al regresar parecían repuestos, pero al cabo
tornaban a los gimoteos.
De cuando en cuando, la mujer sentada a su lado le pellizcaba en el brazo:
“No puede ser que no sientas nada” le decía,
mientras secaba sus lágrimas con el dorso de la mano.
Entonces sucedió algo terrible.
Jack Lemmon iba con su nuera desafiando el toque de queda cerca del amanecer.
Se escucharon varios disparos /el ruido de un motor acelerando su marcha.
Doblando la esquina irrumpió un caballo a galope tendido.
Era blanco, las crines al viento, las patas eléctricas/elásticas
golpeando con fuerza contra el cemento.
Algo ocurrió con el tipo, no sé, como si se le hubiese roto
una cañería en el pecho. Para cuando pasó el jeep
con los soldados disparándole a la bestia
él ya tenía los ojos llenos de lágrimas.
Así que se fue al baño/ lloró a solas un buen rato
primero con estertores, luego con gemidos
que iban aumentando gradualmente de volumen
hasta que se cansó de sujetar / dio rienda suelta al llanto
“¡Ábreme la puerta!” gritó la mujer.
Dicen que eso es lo que él hizo. Que cuando tenía la cabeza
apoyada en su regazo, se oía un galope cada vez más cerca.
Que el caballo entró por la ventana del baño.
Que cuando la bestia se detuvo junto al hombre
éste trepó de un salto / espoleó fuerte
salió a todo galope en dirección de la puerta del patio
hasta perderse en la noche infinita
a salvo de las balas / las imprecaciones / los malos tratos.
III (“¡Arre, Plata!”)
Entonces entraron con Plata en el ministerio de hacienda y dijeron:
“Lo han hecho bien, pero no servirá de nada,
pues muchos aún no tienen ni un duro allá afuera
y no pueden ser dueños de sus vidas”.
Acto seguido se metieron en un ascensor / treparon al cuarto piso
(la cola de Plata quedó atascada en una puerta)
“¿Cuál es la oficina del ministro?” –preguntó el caballo.
“Segunda puerta a la derecha” respondió una chica con gafas.
Y fueron por esos pasillos dispuestos como colmenas
con agujeros numerados a uno y otro lado.
“Oye ministro” le dijeron “que bonita corbata que llevas”.
El tipo los miró desde sus azules / les obsequió con una sonrisa.
“Tengo una reunión ahora –dijo-
pero puedo recibirles otro día”.
Desapareció por la puerta interior oculta tras unas cortinas.
“Vámonos de aquí” gruñó Plata, malhumorado.
Así que volvieron grupas / bajaron por las escaleras
ante la expectación de los funcionarios
que les tomaban fotografías con las cámaras de sus teléfonos móviles.
Al poner las patas en el primer nivel vieron que la puerta de acceso
estaba bloqueada por la policía,
los reporteros,
gente de producción de TV.
Así que hubieron de irrumpir
no sin estrépito
a través de los ventanales
zigzagueando entre alegorías y metáforas
hasta dar con la avenida
por la que huyeron sin que nadie pudiese dar con sus paraderos.
Caballeros
Y cabalgaron y cabalgaron durante dieciséis días diecisiete
noches por los campos bajo el sotobosque
los caballos y sus sombras
las sombras de los jinetes sobre los caballos
de modo que en las sombras de la noche parecían cientos
y a la luz del día el doble de lo que en realidad eran.
Encontraron por los caminos
cientos de nativos ocultos en los matorrales
e iban a ellos / les cortaban los brazos
las cabezas y luego hacían
lo que querían con las mujeres de los indios
acto seguido las despanzurraban
allí mismo
para que no engendrasen hijos
malditos hijos de la violencia
y prendían fuego a los choceríos,
como se hace en la guerra
como se conquista el cielo.
Pero entre ellos había uno que cortaba
versos.
Los cortaba de ocho en ocho y luego los juntaba por decenas.
Eran versos reales
(porque contaban lo que estaba viendo)
que guardaba en un morral / luego iba con los demás
para seguir matando
(que era el trabajo principal)
La poesía abriéndose paso
entre borbotones de sangre.
Allí, entre asesinos, hubo lugar para un poeta.
Así que estas palabras saben como el ñachi
que es el sabor que tienen las cepas nuestras
en el horroroso Chile sin indios
con carmenéres y syrahes
a precio de oferta en los supermarket.
Kurilonkos today
I (Araucanía)
allá vienen de nuevo
las oleadas sucesivas
vigorosas
persistentes
un oleaje de allá
del más allá
pelantareándonos
en súper buena onda
allá viene de suyo
cabizbaja
la estirpe
con sus palos / sus infames gritos
a matar caras pálidas
con sus propios gases
sus tanquetas
sus dioses mismos
i mesmas leyes
republicanas
allá viene la prehistoria
a ganar la calle
entrando en los malls
con invictos
caballares
reyno pobre es éste
pobre reyno
tan católico
jesús amigo que no falla
esparciendo agua
bendita
con zorrillos
sobre los fusiles
contra la especie humana.
II (Octavas reales y fantásticas)
No temas no moriremos dos veces.
De cómo el pobre don alonso, tan ercilla, prisionero fuere de la octava, rimando un tiempo y el otro.
“…Andaba la vitoria así igualmente:
mas gran ventaja y diferencia había
en el número y copia de la gente,
aunque el valor de España lo suplía;
pero el soberbio bárbaro impaciente
viendo que a un nuestro ciento resistía,
con diabólica furia y movimiento
arranca a los cristianos del asiento…”
(La Araucana, 665/672)
No confíes podrías sobrevivir.
De cómo el pobre riedemann, tan clemente, cautivo resultó de la mestura, entre indios i castellanos.
“…Si el mundo no te acepta como eres
tienes ya que inventarte un mundo propio
o vivir como un esclavo sin genes,
en el inventado mundo por otros;
ve tú a saber lo que más conviene
si es que tu saber es el de los potros,
que van lo mismo recto hacia las yeguas
que a los dolores duros de la guerra…”
(Caballares, 451/458)