La Araucana, cantos al cuerpo del delito y disputas entre literatura e historia

 

Alejandra Araya Espinoza

 

Por su compleja estructura textual, La Araucana ha sido objeto de plurales interpretaciones y variadas discusiones: género literario al que se adscribe, carencia de unidad y diversidad de asuntos que relata. Crónica rimada de los primeros años de la conquista de Chile, poema épico que destaca valores heroicos y que enaltece a ambos bandos contendores y funda los orígenes heroicos de Chile o proclama la grandeza del imperio español del siglo XVI.

Para apreciar  la diversidad de interpretaciones que ha tenido el poema de Ercilla, remito a los textos de Frank Pierce, La poesía épica del Siglo de Oro,; de Fernando Alegría, Poesía Chilena, capítulo primero; Introducción a la edición de La Araucana de Isaac Lerner y MarcosMorínigo, publicada por Castalia, l983.

Teniendo en consideración algunas de esas interpretaciones, centraré  mis proposiciones de lectura de La Araucana en la figura del narrador del poema.

Un aspecto, aparentemente menor, que importa considerar para abordar el tema del narrador de La Araucana, es el que concierne al largo período que cubre la creación de la obra y su publicación.

Según datos biográficos y referencias contenidas en el propio poema, Ercilla llega a Chile en l557, en el contingente que trae García Hurtado de Mendoza desde Perú, donde su padre, el virrey, lo designa Gobernador de Chile. Permanece en territorio chileno hasta fines de l558. Conforme a lo dicho en el texto, en esa época se habría iniciado la escritura de la obra, la que se habría continuado en Perú y en España, posteriormente, hasta la publicación de la versión completa de tres partes y 37 cantos que se produjo en un lapso de 20 años: l569, la Primera  Parte; 1578, la Segunda; 1589, la Tercera.

Este largo proceso explica las transformaciones que el poema va experimentando, las que se registran en el poema mismo, el que contiene múltiples momentos metadiscursivos, de reflexión sobre el texto y de registro de los desvíos que va experimentando el plan original. Dichos momentos son importantes para apreciar la singularidad de la obra.

Para reparar en ello, hay que partir por el exordio, constituido por las cinco primeras estrofas del poema. En las dos primeras, replicando negativamente a Ariosto en Orlando, se propone la materia bélica, valorada en su dimensión heroica, como objeto del discurso. Ello se relaciona con declaraciones del Prólogo en las que se enfatiza que tratará historia verdadera y de cosas de guerra a las que hay muchos aficionados y que la escritura viene a satisfacer las importunaciones de  testigos y a no permitir el agravio que muchos españoles sufrirían al quedar sus hazañas en completo silencio, no por ser pequeñas sino por lo remoto de la tierra.

Estas declaraciones, contenidas en el Prólogo, articulan la obra con la literatura histórica que se produce a raíz del descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo.

En ella, se proponen historias verdaderas, aun cuando pudieran aparecer como obras de encantamiento, como las del libro de Amadís, según la frase de Bernal Díaz del Castillo. Historias verdaderas, narradas por sus propios protagonistas y testigos para rescatarlas del olvido y registrarlas para la posteridad, con el fin de conferirles la fama que merecen. Estos llegan a ser tópicos de esa literatura. En el caso de Chile, se agrega a esas motivaciones para narrar, el hecho de que la lejanía del territorio dificulta la información y el conocimiento sobre él y sobre lo que en él acontece, a lo que se suma que la denodada guerra que los españoles deben sostener en esta tierra, no deja casi lugar para la escritura. El tópico se hace presente en Valdivia, en Vivar, en Góngora Marmolejo.

Lo propuesto califica los hechos a narrar como proezas y valor de los españoles y también COSAS HARTO NOTABLES, EMPRESAS MENORABLES DE LOS ARAUCANOS, que merecen celebrarse. Desde la proposición se plantea el protagonismo colectivo. Solo episódicamente se destacarán figuras individuales.

Hay conciencia que lo propuesto como materia del canto rompe con convenciones que establecían que el canto heroico, así como la literatura que busca conferir fama, están reservados a altos dignatarios. De allí las declaraciones del Prólogo donde se elogia el carácter guerrero de los araucanos, su espíritu libertario y la denodada defensa de su territorio:

Y si alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más estendidadmente de lo que para bárbaros se requiere, si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles.

 

 

El apego a la verdad fundada en la experiencia del testigo y el relieve de la dimensión bélica se reiteran en las estrofas siguientes del exordio que mezclan  términos de dedicatoria a Felipe II con la clásica invocación necesaria al poema épico.Se advierte en ello ecos de la Farsalia de Lucano, de Ariosto y de los romanzi italianos del Renacimiento, que constituyen innovación de la épica clásica homérica y virgiliana. Ambas tradiciones se recrean en La Araucana, además de la verista de la épica castellana.

Otro aspecto del discurso que vincula con la literatura histórica del descubrimiento y la conquista es el que se refiere al destinatario del discurso: el monarca español, al que el narrador apela en reiteradas oportunidades y en quien se representa a ese receptor europeo que no conoce la realidad sobre la cual habla el enunciante y al que hay que dársela a conocer.

Por ello, el discurso propiamente narrativo-descriptivo se inicia con los citados versos CHILE, FERTIL PROVINCIA… que identifican el escenario y caracterizan al pueblo araucano: bárbaros, sin Dios ni ley, servidores de Eponamón, el demonio, pero eximios guerreros, defensores de su tierra y libertad, además de contar con una organización social fundada en los méritos. Se comprueban esos rasgos con una sucinta narración de la historia prehispánica de Arauco que revela su carácter indomable, que ha resistido todos los intentos de sojuzgarlo, incluidos los del Inca y también los de Almagro.

Luego de esa introducción a la historia, la narración refiere el éxito de Valdivia que ha logrado lo que nadie había alcanzado: imponer su dominio sobre Arauco. Los sucesos se enunciarán desde una perspectiva en que resuenan ecos lascasianos, la concepción providencialista y la relativa a la Fortuna. Desde ellas, se atribuye a la voluntad de Dios, el éxito inicial que se transforma en sucesión de derrotas por el comportamiento codicioso y soberbio de los españoles, determinantes de que Dios haga de los araucanos CUCHILLO Y ASPERO VERDUGO de los españoles.

El desarrollo de la guerra, luego de la caída de Valdivia, será presentado como ejemplo de las mudanzas de Fortuna, a la que todo está sometido y que se constituye en una especie de ley que rige el mundo narrativo de La Araucana, tanto a nivel de los dos colectivos en pugna como de los destinos individuales, incluido el mismo Ercilla, protagonista, testigo y poeta de La Araucana.

Desde esa perspectiva, la narración, desde el canto II hasta el XII, muestra el declinar de las fuerzas españolas en la sucesión de derrotas que se inician con la batalla de Tucapel que termina con la vida de Valdivia y, en contraste, el ascenso araucano desde el momento en que en la junta, consulta o concilio de caciques se designa, mediante la prueba del tronco, a Caupolicán como conductor de las tropas. Se condensa en los retratos de los personajes, esta mudanza de Fortuna. El prestigio inicial de Valdivia, canto I, cede en el canto II, donde encontramos una caracterización fuertemente crítica.                                     

Valdivia, perezoso y negligente,

Incrédulo, remiso y descuidado

Hizo en la Concepción copia de gente,

Más que en ella, en su dicha confiado;

El cual, si fuera un poco diligente,

Hallaba en pie el castillo arruinado,

Con soldados, con armas, municiones,

Seis piezas de campaña y dos cañones.          

En el sector araucano del mundo, el narrador destaca  variadas figuras a las que presenta, siguiendo los modelos del catálogo de las naves de Homero, en la medida en que  van concurriendo a la junta. Entre ellas destaca al sabio ColoColo, al iracundo Tucapel, a Caupolicán, vencedor de la prueba de quien entrega el retrato.

Tenía un ojo sin luz de nacimiento

Como un fino granate colorado

Pero lo que en vista le faltaba

En la fuerza y esfuerzo le sobraba.

Era este noble mozo de alto hecho,

Varón de autoridad, grave y severo,

Amigo de guardar todo derecho,

Áspero, riguroso y justiciero;

De cuerpo grande y relevado pecho,

Hábil, diestro, fortísimo y ligero,

Sabio, astuto, sagaz, determinado

Y en  casos de repente reportado.

Sin embargo, en la narración de hechos, no será Caupolicán, sino Lautaro, la figura relevante del sector araucano. Es el personaje decisivo en la batalla de Tucapel y el símbolo del valor y arrojo que llenará de pavor a los españoles. Designado por Caupolicán como capitán y su teniente, es Lautaro el verdadero conductor de los araucanos en las batallas de Andalicán, en el asedio a Penco que determina la huida de los españoles haciaMapochó, en la Imperial y en los enfrentamientos que se producen en el avance hacia Santiago. De él, el narrador dirá:

Fue Lautaro industrioso, sabio , presto,

De gran consejo, término y cordura,

Manso de condición y hermoso gesto,

Ni grande ni pequeño de estatura;

El ánimo en las cosas grandes puesto,

De fuerte trabazón y compostura;

Duros los miembros, recios y nervosos,

 Anchas espaldas, pechos espaciosos.

Sin embargo, como desde la perspectiva del narrador, nada permanece en un determinado estado, pues  Fortuna muda todas las cosas, la situación de los araucanos empieza a variar en el avance hacia Santiago. Ya hay indicio de eso en la batalla de Imperial, donde un hecho prodigioso impide el triunfo araucano, pero es en el avance  hacia Santiago donde el curso de los hechos se modifica. La hueste que acompaña a Lautaro no representa a lo mejor del pueblo araucano:

Los que Lautaro escoge son soldados

Amigos de inquietud, facinerosos,

En el duro trabajo ejercitados,

Perversos, disolutos, sediciosos,

A cualquier maldad determinados,

De presas y ganancias codiciosos,

Homicidas, sangrientos, temerarios,

Ladrones ,bandoleros y corsarios.

Con esta buena gente caminaba

Hasta Maule de paz atravesando

Y las tierras, después, por do pasaba

Las iba a fuego y sangre sujetando.

Por otra parte, el narrador observa que los triunfos también han desencadenado entre los araucanos, soberbia (llegarán hasta la misma España, para vencer a Carlos V), rivalidades, ambiciones. Pero será el descuido del capitán en su reducto del río Claro, el determinante de su ruina. El jefe militar, distraído por el amor de su mujer, Guacolda, y presas ambos de funestos presentimientos, no puede resistir el ataque por sorpresa de las tropas españolas comandadas por Francisco de Villagrán y cae muerto al inicio de la batalla que cambia el curso de los hechos. En el inicio del catan XIII, el narrador, una vez más, advierte acerca de los designios de Fortuna:

¡Oh, pérfida Fortuna!, ¡oh, inconstante!,

¡Cómo llevas tu fin por punto crudo,

que el bien de tantos años, en un punto,

de un golpe lo arrebatas todo junto!

Termina así, en el canto XIV, la secuencia narrativa iniciada en el canto II que muestra el ascenso araucano. La narración se caracteriza por estar sostenida por una voz que declara referir la verdad de los hechos, según constan en el conocimiento de quienes tuvieron participación en ellos como testigos y de quienes él ha extraído aquello en lo que hay más concordancia. El narrador manifiesta, además,  clara conciencia de que no está escribiendo historia, pues remite a historiadores como Calvete de la Estrella para aquellos que se quieran enterar de sucesos o detalles que él  no ha seleccionado en la versión que entrega de lo acontecido. Con el fundamento de ese conocimiento, el poeta construye un mundo narrativo en que destaca los valores marciales, cuestión que se revela en la narración de las batallas, en las que emplea una tradicional técnica que da una visión de conjunto para destacar luego figuras individuales en actos de valor, arrojo y fortaleza que, desde su perspectiva, deben enaltecerse y registrarse para la posteridad. Pero, a la vez, manifiesta su repulsa por todos aquellos actos de crueldad y excesos que se cometen en la guerra, los que son objeto de detallado y cruento registro. Un punto relevante es el que concierne a los vicios que ensombrecen todos los triunfos, de ambos bandos, pero especialmente, de los españoles: codicia y soberbia que, desde la perspectiva providencialista, constituyen el fundamento de la acción de la divinidad, quien interviene en los hechos para castigarlos. Articulado con ello, la acción de la Fortuna, mudable diosa o rueda en permanente girar que condiciona todos los destinos. Las figuras protagónicas de esta primera parte, Valdivia, Lautaro, así lo manifiestan.

Pero en el canto XII se empiezan a producir importantes modificaciones en la historia que se narra, y sobretodo, en la posición y perspectiva del narrador. Explícitamente ello se declara. Por una parte, se deja interrumpido el relato de lo que acontece en las riberas del río Claro para introducir la narración de los sucesos del Perú donde las querellas entre conquistadores han determinado designar a don Juan Andrés Hurtado de Mendoza como virrey para que imponga el orden de la monarquía. Pero lo más significativo es que empieza a cambiar la posición e identidad del narrador. Se incorpora el testigo y protagonista a la situación enunciativa que sigue teniendo como destinatario a la persona del rey.

Hasta aquí lo que en suma he referido

yo no estuve, Señor, presente a ello

y así, de sospechoso, no he querido

de parciales intérpretes sabello;

de ambas las mismas partes lo he aprendido

y pongo justamente solo aquello

en que todos concuerdan y confieren

y en lo que en general menos difieren.

Pues que en autoridad de lo que digo

vemos que hay tanta sangre derramada,

prosiguiendo adelante yo me obligo

que irá la historia más autorizada,

podré ya discurrir como testigo

que fui presente a toda la jornada,

sin cegarme pasión, de la cual huyo,

ni quitar a ninguno lo que es suyo.

Otro cambio que anticipa lo que acontecerá en las partes II y III es el relativo a la incorporación del tema amoroso, categóricamente descartado en la proposición del exordio. La conclusión del canto XII, luego de narrar el episodio de Lautaro y Guacolda, establece el tránsito hacia lo que acontecerá en lo concerniente al tema amoroso en la segunda parte del poema y en la tercera. Dice el poeta:

Pero ya la turbada pluma mía

Que en las cosas de amor nueva se halla,

confusa, tarda y con temor se mueve

y a pasar adelante no se atreve.

Pero efectivamente se atreve, pues el exordio del canto XV, final de la primera parte, está dedicado al amor, como tópico literario y opción para su propio discurso, si bien afirma que deberá seguir lo prometido, es decir, la narración de sucesos bélicos.

Además de la incorporación del tema amoroso y de la integración de las dimensiones del testigo y protagonista en la perspectiva del narrador, a partir del canto XII, se produce, variaciones en la historia que el enunciante se ha propuesto narrar. Deja en suspenso la narración de los sucesos de la guerra de Arauco, para referir los relativos al virreinato del Perú.

Quiero dejar a Arauco por un rato,

que para mi discurso es importante

lo que forzado aquí de Pirú trato,

aunque de su comarca es bien distante;

y para que se entienda más barato

y con facilidad lo de adelante,

si Lautaro me deja, diré en breve

la gente que en su daño ahora se mueve.

Si bien esos sucesos están relacionados con Chile, ya que el virrey Hurtado de Mendoza, una vez restituido el orden del imperio en Perú, designa a su hijo García como gobernador de Chile, el narrador los refiere con conciencia de que se aparta de lo que constituía el núcleo central de la historia propuesta. Los sucesos de Perú, centrados en el rigor con que el virrey sofoca las rebeliones internas y restituye la ley de la monarquía, expande los límites del universo narrativo a un ámbito mayor del mundo dominado por España, lo que en las partes segunda y tercera alcanzará mayores expansiones con la narración de las batallas de San Quintín y Lepanto y con la visión panorámica del mundo que se entregará en el canto XXVI, en la figura del mapamundi que despliega el mago Fitón.

Los cantos finales de la primera parte muestran entonces una narración permanentemente alternada entre la narración de la batalla de Mataquito, los sucesos del Perú y la navegación que trae a Chile a Hurtado de Mendoza en cuya hueste viene Ercilla. Los tránsitos entre los distintos asuntos narrados, son explícitamente señalados por el narrador.

El texto preliminar de la segunda parte, titulado AL LECTOR, desarrolla el tópico del cansancio de la escritura por tratar de materia tan áspera y de poca variedad, pues desde el principio hasta el fin no contiene sino una misma cosa, y haber de caminar siempre por el rigor de una verdad y camino más desierto y estéril, y declara la voluntad del poeta de no ceder al deseo de mezclar algunas cosas diferentes y no mudar de estilo, pero de referir sucesos bélicos que acontecen en escenarios que no son Arauco y que son importantes para el imperio español: la batalla de San Quintín que es simultánea a otra que aconteció en el fuerte de Penco; y la batalla naval de Lepanto. Justifica el referir dos cosas tan grandes en lugar tan humilde en atención al heroísmo que han demostrado los araucanos defendiendo su tierra.

A partir del canto XVI, primero de la segunda parte, la narración alternará diversos cursos narrativos y mostrará las vacilaciones y contradicciones que tiene el narrador respecto de su discurso. Cabe señalar que ese canto presenta un exordio en que en términos del tópico de la navegación que ambiguamente apunta a la difícil travesía de las naves entre Perú y Chile y a la vez a la dificultad de la escritura, propone como materia del canto las armas, el furor y nueva guerra. El exordio contempla además una invocación al sacro Señor, Dios o el rey, para que lo salve de la furia de los elementos que arrecian contra las naves y lo lleve a seguro puerto.

La llegada de los españoles al puerto de Concepción e isla de Talcaguano está presidida por fenómenos naturales de carácter extraordinario que se narran porque  no es poético adorno fabuloso mas cierta historia y verdadero cuento que se interpretan como siniestro pronóstico de su ruina y venideros males…prodigios tristes y señales que su destrozo y pérdida anunciaban y a perpetua opresión amenazaban.

La secuencia que entonces se inicia mostrará, a partir de un nuevo concilio araucano, las rivalidades y discrepancias entre distintos caciques acerca de la conducción de la guerra en la que destaca la impulsividad de Tucapel frente a la mesura de los caciques más ancianos como Peteguelén y ColoColo que son partidarios de no enfrentar directamente a los españoles sino enviar a Millalauco a parlamentar y conocer el estado del adversario para así poder, de mejor manera, definir la estrategia más conveniente.

Mientras se prepara el ataque el fuerte de Penco, se produce la primera intervención del narrador personaje incorporado una materia diferente a la de la guerra de Arauco. El enunciante establece las condiciones de la situación en que se producirá el conocimiento de los hechos que acontecen en Francia y que darán lugar a la narración de la batalla de San Quintín. En medio de la noche oscura, se produce un desfallecimiento y posterior sueño en que se le aparece la diosa Belona quien, haciéndose cargo de sus preocupaciones escriturales, le ofrece nuevas materias para ensanchar el campo de su escritura: guerras más famosas y mayores. Belona lo conduce por espacios descritos como lugares amenos para situarlo luego en un espacio superior desde el cual tiene la visión de los ejércitos francés y español enfrentados en la batalla de San Quintín.

Conforme a la perspectiva providencialista y a la voluntad de enaltecer a la monarquía española, la batalla se presenta, en boca de BELONA, como acción española destinada a bajar de la enemiga Francia, la presunción, orgullo y arrogancia. Luego la diosa abandona al poeta para mezclarse entre los guerreros y es Ercilla, testigo, el que desde la privilegiada situación en que BELONA lo deja, quien narrará la batalla, introduciéndola con una nueva invocación al rey para que le dé los recursos de estilo y entendimiento necesarios para dar cuenta de la gran batalla.

Si bien la narración destaca la dimensión hazañosa de los hechos marciales, advierte una vez más sobre los excesos que cometen los españoles tras la victoria, motivados por la codicia que lleva al saqueo de la tierra, premio de la común gente de guerra.

Al término de la narración de la batalla de San Quintín tiene lugar la aparición de otra presencia femenina una mujer que me hablaba, más blanco que la nieve su vestido, grave, muy venerable en el aspecto, persona al parecer de gran respecto. Ella hace una suerte de síntesis de los acontecimientos que afectarán al imperio español entre la batalla de San Quintín –l0 de agosto de l557- y la de Lepanto -7 de octubre l571- y, además, plantea las circunstancias en que el poeta, en cuanto personaje  del mundo narrativo, se enterará de este suceso, el que en definitiva se narrará en el canto XXIII.      

Mas si quieres saber desta jornada

el futuro suceso nunca oído

y la cosa más grande y señalada

que jamás en historia se ha leído,

cuando acaso pasares la cañada

por donde corre Rauco más ceñido,

verás al pie de un líbano a la orilla

una mansa y doméstica corcilla.

Conviénete seguirla con cuidado

hasta salir en una gran llanura,

al cabo de la cual verás a un lado

una fragosa entrada y selva escura

y tras la corza tímida emboscado

hallarás en mitad de la espesura

debajo de una tosca  y hueca peña

una oculta morada muy pequeña.

Allí, por ser lugar inhabitable

sin rastro de persona ni sendero,

vive un anciano, viejo venerable,

que famosos soldado fue primero,

de quien sabrás do habita el intratable

Fitón, mágico grande y hechicero,

el cual te informará de muchas cosas,

que están aún por venir, maravillosas.

No quiero decir más en lo tocante

a las cosas futuras pues parece

que habrá materia y campo asaz bastante

en lo que de presente se te ofrece

para llevar tus obras adelante

pues la grande ocasión te favorece;

que a mí solo hasta aquí me es concedido

el poderte decir lo que has oido.

Esta figura femenina, que en el canto XXIII   se identifica como la Razón, se hace cargo también de las preocupaciones del poeta por querer variar la monotonía del tema bélico y le ofrece el espectáculo de la belleza de las damas de España, el que se describe con las convenciones y tópicos de la literatura pastoril cortesana. Entre las damas, está la que será esposa de Ercilla, doña María de Bazán.

La visión intensifica el deseo de ocuparme de obras y canciones amorosas y mudar el estilo y no curarme de las ásperas guerras sanguinosas.

Pero al alboroto  de la guerra lo saca del dulce sueño y lo sitúa nuevamente en Arauco para narrar, en el canto XIX, la batalla en el fuerte de Penco.

Pero la narración de los hechos bélicos, concretamente la lucha denodada que da Tucapel, se interrumpe una y otra vez para dar paso a las declaraciones del poeta acerca del cansancio de seguir narrando los sucesos de Arauco, de hacerlo sólo porque se comprometió a ello, y de considerar la necesidad de variar, dejándose llevar por la tentación del tema cortesano amoroso. El exordio del canto XX, es uno de los lugares donde ello se enuncia.
De mí sabré decir cuán trabajada

me tiene la memoria y con cuidado

la palabra que di, bien escusada,

de acabar este libro comenzado;

que la seca materia desgustada

tan desierta y estéril que he tomado

me promete hasta el fin trabajo sumo

y es malo de sacar de un terrón zumo.

 

¿Quién me metió entre abrojos y por cuestas

tras las roncas trompetas y atambores

pudiendo ir por jardines y florestas

cogiendo variadas y olorosas flores,

mezclando en las empresas y requestas

cuentos, ficciones, fábulas y amores

donde correr sin límite pudiera

y dando gusto, yo lo recibiera?

 

¿Todo ha de ser batallas y asperezas,

discordia, fuego, sangre enemistades,

odios, rancores, sañas y bravezas,

desatino, furor, temeridades,

rabias, iras, venganzas y fierezas,

muertes, destrozos, rizas, crueldades

que al mismo Marte ya pondrán hastío

agotando un caudal mayor que el mío?

 

Retoma brevemente la narración de la batalla de Penco, para luego referirse a su encuentro con Tegualda, en medio de la noche oscura, mientras él hace guardia y ella busca entre los despojos de la batalla, los restos de su esposo Crepino. Superando el temor que siente al divisar el bulto de la mujer,  entabla diálogo con ella que solo desea la muerte luego de la de su amado. Ercilla, compasivo la acompaña y pide que le relate su historia, lo que Tegualda hace, en una narración intercalada ajustada a la tradición de la novela amorosa pastoril cortesana en la que se muestra el tránsito de la mujer desde la figura de doncella desdeñosa que desprecia a todos sus enamorados hasta apasionada esposa de Crepino que se ha ganado su amor en una lucha contra otros contrincantes, lucha que recuerda las justas por amor entre caballeros que combaten por su dama. La historia muestra una vez más el cambio entre la ventura, en este caso, de la relación amorosa y su desenlace funesto. Crepino ha muerto en la batalla del fuerte de Penco.

Ayer me vi contenta con mi suerte

sin temor de contraste ni recelo;

hoy la sangrienta y rigurosa muerte

todo lo ha derribado por el suelo.

Ercilla se muestra compasivo y ayuda y da cobijo a Tegualda en el fuerte, a pesar de que ella solo desea la muerte luego de la de su marido.

El canto siguiente, XXI, en su exordio relativo a las mujeres virtuosas dignas de fama, trae el elogio de Tegualda, comparable a las heroínas de la antigüedad, destacables por su fidelidad amorosa. Penélope, Judit, Lucrecia, Alcestes…y Dido, injustamente difamada por Virgilio, son el modelo que Ercilla propone para ensalzar la figura de Tegualda

El asunto amoroso entra así en la narración y establece la constante con que él se aborda en La Araucana. Con el patrón de la literatura amorosa cortesana de la época, con figuras de las damas y caballeros protagonistas de ella, con una historia de amor desdichado que transita entre la dicha y la desventura, con mujeres de fidelidad a toda prueba, comparables con los paradigmas clásicos de virtud. Un amor, tronchado por la guerra, que, sin embargo, permanece más allá de la muerte.

Luego de la narración de la historia de Tegualda, se retoma la de los sucesos de Arauco. Los españoles refuerzan su contingente con tropas venidas de Santiago e Imperial y Caupolicán hace recuento de las suyas, lo que se enuncia siguiendo el modelo homérico del  catálogo de guerreros. Se enuncia también la arenga de don García previo a la entrada en territorio de Arauco, cuyo  fundamento es el valor y la justicia de la guerra que sostienen los españoles y la recomendación de no ensañarse con el enemigo vencido. Mientras el poeta sigue resistiéndose al pérfido amor tirano para continuar con la narración de la entrada de los españoles en Arauco. Destacan allí Rengo y Tucapel y Galbarino sometido a cruel suplicio y proclamando venganza. Ercilla declara haber estado presente y ello se constituye en el fundamento de su crítica al ensañamiento de los españoles frente a sus adversarios, lo que se expresa, además, en el discurso de Galvarino ante el senado araucano, en el que incita    a la lucha y denuncia las falsedades de los argumentos y motivaciones españolas. En su parlamento resuenan los argumentos lascasianos contra la guerra.  Galvarino, así, se convierte en vocero del narrador Ercilla, en su severa crítica y condena de las acciones de las tropas españolas.

La narración se centra luego en Ercilla personaje que recorriendo las tierras de Arauco encuentra la corcilla que le hace recordar lo que Razón le anticipara en el sueño y que le lleva hasta Guaticol. anciano joven, sobrino del mago Fitón, que conduce a Ercilla a la caverna donde este habita.

Guaticol cuenta a Ercilla su historia que es otro ejemplo de las mudanzas de Fortuna.

Mi tierra es en Arauco y soy llamado

el desdichado viejo Guaticolo

que en los robustos años fui soldado

en cargo antecesor de Colocolo;

y antes, por mi persona en estacado

siete campos vencí de solo a solo

y mil veces de ramos fue ceñida

esta mi calva frente envejecida.

Mas como en esta vida el bien no dura

y todo está sujeto a desvarío,

mudóse mi fortuna en desventura

y en deshonor perpetuo el honor mío,

que por estraño casi y suerte dura

perdí con Aynavillo un desafío,

la gloria en tantos años adquirida

quitándome el honor y no la vida.

La descripción de la caverna donde habita Fitón se hace en términos familiares a la tradición europea. Concretamente la enumeración de sustancias de valor mágico proviene de Lucano en la Farsalia.

Luego de las alabanzas de Guaticolo que aluden a la fama de Fitón, conocida por Ercilla, el mago concede otorgarle el conocimiento de la batalla de LEPANTO para que así complete su visión de los asuntos bélicos escribiendo las cosas de la guerra, así de mar también como de tierra. Ese conocimiento lo obtiene Ercilla de la esfera mágica donde se representa el mundo y que le ofrece Fitón para que sea testigo y verdadero cronista. Desde esa posición se enuncia la narración de la batalla de Lepanto que mostrará según Fitón, el verdadero valor de vuestra España. La grandeza del hecho requiere tono elevado y aliento nuevo, lengua más espedida y voz pujante, cuestiones que el poeta solicita a las Musas, en el exordio del canto XXIV donde se narra la batalla. En la ficción del mundo narrativo, esta ocurrirá en el futuro. Es la batalla de la cristiandad, presidida por España, contra el poder turco la que se desarrolla en el Mediterráneo. Destaca la figura de Juan de Austria , el hijo bastardo de Carlos V.

La esfera de Fitón se ensombrece y la narración retoma los sucesos de Arauco, batalla de Millarapué que se desarrolla a .partir de una estrategia de ataque araucano que primero manda a un espía que propone, de parte de Caupolicán, un duelo entre él y don García para luego atacar a los españoles por sorpresa. El exordio del canto XXV donde esto se narra, elogia el arte militar de los araucanos, dignos de todo encomio,  maestros y modelos en el arte de la guerra. Podemos tomar dellos doctrina, dice el poeta. Variadas figuras individuales,  de uno y otro bando, se destacan, sobresaliendo eso sí la fiereza de Galbarino y su encendida arenga. La narración de la batalla, que queda inconclusa para terminarse en el canto XXVI, pone acento en lo denodado de la lucha y en los reveses que afectan a las acciones de los hombres. El exordio del canto XXVI advierte acerca de la inestabilidad del tiempo venturoso y ello se ejemplifica con la narración del resultado final de la batalla de Millarapué en la que triunfan los españoles luego que parecía que el triunfo estaba de parte de los araucanos.

La visión del narrador es fuertemente crítica.

Los nuestros hasta allí cristianos

que los términos lícitos pasando,

con crueles armas y actos inhumanos

iban la gran victoria deslustrando,

que ni el rendirse, puestas ya las manos,

la obediencia y servicio protestando,

bastaba aquella gente desalmada

a reprimir la furia de la espada.

Así el entendimiento y pluma mía,

aunque usada al destrozo de la guerra,

huye del grande estrago que este día

hubo en los defensores de su tierra

la sangre que en arroyos ya corría

por las abiertas grietas de la sierra,

 las lástimas, las voces y gemidos

 de los míseros bárbaros rendidos.

A ellos se une el hecho de que, en el plano del personaje, Ercilla es increpado e impelido a combatir y también se conduele del suplicio de ahorcar a doce de los araucanos e intentar salvar a Galvarino que se resiste a ello con expresiones de fuerte repudio a los españoles.  Como narrador, Ercilla extrema los detalles de horror y califica de desatino,  insulto y castigo injusto el ahorcamiento de los caciques, uno de los cuales implora por su vida llevándose la airada repulsa de Galbarino.

Los españoles se establecen en Tucapel y Ercilla tiene un segundo encuentro con el mago Fitón. El anticipa los cambios de fortuna que habrá en el futuro para la nación española. Dice:

y aunque vuestra fortuna ahora crezca,

no durará gran tiempo; porque os digo

que, como a los demás, el duro hado

os tiene su descuento aparejado.

Si la fortuna así a pedir de boca

os abre el paso próspero a la entrada,

grandes trabajos y ganancia poca

al cano sacaréis de esta jornada.     

Fitón le da acceso a su jardín y a la esfera o globo donde Ercilla verá reflejado el mundo. La descripción se introduce con el exordio del canto XXVII referido a la necesidad de brevedad del discurso y a la declarada voluntad de abreviar para no cansar. El tópico tradicional de la visión panorámica del mundo que Ercilla desarrolla como mostrado por la magia de Fitón pone de relieve la extensión del dominio español.

Después de abandonar el recinto de Fitón, camino a Cautén, Ercilla encuentra a la hermosa Glaura, cuya historia será materia del canto XXVIII y otro ejemplo del cambio de fortuna, a lo cual está dedicado el exordio de ese canto. La descripción de la muchacha responde a las convenciones de la literatura cortesana.  Ella cuenta a Ercilla su historia: requerida de amores por un pariente, queda sola y abandonada cuando un ataque español mata al pariente y al padre de la muchacha. Huyendo por los bosques, es atacada por dos negros y salvada por un joven araucano, Cariolán, a quien ella –típica figura de la doncella perseguida- toma por su guarda y marido. Atacados luego por unos cristianos, ella se oculta y al cesar el ataque, se ve sola, sin protección y dolorida por el desaparecimiento de su amado a quien busca sin encontrarlo y deseando morir. Interrumpe el relato de la muchacha la llegada de un yanacona de Ercilla que viene a advertir sobre el peligro de una emboscada. Es Cariolán. Los amantes se reencuentran. Ercilla da la libertad al yanacona y este y su amada se marchan. Es la única historia de amor venturosa que se narra en el poema.

Luego de relatar cómo Cariolán llegó a ser su yanacona, el narrador da cuenta de la batalla de Purén y se representa así mismo jugando un rol decisivo para evitar que se consume la victoria araucana. Compensación tal vez de su renuencia a combatir manifestada en el canto anterior.

Si bien el triunfo araucano no se consuma, los españoles sufren grave deterioro y solo logran regresar al fuerte, maltrechos y malheridos, mientras los araucanos asolan los campos, robando y saqueando, cosa que es castigada por Caupolicán.

El canto XXIX, final de la segunda parte, se inicia con un exordio que exalta el valor del amor a la patria, enumerando a figuras de la antigüedad que dieron muestra de ello, entre las cuales merece estar esta araucana gente.

Desde este canto, empieza a adquirir relieve le figura de Caupolicán, hasta aquí relegado a un segundo plano. En el mundo narrativo, él es el personaje de larga vida y en el que parecen representarse las vicisitudes de la existencia humana.

Ante el Consejo araucano, Caupolicán incita a sus hombres a retomar la lucha, pero se interpone el iracundo Tucapel que exige que se realice el postergado duelo que él tiene pendiente con Rengo, el que se narra, pero se deja inconcluso hasta el próximo canto que viene a ser el primero de la Tercera Parte.

El narrador exhibe clara conciencia de estos juegos narrativos. Así dice en la conclusión del canto XXIX:

Mas quien el fin  deste combate aguarda

me perdone si dejo destroncada

la historia en este punto, porque creo

que así me esperará con más deseo.

Y en el canto siguiente, luego de un exordio referido a lo reprobable de los desafíos o duelos, el narrador declara:

Déjolo aquí indeciso, porque viendo el brazo

en alto a Tucapel alzado,

me culpo, me castigo y reprehendo

de haberle tanto tiempo así dejado;

pero a la historia y narración volviendo,

me oísteis ya gritar a Rengo airado,

que bajaba sobre él la fiera espada

por el gallardo brazo gobernada.

La TERCERA PARTE del poema no contiene textos preliminares. La narración adquiere un ritmo entrecortado que hace pasar de una en otra historia, para dejar varias de ellas inconclusas. Hay frecuentes declaraciones del narrador de que omite narrar acontecimientos, por no cansar ni extender más el discurso, lo que corre paralelo al cansancio del poeta de seguir relatando hechos bélicos, el que se acentúa en la misma medida que se acentúa la expresión de desengaño del mundo que experimenta la figura de Ercilla en el interior del mundo narrativo.

La secuencia que se abre en el canto XXX, en lo que se refiere a la guerra en Arauco, se inicia con el fin del combate entre Rengo y Tucapel, exangües y requeridos por Caupolicán para que hagan las paces. Mientras en el bando español, García Hurtado de Mendoza restituye el orden en La Imperial y Reinoso queda a cargo del fuerte de Purén hasta donde llegan noticias de que Arauco ha vuelto a levantarse en armas y de que Caupolicán, tras las derrotas, ha ido perdiendo autoridad y  su buena fortuna.

Ante el senado araucano, Caupolicán propone asaltar el fuerte español, convenciendo a sus hombres que vuelven a darle obediencia. Pero la estrategia elegida: utilización de espía para que se informe sobre las fuerzas españolas y un plan de ataque para sorprender a los españoles desprevenidos, no es compartida por los caciques principales. El plan fracasa porque el espía Pran es traicionado por el yanacona Andresillo y el ataque es violentamente repelido por los españoles del fuerte. El narrador expresa, en el exordio del canto XXXI, su severa sanción a la traición de la amistad; su mirada pone énfasis en los horrores y destrozos de la batalla, se conduele de que los españoles no tengan clemencia con los vencidos, materia del exordio del canto XXXII, y declara que no sabe con qué palabras referir este sangriento y crudo asalto.

Luego de la derrota, se precipita la caída de Caupolicán: desbaratado su ejército, con solo diez hombres de confianza, se oculta en apartados lugares, traicionado por un indio, es aprehendido, finge ser un soldado sin importancia, su mujer, Fresia, lo increpa, furiosa; ante Reinoso, Caupolicán implora por su vida y ofrece obediencia al rey español, declara haber realizado acciones, como dar muerte a Valdivia, que efectivamente no hizo, pide ser bautizado. Y finalmente, con gran dignidad, sufre horrenda muerte, empalado y asaetado. Su figura sufriente, recuerda la del martirio de San Sebastián.

El narrador no solo se conduele, declara que, de haber estado él presente, habría impedido esta atrocidad cuyo solo relato enternece al más cruel y empedernido oyente.

En el exordio del canto XXXIV, el narrador reflexiona sobre la situación de Caupolicán en cuanto ilustra las mudanzas de Fortuna y lo penoso de una larga vida que deslustra los hechos de los grandes hombres.

Pero, entre medio de la secuencia que protagoniza Caupolicán, Ercilla narra su deambular por los campos de Arauco, donde se encuentra con la joven Lauca, quien ha perdido a su esposo en la guerra y herida, deambula deseando la muerte. Ercilla procura consolarla, la cura con hierbas y se refiere a su caso como uno más de los que ilustra que es cosa cierta la muerte triste tras la alegre vida e ilustra también la ejemplar fidelidad amorosa de las mujeres araucanas, comparables con la de la casta Elisa Dido, cuestión que es rebatida por un soldado de la compañía de Ercilla, basándose en la versión de Virgilio sobre la reina de Cartago. A requerimiento de sus soldados, Ercilla les narra, refutando la versión de Virgilio, la historia de Dido, narración que ocupa los cantos XXXII y XXXIII. Este relato, es en definitiva, el que más se aparta de los asuntos que el poeta se ha propuesto narrar en su poema, su vinculación con la historia central es reiterar la virtud de la mujer araucana que para él es comparable con las grandes figuras femeninas de la antigüedad.

Después de la muerte de Caupolicán, canto XXXIV, la narración retoma el asunto de Arauco, refiriendo la turbación y desaliento que dicha muerte provoca y la rabiosa sed de venganza que mueve a los araucanos, pero asimismo, señala que entre ellos aumentan las disensiones, discordias y odios por lo que Colocolo llama a nueva junta. Pero ese relato se deja interrumpido:

Pero si no os cansáis, Señor, primero

que os diga lo que dijo Colocolo

tomar otro camino largo quiero…

Y así pasa a referir las acciones de don García, en su exploración del territorio situado al sur de Arauco. Invocando el espíritu invencible de los españoles, don García arenga a sus hombres y los incita a ir a la conquista de nuevas tierras.

En esas tierras, araucanos desbaratados por la guerra, a la cabeza de los cuales está Tunconabala, se organizan para, con astucia, impedir el paso de los españoles. La estrategia es mostrarse paupérrimos y ponderar la miseria de esas tierras para que así los codiciosos españoles no insistan en su avance. Tunconabala se constituye en un nuevo vocero del narrador para enjuiciar la codicia española. Su discurso  contiene estrofas de fuerte crítica como las siguientes:

Que estos barbudos crueles y terribles

del bien universal usurpadores,

son fuertes, poderosos, invencibles

y en todas sus empresas vencedores;

arrojan rayos con estruendo horrible,

pelean sobre animales corredores,

grandes, bravos, feroces y alentados

de solo el pensamiento gobernados.

Y pues contra sus armas y fiereza

defensa no tenéis de fuerza o muro,

la industria ha de suplir nuestra flaqueza

y prevenir con tiempo el mal futuro;

que mostrando doméstica llaneza

les podéis prometer paso seguro,

como a nación vecina y gente amiga

que la promesa en daño a nadie obliga,

haciendo en este tiempo limitado

retirar con silencio y buena maña

la ropa, provisiones y ganado

al último rincón de la montaña,

dejando el alimento tan tasado

que vengan a entender que esta campaña

 es estéril, es seca y mal templada,

de gente pobre y mísera habitada.

Porque estos insaciable avarientos,

 viendo la tierra pobre y poca presa,

 sin duda mudarán los pensamientos

dejando por inútil esta empresa…

A partir del canto XXXV adquiere mayor relieve el discurso autobiográfico que representa a Ercilla en su peregrinación a las tierras australes mientras que el discurso relativo a la guerra de Arauco se vuelve máximamente discontinuo.

El viaje por territorio desconocido, con falsos guías que solo procuran perderlos, en medio de una naturaleza hostil e impenetrable, una selva oscura como la de Dante, se convierte en verdadero camino de las pruebas, en experiencia de extravío en un mundo laberíntico donde se enfrenta la inminencia de la muerte, todo ello enfrentado con el ánimo de testimoniar el valor, altivez y honor de los españoles, pero a la vez con los temores e incertidumbre con que los hombres enfrentan las situaciones límites de la existencia.

Esa penosa peregrinación termina en el fértil espacio de Ancud desde donde ven el archipiélago y pueden saciar el hambre comiendo las sabrosas frutillas que les ayudan a reparar sus decaídas fuerzas. Allí en ese espacio austral encuentran gentiles hombres naturales que les acogen con cordialidad.

Según lo dicho en el exordio del canto XXXVI, es el encuentro con el lugar ideal, un espacio privilegiado, carente de vicios donde es posible la verdad. Pero desde la perspectiva del narrador, al momento de narrar, ese lugar paradisíaco ya no existe pues todo aquello fue destruido por los españoles. Dos estrofas del canto XXXVI condensan esa visión contrastante:

La sincera bondad y la caricia

de la sencilla gente destas tierras

daban bien a entender que la codicia

aún no había penetrado aquellas sierras;

ni la maldad, el robo y la injusticia

(alimento ordinario de las guerras)

entrada en esta parte habían hallado

ni la ley natural inficionado.

Pero luego nosotros, destruyendo

todo lo que tocamos de pasada,

con la usada insolencia el paso abriendo

le dimos lugar ancho y ancha entrada;

y la antigua costumbre corrompiendo

de los nuevos insultos estragada,

plantó aquí la codicia su estandarte

con más seguridad que en otra parte.

La narración, centrada en el personaje Ercilla, lo muestra en su exploración de ese territorio queriendo ser el primero en traspasar los límites, el primero en ir más lejos. Así lo deja testimoniado en la inscripción que a cuchillo hace en el tronco de un árbol:

Aquí llegó donde otro no ha llegado,

 don Alonso de Ercilla, que el primero

 en un pequeño barco desastrado,

con solo diez pasó el desaguadero,

el año de cincuenta y ocho entrado

sobre mil y quinientos, por hebrero,

a las dos de la tarde, el postrer día,

volviendo ala dejada compañía.

Desde ese momento la narración se acelera. Abrevia, omite hechos, con conciencia de que pasa por ellos muy de prisa y no es prolijo en su relato. La narración autobiográfica refiere condensadamente la vuelta de los españoles a la ciudad de La Imperial, el caso no pensado del incidente entre Ercilla y Juan de Pineda, que turbó las justas y fiestas que allí se celebraban y que determina la precipitada condena que le impone don García, la conmutación de la pena de muerte por el destierro al Perú, su estancia allí y su posterior deambular por el mundo, al servicio de Felipe II.

En el plano del narrador, se agudiza la conciencia de la discontinuidad, aceleración del relato y del desvío respecto de lo que inicialmente se propuso

narrar.

¿Cómo me he divertido y voy apriesa

del camino primero desviado?

¿Por qué así me olvidé de la promesa

y discurso de Arauco comenzado?

Quiero volver a la dejada empresa

si no tenéis el gusto ya estragado

mas yo procuraré deciros cosas

que valga por disculpa ser gustosas.

Quiere volver a la consulta comenzada, es decir, a la convocada por Colocolo, pero se resiste:

¿Qué hago, en qué me ocupo fatigando

la trabajada mente y los sentidos

por las regiones últimas buscando

guerras de ignotos indios escondidos

y voy aquí en las armas tropezando

sintiendo retumbar en los oídos

un áspero rumor y son de guerra

y abrazarse en furor toda la tierra?

Veo toda la España alborotada

envuelta entre sus armas victoriosas…

De esa manera anticipa la materia del canto final del poema en el que cantará el furor del pueblo castellano, con ira justa y pretensión movido y el derecho del reino lusitano a las sangrientas armas remitido.

Más que narración de hechos, el canto desarrolla un discurso argumentativo fundado en la concepción de la guerra como derecho de gentes para justificar las pretensiones y derechos de Felipe II al trono de Portugal. Respecto del plan narrativo enunciado en el exordio del poema, el discurso se ha tornado francamente errático y de ello hay  clara conciencia en el narrador, que así lo señala:

Voime de punto en punto divirtiendo

y el tiempo es corto y la materia larga,

en lugar de aliviarme, recibiendo

en mis cansados hombros mayor carga.

Promete resumir y finalmente renuncia a seguir narrando hechos para entregar una apretada síntesis de su trayectoria personal de servicios al monarca, de grandes trabajos padecidos, de la injusticia de la condena que le diera el mozo capitán acelerado, es decir, García Hurtado de Mendoza en La Imperial, de la ingratitud del monarca que no ha recompensado con justicia los servicios prestados, para, finalmente señalar que

al cabo de tan larga y gran jornada

hallo que mi cansado barco arriba

 de la adversa fortuna contrastado

lejos del fin  y puerto deseado.

Renuncia a seguir cantando y señala que otros pueden referir los hechos del rey pues él solo quiere volverse a Dios en espera de su perdón, preparándose para una buena muerte.

El canto del poeta que se inicia con el entusiasmo de referir hechos heroicos y proclamar valores marciales, se ha ido transformando en el desarrollo del discurso en expresión de denuncia de los horrores y excesos de la guerra, de toda guerra y, en esa medida, la contrapartida del amor, como valor que permanece más allá de la destrucción y el deterioro que producen las guerras. Paralelamente, el entusiasmo va cediendo ante el generalizado sentimiento de desengaño del mundo que se relaciona con la concepción de la Fortuna como poder que transforma todas las realidades humanas en un movimiento que, casi sin excepciones, las hace transitar de la ventura a la desventura, desde la grandeza a la miseria. Nada permanece en un estado, las mudanzas de Fortuna afectan a todos los componentes del mundo narrativo. Solo permanecen inalterables la sabiduría de Colocolo, la impulsividad e iracundia de Tucapel, el amor inalterable de las mujeres araucanas  que persiste más allá de la muerte de sus amados.

Y de la misma manera, las mudanzas de Fortuna transforman al personaje Ercilla a quien, su experiencia de testigo y protagonista de la guerra de Arauco y su largo peregrinar por el mundo, le han modificado su visión. Una visión que transita entre la convicción acerca de la justicia de la guerra y la grandeza de la España imperial a su problematización y crítica acerba. Consecuentemente con ello, el canto inicialmente propuesto se va transformando para rematar en ese llanto final con el que el poeta concluye su poema.

Y yo que tan sin rienda al mundo he dado

el tiempo de mi vida más florido

y siempre por camino despeñado

mis vanas esperanzas he seguido,

visto ya el poco fruto que he sacado

y lo mucho que a Dios tengo ofendido

conociendo mi error, de aquí adelante

será razón que llore y que no cante.

(Las referencias al texto de Ercilla corresponden a la edición de La Araucana de editorial Castalia, l983, al cuidado de Marcos A. Morínigo e Isaías Lerner)

ERCILLA, NARRADOR DE LA ARAUCANA

 

Lucía Invernizzi

            Por su compleja estructura textual, La Araucana ha sido objeto de plurales interpretaciones y variadas discusiones centradas, por ejemplo, en el género literario al que se adscribe, la carencia de unidad y la diversidad de asuntos que relata.

            Considerada también como una crónica rimada de los primeros años de la conquista de Chile, este es un poema épico que, por un lado, destaca valores heroicos y que enaltece a ambos bandos contendores y, por otro,  funda los orígenes heroicos de Chile o proclama la grandeza del imperio español del siglo XVI.

            Para apreciar la diversidad de interpretaciones que ha tenido el poema de Ercilla, remito a los textos La poesía épica del Siglo de Oro, de Frank Pierce; Poesía Chilena, (capítulo primero) de Fernando Alegría y a la  Introducción a la edición de La Araucana de Isaac Lerner y Marcos Morínigo, publicada por Castalia en l983.Teniendo en consideración algunas de esas interpretaciones, centraré  mis proposiciones de lectura de La Araucana en la figura del narrador del poema.

            Un aspecto, aparentemente menor, que importa considerar para abordar el tema del narrador de La Araucana, es el que concierne al largo período que cubre la creación de la obra y su publicación. Según datos biográficos y referencias contenidas en el propio poema, Ercilla llega a Chile en l557, en el contingente que trae García Hurtado de Mendoza desde Perú, donde su padre, el virrey, lo designa Gobernador de Chile. Permanece en territorio chileno hasta fines de l558. Conforme a lo dicho en el texto, en esa época se habría iniciado la escritura de la obra, la que se habría continuado posteriormente en Perú y en España, hasta la publicación de la versión completa de tres partes y 37 cantos que se produjo en un lapso de 20 años: l569, la primera  parte; 1578, la segunda; 1589, la tercera.

            Este largo proceso explica las transformaciones que el poema va experimentando, las que se registran en el poema mismo, el que contiene múltiples momentos metadiscursivos, de reflexión sobre el texto y de registro de los desvíos que va experimentando el plan original. Dichos momentos son importantes para apreciar la singularidad de la obra.

            Para reparar en ello, hay que partir por el exordio, constituido por las cinco primeras estrofas del poema. En las dos primeras, replicando negativamente a Ariosto en Orlando, se propone la materia bélica, valorada en su dimensión heroica, como objeto del discurso. Ello se relaciona con declaraciones del Prólogo en las que se enfatiza que tratará historia verdadera y de cosas de guerra, a las que hay muchos aficionados, y que la escritura viene a satisfacer las importunaciones de  testigos y a no permitir el agravio que muchos españoles sufrirían al quedar sus hazañas en completo silencio, no por ser pequeñas sino por lo remoto de la tierra en que estas ocurrieron.

            Estas declaraciones, contenidas en el Prólogo, articulan la obra con la literatura histórica que se produce a raíz del descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo. En ella, se proponen historias verdaderas, aun cuando pudieran aparecer como obras de encantamiento, como las del libro de Amadís, según la frase de Bernal Díaz del Castillo. Historias verdaderas, narradas por sus propios protagonistas y testigos para rescatarlas del olvido y registrarlas para la posteridad, con el fin de conferirles la fama que merecen. Estos llegan a ser tópicos de esa literatura. En el caso de Chile, se agrega a esas motivaciones para narrar el hecho de que la lejanía del territorio dificulta la información y el conocimiento sobre él y sobre lo que en él acontece; se suma a esto la denodada guerra que los españoles deben sostener en esta tierra, situación que no deja casi lugar para la escritura. El tópico se hace presente en Valdivia, en Vivar y en Góngora Marmolejo.

            Lo propuesto califica los hechos a narrar como proezas y valor de los españoles y también como COSAS HARTO NOTABLES, EMPRESAS MEMORABLES DE LOS ARAUCANOS, que merecen celebrarse. Desde la proposición se plantea el protagonismo colectivo. Solo episódicamente se destacarán figuras individuales.

            Hay conciencia que lo propuesto como materia del canto rompe con las convenciones establecidas por el canto heroico y con las de la literatura que busca conferir fama, géneros usualmente reservados a altos dignatarios. De allí las declaraciones del Prólogo donde se elogia el carácter guerrero de los araucanos, su espíritu libertario y la denodada defensa de su territorio:

 

Y si alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más estendidamente de lo que para bárbaros se requiere, si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles.

 

            El apego a la verdad fundada en la experiencia del testigo y el relieve de la dimensión bélica se reiteran en las estrofas siguientes del exordio, que mezclan  términos de dedicatoria a Felipe II con la clásica invocación necesaria al poema épico. Se advierte en ello ecos de la Farsalia de Lucano, de Ariosto y de los romanzi italianos del Renacimiento, que constituyen innovación de la épica clásica homérica y virgiliana. Ambas tradiciones se recrean en La Araucana, además de la verista de la épica castellana.

            Otro aspecto del discurso, que se vincula con la literatura histórica del descubrimiento y la conquista, es el que se refiere al destinatario del discurso: el monarca español, al que el narrador apela en reiteradas oportunidades y en quien se representa a ese receptor europeo que no conoce la realidad sobre la cual habla el enunciante y al que hay que dársela a conocer.

            Por ello, el discurso propiamente narrativo-descriptivo se inicia con los citados versos CHILE, FERTIL PROVINCIA… que identifican el escenario y caracterizan al pueblo araucano como bárbaros, sin Dios ni ley, servidores de Eponamón y el demonio, pero eximios guerreros, defensores de su tierra y su libertad, además de contar con una organización social fundada en los méritos. Se comprueban esos rasgos con una sucinta narración de la historia prehispánica de Arauco que revela su carácter indomable, mediante el cual ha resistido todos los intentos de sojuzgamiento, incluidos los del Inca y también los de Almagro.

            Luego de esa introducción a la historia, la narración refiere el éxito de Valdivia que ha logrado lo que nadie había alcanzado: imponer su dominio sobre Arauco. Los sucesos se enunciarán desde una perspectiva en que resuenan ecos lascasianos, la concepción providencialista y la relativa a la Fortuna. Desde ella, se atribuye a la voluntad de Dios el éxito inicial, el que luego se transforma en sucesión de derrotas por el comportamiento codicioso y soberbio de los españoles, determinantes de que Dios haga de los araucanos CUCHILLO Y ÁSPERO VERDUGO de los hispanos.

            El desarrollo de la guerra, luego de la caída de Valdivia, será presentado como ejemplo de las mudanzas de Fortuna, a la que todo está sometido y que se constituye en una especie de ley que rige el mundo narrativo de La Araucana, tanto a nivel de los dos colectivos en pugna como de los destinos individuales, incluido el mismo Ercilla, protagonista, testigo y poeta de La Araucana.

            Desde esa perspectiva, la narración, desde el canto II hasta el XII, muestra el declinar de las fuerzas españolas en la sucesión de derrotas iniciada con la batalla de Tucapel que termina con la vida de Valdivia y, en contraste, el ascenso araucano desde el momento en que en la junta, consulta o concilio de caciques se designa, mediante la prueba del tronco, a Caupolicán como conductor de las tropas. Se condensa en los retratos de los personajes, esta mudanza de Fortuna. El prestigio inicial de Valdivia, canto I, cede en el canto II, donde encontramos una caracterización fuertemente crítica.                                     

Valdivia, perezoso y negligente,

Incrédulo, remiso y descuidado

Hizo en la Concepción copia de gente,

Más que en ella, en su dicha confiado;

El cual, si fuera un poco diligente,

Hallaba en pie el castillo arruinado,

Con soldados, con armas, municiones,

Seis piezas de campaña y dos cañones.          

            En el sector araucano del mundo, el narrador destaca  variadas figuras a las que presenta, siguiendo los modelos del catálogo de las naves de Homero, en la medida en que  van concurriendo a la junta. Entre ellas destaca al sabio Colocolo, al iracundo Tucapel, a Caupolicán, vencedor de la prueba de quien entrega el retrato.

Tenía un ojo sin luz de nacimiento

Como un fino granate colorado

Pero lo que en vista le faltaba

En la fuerza y esfuerzo le sobraba.

Era este noble mozo de alto hecho,

Varón de autoridad, grave y severo,

Amigo de guardar todo derecho,

Áspero, riguroso y justiciero;

De cuerpo grande y relevado pecho,

Hábil, diestro, fortísimo y ligero,

Sabio, astuto, sagaz, determinado

Y en  casos de repente reportado.

            Sin embargo, en la narración de hechos, no será Caupolicán, sino Lautaro, la figura relevante del sector araucano. Es el personaje decisivo en la batalla de Tucapel y el símbolo del valor y arrojo que llenará de pavor a los españoles. Designado por Caupolicán como capitán y su teniente, es Lautaro el verdadero conductor de los araucanos en las batallas de Andalicán, en el asedio a Penco que determina la huida de los españoles hacia Mapocho, en la Imperial y en los enfrentamientos que se producen en el avance hacia Santiago. De él, el narrador dirá:

Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,

De gran consejo, término y cordura,

Manso de condición y hermoso gesto,

Ni grande ni pequeño de estatura;

El ánimo en las cosas grandes puesto,

De fuerte trabazón y compostura;

Duros los miembros, recios y nervosos,

Anchas espaldas, pechos espaciosos.

            Sin embargo, como desde la perspectiva del narrador nada permanece en un determinado estado, pues Fortuna muda todas las cosas, la situación de los araucanos empieza a variar en el avance hacia Santiago. Ya hay indicio de eso en la batalla de Imperial, donde un hecho prodigioso impide el triunfo araucano, pero es en el avance  hacia Santiago donde el curso de los hechos se modifica. La hueste que acompaña a Lautaro no representa a lo mejor del pueblo araucano:

Los que Lautaro escoge son soldados

Amigos de inquietud, facinerosos,

En el duro trabajo ejercitados,

Perversos, disolutos, sediciosos,

A cualquier maldad determinados,

De presas y ganancias codiciosos,

Homicidas, sangrientos, temerarios,

Ladrones, bandoleros y corsarios.

Con esta buena gente caminaba

Hasta Maule de paz atravesando

Y las tierras, después, por do pasaba

Las iba a fuego y sangre sujetando.

            Por otra parte, el narrador observa que los triunfos también han desencadenado entre los araucanos, soberbia (llegarán hasta la misma España, para vencer a Carlos V), rivalidades y ambiciones. Pero será el descuido del capitán en su reducto del río Claro, el determinante de su ruina. El jefe militar, distraído por el amor de Guacolda, su mujer, y presas ambos de funestos presentimientos, no puede resistir el ataque por sorpresa de las tropas españolas comandadas por Francisco de Villagrán y cae muerto al inicio de la batalla que cambia el curso de los hechos. En el inicio del canto XIII, el narrador, una vez más, advierte acerca de los designios de Fortuna:

¡Oh, pérfida Fortuna!, ¡oh, inconstante!,

¡Cómo llevas tu fin por punto crudo,

que el bien de tantos años, en un punto,

de un golpe lo arrebatas todo junto!

            Termina así, en el canto XIV, la secuencia narrativa iniciada en el canto II que muestra el ascenso araucano. La narración se caracteriza por estar sostenida por una voz que declara referir la verdad de los hechos, según consta en el conocimiento de quienes tuvieron participación en ellos como testigos y de quienes él ha extraído aquello en lo que hay más concordancia. El narrador manifiesta, además,  clara conciencia de que no está escribiendo historia, pues remite a historiadores como Calvete de la Estrella para aquellos que se quieran enterar de sucesos o detalles que él no ha seleccionado en la versión que entrega de lo acontecido.

            Con el fundamento de ese conocimiento, el poeta construye un mundo narrativo en que destaca los valores marciales, cuestión que se revela en la narración de las batallas, en las que emplea una tradicional técnica que entrega una visión de conjunto para destacar, luego, figuras individuales en actos de valor, arrojo y fortaleza. Tales actos, desde su perspectiva, deben enaltecerse y registrarse para la posteridad. Pero, a la vez, manifiesta su repulsa por todos aquellos actos de crueldad y excesos que se cometen en la guerra, los que son objeto de detallado y cruento registro.

            Un punto relevante es el que concierne a los vicios que ensombrecen todos los triunfos de ambos bandos, pero especialmente los de los españoles: codicia y soberbia que, desde la perspectiva providencialista, constituyen el fundamento de la acción de la divinidad, quien interviene en los hechos para castigarlos. Articulado con ello está la acción de la Fortuna, mudable diosa o rueda en permanente girar que condiciona todos los destinos. Las figuras protagónicas de esta primera parte, Valdivia, Lautaro, así lo manifiestan.

            Pero en el canto XII se empiezan a producir importantes modificaciones en la historia que se narra, y sobretodo, en la posición y perspectiva del narrador. Ello se declara  explícitamente. Por una parte, se interrumpe el relato de lo que acontece en las riberas del río Claro para introducir la narración de los sucesos del Perú, donde las querellas entre conquistadores han determinado designar a don Juan Andrés Hurtado de Mendoza como virrey para que imponga el orden de la monarquía. Pero lo más significativo es que empieza a cambiar la posición e identidad del narrador. Se incorpora el testigo y protagonista a la situación enunciativa que sigue teniendo como destinatario a la persona del rey.

Hasta aquí lo que en suma he referido

yo no estuve, Señor, presente a ello

y así, de sospechoso, no he querido

de parciales intérpretes sabello;

de ambas las mismas partes lo he aprendido

y pongo justamente solo aquello

en que todos concuerdan y confieren

y en lo que en general menos difieren.

Pues que en autoridad de lo que digo

vemos que hay tanta sangre derramada,

prosiguiendo adelante yo me obligo

que irá la historia más autorizada,

podré ya discurrir como testigo

que fui presente a toda la jornada,

sin cegarme pasión, de la cual huyo,

ni quitar a ninguno lo que es suyo.

            Otro cambio que anticipa lo que acontecerá en las partes II y III es el relativo a la incorporación del tema amoroso, categóricamente descartado en la proposición del exordio. La conclusión del canto XII, luego de narrar el episodio de Lautaro y Guacolda, establece el tránsito hacia lo que acontecerá en lo concerniente al tema amoroso en la segunda parte del poema y en la tercera. Dice el poeta:

Pero ya la turbada pluma mía

Que en las cosas de amor nueva se halla,

confusa, tarda y con temor se mueve

y a pasar adelante no se atreve.

            Pero efectivamente se atreve, pues el exordio del canto XV, final de la primera parte, está dedicado al amor, como tópico literario y opción para su propio discurso, si bien afirma que deberá seguir lo prometido, es decir, la narración de sucesos bélicos.

            Además de la incorporación del tema amoroso y de la integración de las dimensiones del testigo y protagonista en la perspectiva del narrador, a partir del canto XII se producen variaciones en la historia que el enunciante se ha propuesto narrar. Deja en suspenso la narración de los sucesos de la guerra de Arauco, para referir los relativos al virreinato del Perú.

Quiero dejar a Arauco por un rato,

que para mi discurso es importante

lo que forzado aquí de Pirú trato,

aunque de su comarca es bien distante;

y para que se entienda más barato

y con facilidad lo de adelante,

si Lautaro me deja, diré en breve

la gente que en su daño ahora se mueve.

            Si bien esos sucesos están relacionados con Chile, ya que el virrey Hurtado de Mendoza, una vez restituido el orden del imperio en Perú, designa a su hijo García como gobernador de Chile, el narrador los refiere con conciencia de que se aparta de lo que constituía el núcleo central de la historia propuesta. Los sucesos de Perú, centrados en el rigor con que el virrey sofoca las rebeliones internas y restituye la ley de la monarquía, expande los límites del universo narrativo a un ámbito mayor del mundo dominado por España, lo que en las partes segunda y tercera alcanzará mayores expansiones con la narración de las batallas de San Quintín y Lepanto y con la visión panorámica del mundo que se entregará en el canto XXVI, en la figura del mapamundi que despliega el mago Fitón.

            Los cantos finales de la primera parte muestran, entonces, una narración permanentemente alternada entre la narración de la batalla de Mataquito, los sucesos del Perú y la navegación que trae a Chile a Hurtado de Mendoza en cuya hueste viene Ercilla. Los tránsitos entre los distintos asuntos narrados, son explícitamente señalados por el narrador.

            El texto preliminar de la segunda parte, titulado AL LECTOR, desarrolla el tópico del cansancio de la escritura por tratar de materia tan áspera y de poca variedad, pues desde el principio hasta el fin no contiene sino una misma cosa, y haber de caminar siempre por el rigor de una verdad y camino más desierto y estéril. Además, declara la voluntad del poeta de no ceder al deseo de mezclar algunas cosas diferentes y no mudar de estilo, pero de referir sucesos bélicos que acontecen en escenarios que no son Arauco y que son importantes para el imperio español: la batalla de San Quintín que es simultánea a otra que aconteció en el fuerte de Penco; y la batalla naval de Lepanto. Justifica el referir dos cosas tan grandes en lugar tan humilde en atención al heroísmo que han demostrado los araucanos defendiendo su tierra.

            A partir del canto XVI, primero de la segunda parte, la narración alternará diversos cursos narrativos y mostrará las vacilaciones y contradicciones que tiene el narrador respecto de su discurso.  Dicho canto presenta un exordio que, en términos del tópico de la navegación, apunta ambiguamente a la difícil travesía de las naves entre Perú y Chile y, a la vez,  a la dificultad de la escritura; también propone como materia del canto las armas, el furor y nueva guerra. El exordio contempla además una invocación al sacro Señor, Dios o el rey, para que lo salve de la furia de los elementos que arrecian contra las naves y lo lleve a seguro puerto.

            La llegada de los españoles al puerto de Concepción e isla de Talcahuano está presidida por fenómenos naturales de carácter extraordinario, los que se narran porque  no es poético adorno fabuloso mas cierta historia y verdadero cuento que se interpretan como siniestro pronóstico de su ruina y venideros males…prodigios tristes y señales que su destrozo y pérdida anunciaban y a perpetua opresión amenazaban.

            La secuencia que entonces se inicia mostrará, a partir de un nuevo concilio araucano, las rivalidades y discrepancias entre distintos caciques acerca de la conducción de la guerra, en la que destaca la impulsividad de Tucapel frente a la mesura de los caciques más ancianos como Peteguelén y Colocolo, que no son partidarios de enfrentar directamente a los españoles, sino de enviar a Millalauco a parlamentar y conocer el estado del adversario para así poder definir la estrategia más conveniente.

            Mientras se prepara el ataque al fuerte de Penco, se produce la primera intervención del narrador personaje incorporando ambiguamente una materia diferente a la de la guerra de Arauco. El enunciante establece las condiciones de la situación en que se producirá el conocimiento de los hechos que acontecen en Francia y que darán lugar a la narración de la batalla de San Quintín. En medio de la noche oscura, se produce un desfallecimiento y posterior sueño en que se le aparece la diosa Belona quien, haciéndose cargo de sus preocupaciones escriturales, le ofrece nuevas materias para ensanchar el campo de su escritura: guerras más famosas y mayores. Belona lo conduce por espacios descritos como lugares amenos para situarlo, luego, en un espacio superior desde el cual tiene la visión de los ejércitos francés y español enfrentados en la batalla de San Quintín.

            Conforme a la perspectiva providencialista y a la voluntad de enaltecer a la monarquía española, la batalla se presenta, en boca de Belona, como acción española destinada a bajar de la enemiga Francia la presunción, el orgullo y la arrogancia. Luego la diosa abandona al poeta para mezclarse entre los guerreros y es Ercilla, como testigo, el que desde la privilegiada situación en que Belona lo deja, quien narrará el enfrentamiento, introduciéndolo con una nueva invocación al rey para que le dé los recursos de estilo y entendimiento necesarios para dar cuenta de la gran batalla.

            Si bien la narración destaca la dimensión hazañosa de los hechos marciales, advierte una vez más sobre los excesos que cometen los españoles tras la victoria, motivados por la codicia que lleva al saqueo de la tierra, premio de la común gente de guerra.

            Al término de la narración de la batalla de San Quintín tiene lugar la aparición de otra presencia femenina: una mujer que me hablaba, más blanco que la nieve su vestido, grave, muy venerable en el aspecto, persona al parecer de gran respecto. Ella hace una suerte de síntesis de los acontecimientos que afectarán al imperio español entre la batalla de San Quintín –l0 de agosto de l557- y la de Lepanto -7 de octubre l571- y, además, plantea las circunstancias en que el poeta, en cuanto personaje  del mundo narrativo, se enterará de este suceso, el que en definitiva se narrará en el canto XXIII.      

Mas si quieres saber desta jornada

el futuro suceso nunca oído

y la cosa más grande y señalada

que jamás en historia se ha leído,

cuando acaso pasares la cañada

por donde corre Rauco más ceñido,

verás al pie de un líbano a la orilla

una mansa y doméstica corcilla.

Conviénete seguirla con cuidado

hasta salir en una gran llanura,

al cabo de la cual verás a un lado

una fragosa entrada y selva escura

y tras la corza tímida emboscado

hallarás en mitad de la espesura

debajo de una tosca  y hueca peña

una oculta morada muy pequeña.

Allí, por ser lugar inhabitable

sin rastro de persona ni sendero,

vive un anciano, viejo venerable,

que famosos soldado fue primero,

de quien sabrás do habita el intratable

Fitón, mágico grande y hechicero,

el cual te informará de muchas cosas,

que están aún por venir, maravillosas.

No quiero decir más en lo tocante

a las cosas futuras pues parece

que habrá materia y campo asaz bastante

en lo que de presente se te ofrece

para llevar tus obras adelante

pues la grande ocasión te favorece;

que a mí solo hasta aquí me es concedido

el poderte decir lo que has oído.

            Esta figura femenina, que en el canto XXIII se identifica como la Razón, se hace cargo también de las preocupaciones del poeta por querer variar la monotonía del tema bélico y le ofrece el espectáculo de la belleza de las damas de España, el que se describe con las convenciones y tópicos de la literatura pastoril cortesana. Entre las damas, está la que será esposa de Ercilla, doña María de Bazán.

            La visión intensifica el deseo de ocuparme de obras y canciones amorosas y mudar el estilo y no curarme de las ásperas guerras sanguinosas. Pero el alboroto  de la guerra lo saca del dulce sueño y lo sitúa nuevamente en Arauco para narrar, en el canto XIX, la batalla en el fuerte de Penco.

            Pero la narración de los hechos bélicos, concretamente la lucha denodada que da Tucapel, se interrumpe una y otra vez para dar paso a las declaraciones del poeta acerca del cansancio de seguir narrando los sucesos de Arauco, de hacerlo sólo porque se comprometió a ello, y de considerar la necesidad de variar, dejándose llevar por la tentación del tema cortesano amoroso. El exordio del canto XX, es uno de los lugares donde ello se enuncia.
De mí sabré decir cuán trabajada

me tiene la memoria y con cuidado

la palabra que di, bien escusada,

de acabar este libro comenzado;

que la seca materia desgustada

tan desierta y estéril que he tomado

me promete hasta el fin trabajo sumo

y es malo de sacar de un terrón zumo.

¿Quién me metió entre abrojos y por cuestas

tras las roncas trompetas y atambores

pudiendo ir por jardines y florestas

cogiendo variadas y olorosas flores,

mezclando en las empresas y requestas

cuentos, ficciones, fábulas y amores

donde correr sin límite pudiera

y dando gusto, yo lo recibiera?

¿Todo ha de ser batallas y asperezas,

discordia, fuego, sangre enemistades,

odios, rancores, sañas y bravezas,

desatino, furor, temeridades,

rabias, iras, venganzas y fierezas,

muertes, destrozos, rizas, crueldades

que al mismo Marte ya pondrán hastío

agotando un caudal mayor que el mío?

 

            Aquí retoma brevemente la narración de la batalla de Penco, para luego referirse a su encuentro con Tegualda en medio de la noche oscura, mientras él hace guardia y ella busca, entre los despojos de la batalla, los restos de su esposo Crepino. Superando el temor que siente al divisar el bulto de la mujer,  entabla con ella un diálogo a través del cual ésta le manifiesta que solo desea la muerte luego de la de su amado. Ercilla, compasivo, la acompaña y pide que le relate su historia, lo que Tegualda hace mediante una narración intercalada ajustada a la tradición de la novela amorosa pastoril cortesana. En su relato, se muestra el tránsito de la mujer desde la figura de doncella desdeñosa que desprecia a todos sus enamorados, hasta convertirse en la apasionada esposa de Crepino, el que se ha ganado su amor en una lucha contra otros contrincantes, lucha que recuerda las justas por amor entre caballeros que combaten por su dama. La historia muestra una vez más el cambio entre la ventura de la relación amorosa y su desenlace funesto: Crepino ha muerto en la batalla del fuerte de Penco.

Ayer me vi contenta con mi suerte

sin temor de contraste ni recelo;

hoy la sangrienta y rigurosa muerte

todo lo ha derribado por el suelo.

            Ercilla se muestra compasivo y ayuda y da cobijo a Tegualda en el fuerte, a pesar de que ella solo desea la muerte luego de la de su marido.(Se sugiere eliminar este breve párrafo. La idea ya está presente en el anterior).

            El canto siguiente, en su exordio relativo a las mujeres virtuosas dignas de fama, trae el elogio de Tegualda, comparable a las heroínas de la antigüedad, destacables por su fidelidad amorosa. Penélope, Judit, Lucrecia, Alcestes y Dido, injustamente difamada por Virgilio, son los modelos que Ercilla propone para ensalzar la figura de Tegualda.

            El asunto amoroso entra así en la narración y establece la constante con que se aborda en La Araucana, esto es,  con el patrón de la literatura amorosa cortesana de la época, con figuras de las damas y caballeros protagonistas de ella, con una historia de amor que transita entre la dicha y la desventura y con mujeres de fidelidad a toda prueba, solo comparables con los paradigmas clásicos de virtud. Un amor tronchado por la guerra que, sin embargo, permanece más allá de la muerte.

            Luego de la narración de la historia de Tegualda, se retoma la de los sucesos de Arauco. Los españoles refuerzan su contingente con tropas venidas de Santiago e Imperial y Caupolicán hace recuento de las suyas, lo que se enuncia siguiendo el modelo homérico del  catálogo de guerreros. Se enuncia también la arenga de don García previo a la entrada en territorio de Arauco, cuyo  fundamento es el valor y la justicia de la guerra que sostienen los españoles y la recomendación de no ensañarse con el enemigo vencido. Mientras tanto, el poeta sigue resistiéndose al pérfido amor tirano para continuar con la narración de la entrada de los españoles en Arauco. Destacan allí Rengo, Tucapel y especialmente Galvarino, sometido a cruel suplicio y proclamando venganza. Ercilla declara haber estado presente y ello se constituye en el fundamento de su crítica al ensañamiento de los españoles frente a sus adversarios, lo que se expresa, además, en el discurso de Galvarino ante el senado araucano, en el que incita  a la lucha y denuncia las falsedades de los argumentos y motivaciones españolas. En su parlamento resuenan los argumentos lascasianos contra la guerra.  Galvarino, así, se convierte en vocero del narrador Ercilla, en su severa crítica y condena de las acciones de las tropas españolas.

            La narración se centra luego en un Ercilla personaje, quien recorriendo las tierras de Arauco encuentra la corcilla que le hace recordar lo que Razón le anticipara en el sueño y que le lleva hasta Guaticol, anciano joven, sobrino del mago Fitón. Este conduce a Ercilla a la caverna donde habita el mago. Guaticol cuenta a Ercilla su historia que es otro ejemplo de las mudanzas de Fortuna.

Mi tierra es en Arauco y soy llamado

el desdichado viejo Guaticolo

que en los robustos años fui soldado

en cargo antecesor de Colocolo;

y antes, por mi persona en estacado

siete campos vencí de solo a solo

y mil veces de ramos fue ceñida

esta mi calva frente envejecida.

Mas como en esta vida el bien no dura

y todo está sujeto a desvarío,

mudóse mi fortuna en desventura

y en deshonor perpetuo el honor mío,

que por estraño casi y suerte dura

perdí con Aynavillo un desafío,

la gloria en tantos años adquirida

quitándome el honor y no la vida.

            La descripción de la caverna donde habita Fitón se hace en términos familiares a la tradición europea. Concretamente, la enumeración de sustancias de valor mágico proviene de Lucano en la Farsalia. Luego de las alabanzas de Guaticolo que aluden a la fama de Fitón, conocida por Ercilla, el mago concede otorgarle el conocimiento de la batalla de Lepanto para que así complete su visión de los asuntos bélicos escribiendo las cosas de la guerra, así de mar también como de tierra. Ese conocimiento lo obtiene Ercilla de la esfera mágica donde se representa el mundo y que le ofrece Fitón para que sea testigo y verdadero cronista. Desde esa posición se enuncia la narración de la batalla de Lepanto que mostrará, según Fitón, el verdadero valor de vuestra España. La grandeza del hecho requiere tono elevado y aliento nuevo, lengua más espedida y voz pujante, cuestiones que el poeta solicita a las Musas, en el exordio del canto XXIV donde se narra la batalla. En la ficción del mundo narrativo, esta ocurrirá en el futuro. Es la batalla de la cristiandad, presidida por España, contra el poder turco la que se desarrolla en el Mediterráneo. Destaca aquí la figura de Juan de Austria, el hijo bastardo de Carlos V.

            La esfera de Fitón se ensombrece y la narración retoma los sucesos de Arauco, principalmente la batalla de Millarapué que se desarrolla a partir de una estrategia de ataque araucano que consiste en enviar primero a un espía que propone, de parte de Caupolicán, un duelo entre él y don García para luego atacar a los españoles por sorpresa. El exordio del canto XXV donde esto se narra, elogia el arte militar de los araucanos, dignos de todo encomio, calificándoseles como maestros y modelos en el arte de la guerra. Podemos tomar dellos doctrina, dice el poeta. Variadas figuras individuales,  de uno y otro bando, se destacan, sobresaliendo la fiereza de Galvarino y su encendida arenga. La narración de la batalla, que queda inconclusa para terminarse en el canto XXVI, pone acento en lo denodado de la lucha y en los reveses que afectan a las acciones de los hombres. El exordio del canto XXVI advierte acerca de la inestabilidad del tiempo venturoso y ello se ejemplifica con la narración del resultado final de la batalla de Millarapué, en la que triunfan los españoles luego que parecía que el triunfo estaba de parte de los araucanos. La visión del narrador es fuertemente crítica.

Los nuestros hasta allí cristianos

que los términos lícitos pasando,

con crueles armas y actos inhumanos

iban la gran victoria deslustrando,

que ni el rendirse, puestas ya las manos,

la obediencia y servicio protestando,

bastaba aquella gente desalmada

a reprimir la furia de la espada.

Así el entendimiento y pluma mía,

aunque usada al destrozo de la guerra,

huye del grande estrago que este día

hubo en los defensores de su tierra

la sangre que en arroyos ya corría

por las abiertas grietas de la sierra,

las lástimas, las voces y gemidos

de los míseros bárbaros rendidos.

            A ellos se une el hecho de que, en el plano del personaje, Ercilla es increpado e impelido a combatir; como personaje, también se conduele del suplicio de ahorcar a doce de los araucanos e intenta salvar a Galvarino que se resiste a ello con expresiones de fuerte repudio a los españoles.  Como narrador, Ercilla extrema los detalles de horror y califica de desatino,  insulto y castigo injusto el ahorcamiento de los caciques, uno de los cuales implora por su vida llevándose la airada repulsa de Galvarino.

            Los españoles se establecen en Tucapel y Ercilla tiene un segundo encuentro con el mago Fitón. El anticipa los cambios de fortuna que habrá en el futuro para la nación española. Dice:

y aunque vuestra fortuna ahora crezca,

no durará gran tiempo; porque os digo

que, como a los demás, el duro hado

os tiene su descuento aparejado.

Si la fortuna así a pedir de boca

os abre el paso próspero a la entrada,

grandes trabajos y ganancia poca

al cano sacaréis de esta jornada.     

            Fitón le da acceso a su jardín y a la esfera o globo donde Ercilla verá reflejado el mundo. La descripción se introduce con el exordio del canto XXVII referido a la necesidad de brevedad del discurso y a la declarada voluntad de abreviar para no cansar. El tópico tradicional de la visión panorámica del mundo que Ercilla desarrolla como mostrado por la magia de Fitón, pone de relieve la extensión del dominio español.

            Después de abandonar el recinto de Fitón, camino a Cautén, Ercilla encuentra a la hermosa Glaura, cuya historia será materia del canto XXVIII y otro ejemplo del cambio de Fortuna, a lo cual está dedicado el exordio de ese canto. La descripción de la muchacha responde a las convenciones de la literatura cortesana.  Ella cuenta a Ercilla su historia: requerida de amores por un pariente, queda sola y abandonada cuando un ataque español mata al pariente y al padre de la muchacha. Huyendo por los bosques, es atacada por dos negros y salvada por un joven araucano, Cariolán, a quien ella –típica figura de la doncella perseguida- toma por su guarda y marido. Atacados luego por unos cristianos, ella se oculta y al cesar el ataque, se ve sola, sin protección y dolorida por el desaparecimiento de su amado a quien busca sin encontrarlo y deseando morir. Interrumpe el relato de la muchacha la llegada de un yanacona de Ercilla que viene a advertir sobre el peligro de una emboscada. Es Cariolán. Los amantes se reencuentran. Ercilla da la libertad al yanacona y éste y su amada se marchan. Es la única historia de amor venturosa que se narra en el poema.

            Luego de relatar cómo Cariolán llegó a ser su yanacona, el narrador da cuenta de la batalla de Purén y se representa así mismo jugando un rol decisivo para evitar que se consume la victoria araucana. Compensación tal vez de su renuencia a combatir manifestada en el canto anterior.

            Si bien el triunfo araucano no se consuma, los españoles sufren grave deterioro y solo logran regresar al fuerte, maltrechos y malheridos, mientras los araucanos asolan los campos, robando y saqueando, cosa que es castigada por Caupolicán.

            El canto XXIX, final de la segunda parte, se inicia con un exordio que exalta el valor del amor a la patria, enumerando a figuras de la antigüedad que dieron muestra de ello, entre las cuales merece estar esta araucana gente.

            Desde este canto, empieza a adquirir relieve le figura de Caupolicán, hasta aquí relegado a un segundo plano. En el mundo narrativo, él es el personaje de larga vida y en el que parecen representarse las vicisitudes de la existencia humana.

            Ante el Consejo araucano, Caupolicán incita a sus hombres a retomar la lucha, pero se interpone el iracundo Tucapel que exige que se realice el postergado duelo que él tiene pendiente con Rengo, el que se narra, pero se deja inconcluso hasta el próximo canto que viene a ser el primero de la Tercera Parte.

            El narrador exhibe clara conciencia de estos juegos narrativos. Así dice en la conclusión del canto XXIX:

Mas quien el fin  deste combate aguarda

me perdone si dejo destroncada

la historia en este punto, porque creo

que así me esperará con más deseo.

            Y en el canto siguiente, luego de un exordio referido a lo reprobable de los desafíos o duelos, el narrador declara:

Déjolo aquí indeciso, porque viendo el brazo

en alto a Tucapel alzado,

me culpo, me castigo y reprehendo

de haberle tanto tiempo así dejado;

pero a la historia y narración volviendo,

me oísteis ya gritar a Rengo airado,

que bajaba sobre él la fiera espada

por el gallardo brazo gobernada.

            La tercera parte del poema no contiene textos preliminares. La narración adquiere un ritmo entrecortado que hace pasar de una historia a otra, para dejar varias de ellas inconclusas. Hay frecuentes declaraciones del narrador señalando que omite narrar acontecimientos para no cansar ni extender más el discurso, lo que corre paralelo al cansancio del poeta de seguir relatando hechos bélicos, el que se acentúa en la misma medida que se enfatiza la expresión de desengaño del mundo experimentada por la figura de Ercilla al interior del mundo narrativo.

            La secuencia que se abre en el canto XXX, en lo que se refiere a la guerra en Arauco, se inicia con el fin del combate entre Rengo y Tucapel, exangües y requeridos por Caupolicán para que hagan las paces. Mientras en el bando español, García Hurtado de Mendoza restituye el orden en La Imperial y Reinoso queda a cargo del fuerte de Purén, hasta donde llegan noticias de que Arauco ha vuelto a levantarse en armas y de que Caupolicán, tras las derrotas, ha ido perdiendo autoridad y su buena fortuna.

            Ante el senado araucano, Caupolicán propone asaltar el fuerte español, convenciendo de ellos a sus hombres que vuelven a darle obediencia. Pero la estrategia elegida, basada en la utilización de un espía para que se informe sobre las fuerzas españolas y un plan de ataque para sorprender a los españoles desprevenidos, no es compartida por los caciques principales. El plan fracasa porque el espía Pran es traicionado por el yanacona Andresillo y el ataque es violentamente repelido por los españoles del fuerte. El narrador expresa, en el exordio del canto XXXI, su severa sanción a la traición de la a

a la traición de la amistad; su mirada pone énfasis en los horrores y destrozos de la batalla, se conduele de que los españoles no tengan clemencia con los vencidos, materia del exordio del canto XXXII, y declara que no sabe con qué palabras referir este sangriento y crudo asalto.

 

Luego de la derrota, se precipita la caída de Caupolicán: desbaratado su ejército, con solo diez hombres de confianza, se oculta en apartados lugares, traicionado por un indio, es aprehendido, finge ser un soldado sin importancia, su mujer, Fresia, lo increpa, furiosa; ante Reinoso, Caupolicán implora por su vida y ofrece obediencia al rey español, declara haber realizado acciones, como dar muerte a Valdivia, que efectivamente no hizo, pide ser bautizado. Y finalmente, con gran dignidad, sufre horrenda muerte, empalado y asaetado. Su figura sufriente, recuerda la del martirio de San Sebastián.

 

El narrador no solo se conduele, declara que, de haber estado él presente, habría impedido esta atrocidad cuyo solo relato enternece al más cruel y empedernido oyente.

En el exordio del canto XXXIV, el narrador reflexiona sobre la situación de Caupolicán en cuanto ilustra las mudanzas de Fortuna y lo penoso de una larga vida que deslustra los hechos de los grandes hombres.

 

Pero, entre medio de la secuencia que protagoniza Caupolicán, Ercilla narra su deambular por los campos de Arauco, donde se encuentra con la joven Lauca, quien ha perdido a su esposo en la guerra y herida, deambula deseando la muerte. Ercilla procura consolarla, la cura con hierbas y se refiere a su caso como uno más de los que ilustra que es cosa cierta la muerte triste tras la alegre vida e ilustra también la ejemplar fidelidad amorosa de las mujeres araucanas, comparables con la de la casta Elisa Dido, cuestión que es rebatida por un soldado de la compañía de Ercilla, basándose en la versión de Virgilio sobre la reina de Cartago. A requerimiento de sus soldados, Ercilla les narra, refutando la versión de Virgilio, la historia de Dido, narración que ocupa los cantos XXXII y XXXIII. Este relato, es en definitiva, el que más se aparta de los asuntos que el poeta se ha propuesto narrar en su poema, su vinculación con la historia central es reiterar la virtud de la mujer araucana que para él es comparable con las grandes figuras femeninas de la antigüedad.

Después de la muerte de Caupolicán, canto XXXIV, la narración retoma el asunto de Arauco, refiriendo la turbación y desaliento que dicha muerte provoca y la rabiosa sed de venganza que mueve a los araucanos, pero asimismo, señala que entre ellos aumentan las disensiones, discordias y odios por lo que Colocolo llama a nueva junta. Pero ese relato se deja interrumpido:

 

Pero si no os cansáis, Señor, primero

que os diga lo que dijo Colocolo

tomar otro camino largo quiero…

 

Y así pasa a referir las acciones de don García, en su exploración del territorio situado al sur de Arauco. Invocando el espíritu invencible de los españoles, don García arenga a sus hombres y los incita a ir a la conquista de nuevas tierras.

 

En esas tierras, araucanos desbaratados por la guerra, a la cabeza de los cuales está Tunconabala, se organizan para, con astucia, impedir el paso de los españoles. La estrategia es mostrarse paupérrimos y ponderar la miseria de esas tierras para que así los codiciosos españoles no insistan en su avance. Tunconabala se constituye en un nuevo vocero del narrador para enjuiciar la codicia española. Su discurso  contiene estrofas de fuerte crítica como las siguientes:

 

Que estos barbudos crueles y terribles

del bien universal usurpadores,

son fuertes, poderosos, invencibles

y en todas sus empresas vencedores;

arrojan rayos con estruendo horrible,

pelean sobre animales corredores,

grandes, bravos, feroces y alentados

de solo el pensamiento gobernados.

 

Y pues contra sus armas y fiereza

defensa no tenéis de fuerza o muro,

la industria ha de suplir nuestra flaqueza

y prevenir con tiempo el mal futuro;

que mostrando doméstica llaneza

les podéis prometer paso seguro,

como a nación vecina y gente amiga

que la promesa en daño a nadie obliga,

 

haciendo en este tiempo limitado

retirar con silencio y buena maña

la ropa, provisiones y ganado

al último rincón de la montaña,

dejando el alimento tan tasado

que vengan a entender que esta campaña

 es estéril, es seca y mal templada,

de gente pobre y mísera habitada.

Porque estos insaciable avarientos,

 viendo la tierra pobre y poca presa,

 sin duda mudarán los pensamientos

dejando por inútil esta empresa…

 

A partir del canto XXXV adquiere mayor relieve el discurso autobiográfico que representa a Ercilla en su peregrinación a las tierras australes mientras que el discurso relativo a la guerra de Arauco se vuelve máximamente discontinuo.

El viaje por territorio desconocido, con falsos guías que solo procuran perderlos, en medio de una naturaleza hostil e impenetrable, una selva oscura como la de Dante, se convierte en verdadero camino de las pruebas, en experiencia de extravío en un mundo laberíntico donde se enfrenta la inminencia de la muerte, todo ello enfrentado con el ánimo de testimoniar el valor, altivez y honor de los españoles, pero a la vez con los temores e incertidumbre con que los hombres enfrentan las situaciones límites de la existencia.

Esa penosa peregrinación termina en el fértil espacio de Ancud desde donde ven el archipiélago y pueden saciar el hambre comiendo las sabrosas frutillas que les ayudan a reparar sus decaídas fuerzas. Allí en ese espacio austral encuentran gentiles hombres naturales que les acogen con cordialidad.

 

Según lo dicho en el exordio del canto XXXVI, es el encuentro con el lugar ideal, un espacio privilegiado, carente de vicios donde es posible la verdad. Pero desde la perspectiva del narrador, al momento de narrar, ese lugar paradisíaco ya no existe pues todo aquello fue destruido por los españoles. Dos estrofas del canto XXXVI condensan esa visión contrastante:

 

La sincera bondad y la caricia

de la sencilla gente destas tierras

daban bien a entender que la codicia

aún no había penetrado aquellas sierras;

ni la maldad, el robo y la injusticia

(alimento ordinario de las guerras)

entrada en esta parte habían hallado

ni la ley natural inficionado.

 

Pero luego nosotros, destruyendo

todo lo que tocamos de pasada,

con la usada insolencia el paso abriendo

le dimos lugar ancho y ancha entrada;

y la antigua costumbre corrompiendo

de los nuevos insultos estragada,

plantó aquí la codicia su estandarte

con más seguridad que en otra parte.

 

La narración, centrada en el personaje Ercilla, lo muestra en su exploración de ese territorio queriendo ser el primero en traspasar los límites, el primero en ir más lejos. Así lo deja testimoniado en la inscripción que a cuchillo hace en el tronco de un árbol:

 

Aquí llegó donde otro no ha llegado,

 don Alonso de Ercilla, que el primero

 en un pequeño barco desastrado,

con solo diez pasó el desaguadero,

el año de cincuenta y ocho entrado

sobre mil y quinientos, por hebrero,

a las dos de la tarde, el postrer día,

volviendo ala dejada compañía.

 

Desde ese momento la narración se acelera. Abrevia, omite hechos, con conciencia de que pasa por ellos muy de prisa y no es prolijo en su relato. La narración autobiográfica refiere condensadamente la vuelta de los españoles a la ciudad de La Imperial, el caso no pensado del incidente entre Ercilla y Juan de Pineda, que turbó las justas y fiestas que allí se celebraban y que determina la precipitada condena que le impone don García, la conmutación de la pena de muerte por el destierro al Perú, su estancia allí y su posterior deambular por el mundo, al servicio de Felipe II.

 

En el plano del narrador, se agudiza la conciencia de la discontinuidad, aceleración del relato y del desvío respecto de lo que inicialmente se propuso

narrar.

 

¿Cómo me he divertido y voy apriesa

del camino primero desviado?

¿Por qué así me olvidé de la promesa

y discurso de Arauco comenzado?

Quiero volver a la dejada empresa

si no tenéis el gusto ya estragado

mas yo procuraré deciros cosas

que valga por disculpa ser gustosas.

 

Quiere volver a la consulta comenzada, es decir, a la convocada por Colocolo, pero se resiste:

 

¿Qué hago, en qué me ocupo fatigando

la trabajada mente y los sentidos

por las regiones últimas buscando

guerras de ignotos indios escondidos

y voy aquí en las armas tropezando

sintiendo retumbar en los oídos

un áspero rumor y son de guerra

y abrazarse en furor toda la tierra?

 

Veo toda la España alborotada

envuelta entre sus armas victoriosas…

 

De esa manera anticipa la materia del canto final del poema en el que cantará el furor del pueblo castellano, con ira justa y pretensión movido y el derecho del reino lusitano a las sangrientas armas remitido.

Más que narración de hechos, el canto desarrolla un discurso argumentativo fundado en la concepción de la guerra como derecho de gentes para justificar las pretensiones y derechos de Felipe II al trono de Portugal. Respecto del plan narrativo enunciado en el exordio del poema, el discurso se ha tornado francamente errático y de ello hay  clara conciencia en el narrador, que así lo señala:

Voime de punto en punto divirtiendo

y el tiempo es corto y la materia larga,

en lugar de aliviarme, recibiendo

en mis cansados hombros mayor carga.

 

Promete resumir y finalmente renuncia a seguir narrando hechos para entregar una apretada síntesis de su trayectoria personal de servicios al monarca, de grandes trabajos padecidos, de la injusticia de la condena que le diera el mozo capitán acelerado, es decir, García Hurtado de Mendoza en La Imperial, de la ingratitud del monarca que no ha recompensado con justicia los servicios prestados, para, finalmente señalar que

 

al cabo de tan larga y gran jornada

hallo que mi cansado barco arriba

 de la adversa fortuna contrastado

lejos del fin  y puerto deseado.

 

Renuncia a seguir cantando y señala que otros pueden referir los hechos del rey pues él solo quiere volverse a Dios en espera de su perdón, preparándose para una buena muerte.

 

El canto del poeta que se inicia con el entusiasmo de referir hechos heroicos y proclamar valores marciales, se ha ido transformando en el desarrollo del discurso en expresión de denuncia de los horrores y excesos de la guerra, de toda guerra y, en esa medida, la contrapartida del amor, como valor que permanece más allá de la destrucción y el deterioro que producen las guerras. Paralelamente, el entusiasmo va cediendo ante el generalizado sentimiento de desengaño del mundo que se relaciona con la concepción de la Fortuna como poder que transforma todas las realidades humanas en un movimiento que, casi sin excepciones, las hace transitar de la ventura a la desventura, desde la grandeza a la miseria. Nada permanece en un estado, las mudanzas de Fortuna afectan a todos los componentes del mundo narrativo. Solo permanecen inalterables la sabiduría de Colocolo, la impulsividad e iracundia de Tucapel, el amor inalterable de las mujeres araucanas  que persiste más allá de la muerte de sus amados.

 

Y de la misma manera, las mudanzas de Fortuna transforman al personaje Ercilla a quien, su experiencia de testigo y protagonista de la guerra de Arauco y su largo peregrinar por el mundo, le han modificado su visión. Una visión que transita entre la convicción acerca de la justicia de la guerra y la grandeza de la España imperial a su problematización y crítica acerba. Consecuentemente con ello, el canto inicialmente propuesto se va transformando para rematar en ese llanto final con el que el poeta concluye su poema.

 

Y yo que tan sin rienda al mundo he dado

el tiempo de mi vida más florido

y siempre por camino despeñado

mis vanas esperanzas he seguido,

visto ya el poco fruto que he sacado

y lo mucho que a Dios tengo ofendido

conociendo mi error, de aquí adelante

será razón que llore y que no cante.

 

 

(Las referencias al texto de Ercilla corresponden a la edición de La Araucana de editorial Castalia, l983, al cuidado de Marcos A. Morínigo e Isaías Lerner)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ERCILLA, NARRADOR DE LA ARAUCANA

 

Lucía Invernizzi

 

 

            Por su compleja estructura textual, La Araucana ha sido objeto de plurales interpretaciones y variadas discusiones centradas, por ejemplo, en el género literario al que se adscribe, la carencia de unidad y la diversidad de asuntos que relata.

            Considerada también como una crónica rimada de los primeros años de la conquista de Chile, este es un poema épico que, por un lado, destaca valores heroicos y que enaltece a ambos bandos contendores y, por otro,  funda los orígenes heroicos de Chile o proclama la grandeza del imperio español del siglo XVI.

            Para apreciar la diversidad de interpretaciones que ha tenido el poema de Ercilla, remito a los textos La poesía épica del Siglo de Oro, de Frank Pierce; Poesía Chilena, (capítulo primero) de Fernando Alegría y a la  Introducción a la edición de La Araucana de Isaac Lerner y Marcos Morínigo, publicada por Castalia en l983.Teniendo en consideración algunas de esas interpretaciones, centraré  mis proposiciones de lectura de La Araucana en la figura del narrador del poema.

            Un aspecto, aparentemente menor, que importa considerar para abordar el tema del narrador de La Araucana, es el que concierne al largo período que cubre la creación de la obra y su publicación. Según datos biográficos y referencias contenidas en el propio poema, Ercilla llega a Chile en l557, en el contingente que trae García Hurtado de Mendoza desde Perú, donde su padre, el virrey, lo designa Gobernador de Chile. Permanece en territorio chileno hasta fines de l558. Conforme a lo dicho en el texto, en esa época se habría iniciado la escritura de la obra, la que se habría continuado posteriormente en Perú y en España, hasta la publicación de la versión completa de tres partes y 37 cantos que se produjo en un lapso de 20 años: l569, la primera  parte; 1578, la segunda; 1589, la tercera.

            Este largo proceso explica las transformaciones que el poema va experimentando, las que se registran en el poema mismo, el que contiene múltiples momentos metadiscursivos, de reflexión sobre el texto y de registro de los desvíos que va experimentando el plan original. Dichos momentos son importantes para apreciar la singularidad de la obra.

            Para reparar en ello, hay que partir por el exordio, constituido por las cinco primeras estrofas del poema. En las dos primeras, replicando negativamente a Ariosto en Orlando, se propone la materia bélica, valorada en su dimensión heroica, como objeto del discurso. Ello se relaciona con declaraciones del Prólogo en las que se enfatiza que tratará historia verdadera y de cosas de guerra, a las que hay muchos aficionados, y que la escritura viene a satisfacer las importunaciones de  testigos y a no permitir el agravio que muchos españoles sufrirían al quedar sus hazañas en completo silencio, no por ser pequeñas sino por lo remoto de la tierra en que estas ocurrieron.

            Estas declaraciones, contenidas en el Prólogo, articulan la obra con la literatura histórica que se produce a raíz del descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo. En ella, se proponen historias verdaderas, aun cuando pudieran aparecer como obras de encantamiento, como las del libro de Amadís, según la frase de Bernal Díaz del Castillo. Historias verdaderas, narradas por sus propios protagonistas y testigos para rescatarlas del olvido y registrarlas para la posteridad, con el fin de conferirles la fama que merecen. Estos llegan a ser tópicos de esa literatura. En el caso de Chile, se agrega a esas motivaciones para narrar el hecho de que la lejanía del territorio dificulta la información y el conocimiento sobre él y sobre lo que en él acontece; se suma a esto la denodada guerra que los españoles deben sostener en esta tierra, situación que no deja casi lugar para la escritura. El tópico se hace presente en Valdivia, en Vivar y en Góngora Marmolejo.

            Lo propuesto califica los hechos a narrar como proezas y valor de los españoles y también como COSAS HARTO NOTABLES, EMPRESAS MEMORABLES DE LOS ARAUCANOS, que merecen celebrarse. Desde la proposición se plantea el protagonismo colectivo. Solo episódicamente se destacarán figuras individuales.

            Hay conciencia que lo propuesto como materia del canto rompe con las convenciones establecidas por el canto heroico y con las de la literatura que busca conferir fama, géneros usualmente reservados a altos dignatarios. De allí las declaraciones del Prólogo donde se elogia el carácter guerrero de los araucanos, su espíritu libertario y la denodada defensa de su territorio:

 

Y si alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más estendidamente de lo que para bárbaros se requiere, si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles.

 

            El apego a la verdad fundada en la experiencia del testigo y el relieve de la dimensión bélica se reiteran en las estrofas siguientes del exordio, que mezclan  términos de dedicatoria a Felipe II con la clásica invocación necesaria al poema épico. Se advierte en ello ecos de la Farsalia de Lucano, de Ariosto y de los romanzi italianos del Renacimiento, que constituyen innovación de la épica clásica homérica y virgiliana. Ambas tradiciones se recrean en La Araucana, además de la verista de la épica castellana.

            Otro aspecto del discurso, que se vincula con la literatura histórica del descubrimiento y la conquista, es el que se refiere al destinatario del discurso: el monarca español, al que el narrador apela en reiteradas oportunidades y en quien se representa a ese receptor europeo que no conoce la realidad sobre la cual habla el enunciante y al que hay que dársela a conocer.

            Por ello, el discurso propiamente narrativo-descriptivo se inicia con los citados versos CHILE, FERTIL PROVINCIA… que identifican el escenario y caracterizan al pueblo araucano como bárbaros, sin Dios ni ley, servidores de Eponamón y el demonio, pero eximios guerreros, defensores de su tierra y su libertad, además de contar con una organización social fundada en los méritos. Se comprueban esos rasgos con una sucinta narración de la historia prehispánica de Arauco que revela su carácter indomable, mediante el cual ha resistido todos los intentos de sojuzgamiento, incluidos los del Inca y también los de Almagro.

            Luego de esa introducción a la historia, la narración refiere el éxito de Valdivia que ha logrado lo que nadie había alcanzado: imponer su dominio sobre Arauco. Los sucesos se enunciarán desde una perspectiva en que resuenan ecos lascasianos, la concepción providencialista y la relativa a la Fortuna. Desde ella, se atribuye a la voluntad de Dios el éxito inicial, el que luego se transforma en sucesión de derrotas por el comportamiento codicioso y soberbio de los españoles, determinantes de que Dios haga de los araucanos CUCHILLO Y ÁSPERO VERDUGO de los hispanos.

            El desarrollo de la guerra, luego de la caída de Valdivia, será presentado como ejemplo de las mudanzas de Fortuna, a la que todo está sometido y que se constituye en una especie de ley que rige el mundo narrativo de La Araucana, tanto a nivel de los dos colectivos en pugna como de los destinos individuales, incluido el mismo Ercilla, protagonista, testigo y poeta de La Araucana.

            Desde esa perspectiva, la narración, desde el canto II hasta el XII, muestra el declinar de las fuerzas españolas en la sucesión de derrotas iniciada con la batalla de Tucapel que termina con la vida de Valdivia y, en contraste, el ascenso araucano desde el momento en que en la junta, consulta o concilio de caciques se designa, mediante la prueba del tronco, a Caupolicán como conductor de las tropas. Se condensa en los retratos de los personajes, esta mudanza de Fortuna. El prestigio inicial de Valdivia, canto I, cede en el canto II, donde encontramos una caracterización fuertemente crítica.                                     

 

Valdivia, perezoso y negligente,

Incrédulo, remiso y descuidado

Hizo en la Concepción copia de gente,

Más que en ella, en su dicha confiado;

El cual, si fuera un poco diligente,

Hallaba en pie el castillo arruinado,

Con soldados, con armas, municiones,

Seis piezas de campaña y dos cañones.          

            En el sector araucano del mundo, el narrador destaca  variadas figuras a las que presenta, siguiendo los modelos del catálogo de las naves de Homero, en la medida en que  van concurriendo a la junta. Entre ellas destaca al sabio Colocolo, al iracundo Tucapel, a Caupolicán, vencedor de la prueba de quien entrega el retrato.

 

Tenía un ojo sin luz de nacimiento

Como un fino granate colorado

Pero lo que en vista le faltaba

En la fuerza y esfuerzo le sobraba.

 

Era este noble mozo de alto hecho,

Varón de autoridad, grave y severo,

Amigo de guardar todo derecho,

Áspero, riguroso y justiciero;

De cuerpo grande y relevado pecho,

Hábil, diestro, fortísimo y ligero,

Sabio, astuto, sagaz, determinado

Y en  casos de repente reportado.

 

            Sin embargo, en la narración de hechos, no será Caupolicán, sino Lautaro, la figura relevante del sector araucano. Es el personaje decisivo en la batalla de Tucapel y el símbolo del valor y arrojo que llenará de pavor a los españoles. Designado por Caupolicán como capitán y su teniente, es Lautaro el verdadero conductor de los araucanos en las batallas de Andalicán, en el asedio a Penco que determina la huida de los españoles hacia Mapocho, en la Imperial y en los enfrentamientos que se producen en el avance hacia Santiago. De él, el narrador dirá:

 

Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,

De gran consejo, término y cordura,

Manso de condición y hermoso gesto,

Ni grande ni pequeño de estatura;

El ánimo en las cosas grandes puesto,

De fuerte trabazón y compostura;

Duros los miembros, recios y nervosos,

Anchas espaldas, pechos espaciosos.

 

            Sin embargo, como desde la perspectiva del narrador nada permanece en un determinado estado, pues Fortuna muda todas las cosas, la situación de los araucanos empieza a variar en el avance hacia Santiago. Ya hay indicio de eso en la batalla de Imperial, donde un hecho prodigioso impide el triunfo araucano, pero es en el avance  hacia Santiago donde el curso de los hechos se modifica. La hueste que acompaña a Lautaro no representa a lo mejor del pueblo araucano:

 

Los que Lautaro escoge son soldados

Amigos de inquietud, facinerosos,

En el duro trabajo ejercitados,

Perversos, disolutos, sediciosos,

A cualquier maldad determinados,

De presas y ganancias codiciosos,

Homicidas, sangrientos, temerarios,

Ladrones, bandoleros y corsarios.

 

Con esta buena gente caminaba

Hasta Maule de paz atravesando

Y las tierras, después, por do pasaba

Las iba a fuego y sangre sujetando.

 

            Por otra parte, el narrador observa que los triunfos también han desencadenado entre los araucanos, soberbia (llegarán hasta la misma España, para vencer a Carlos V), rivalidades y ambiciones. Pero será el descuido del capitán en su reducto del río Claro, el determinante de su ruina. El jefe militar, distraído por el amor de Guacolda, su mujer, y presas ambos de funestos presentimientos, no puede resistir el ataque por sorpresa de las tropas españolas comandadas por Francisco de Villagrán y cae muerto al inicio de la batalla que cambia el curso de los hechos. En el inicio del canto XIII, el narrador, una vez más, advierte acerca de los designios de Fortuna:

 

¡Oh, pérfida Fortuna!, ¡oh, inconstante!,

¡Cómo llevas tu fin por punto crudo,

que el bien de tantos años, en un punto,

de un golpe lo arrebatas todo junto!

 

            Termina así, en el canto XIV, la secuencia narrativa iniciada en el canto II que muestra el ascenso araucano. La narración se caracteriza por estar sostenida por una voz que declara referir la verdad de los hechos, según consta en el conocimiento de quienes tuvieron participación en ellos como testigos y de quienes él ha extraído aquello en lo que hay más concordancia. El narrador manifiesta, además,  clara conciencia de que no está escribiendo historia, pues remite a historiadores como Calvete de la Estrella para aquellos que se quieran enterar de sucesos o detalles que él no ha seleccionado en la versión que entrega de lo acontecido.

            Con el fundamento de ese conocimiento, el poeta construye un mundo narrativo en que destaca los valores marciales, cuestión que se revela en la narración de las batallas, en las que emplea una tradicional técnica que entrega una visión de conjunto para destacar, luego, figuras individuales en actos de valor, arrojo y fortaleza. Tales actos, desde su perspectiva, deben enaltecerse y registrarse para la posteridad. Pero, a la vez, manifiesta su repulsa por todos aquellos actos de crueldad y excesos que se cometen en la guerra, los que son objeto de detallado y cruento registro.

            Un punto relevante es el que concierne a los vicios que ensombrecen todos los triunfos de ambos bandos, pero especialmente los de los españoles: codicia y soberbia que, desde la perspectiva providencialista, constituyen el fundamento de la acción de la divinidad, quien interviene en los hechos para castigarlos. Articulado con ello está la acción de la Fortuna, mudable diosa o rueda en permanente girar que condiciona todos los destinos. Las figuras protagónicas de esta primera parte, Valdivia, Lautaro, así lo manifiestan.

            Pero en el canto XII se empiezan a producir importantes modificaciones en la historia que se narra, y sobretodo, en la posición y perspectiva del narrador. Ello se declara  explícitamente. Por una parte, se interrumpe el relato de lo que acontece en las riberas del río Claro para introducir la narración de los sucesos del Perú, donde las querellas entre conquistadores han determinado designar a don Juan Andrés Hurtado de Mendoza como virrey para que imponga el orden de la monarquía. Pero lo más significativo es que empieza a cambiar la posición e identidad del narrador. Se incorpora el testigo y protagonista a la situación enunciativa que sigue teniendo como destinatario a la persona del rey.

 

Hasta aquí lo que en suma he referido

yo no estuve, Señor, presente a ello

y así, de sospechoso, no he querido

de parciales intérpretes sabello;

de ambas las mismas partes lo he aprendido

y pongo justamente solo aquello

en que todos concuerdan y confieren

y en lo que en general menos difieren.

 

Pues que en autoridad de lo que digo

vemos que hay tanta sangre derramada,

prosiguiendo adelante yo me obligo

que irá la historia más autorizada,

podré ya discurrir como testigo

que fui presente a toda la jornada,

sin cegarme pasión, de la cual huyo,

ni quitar a ninguno lo que es suyo.

 

            Otro cambio que anticipa lo que acontecerá en las partes II y III es el relativo a la incorporación del tema amoroso, categóricamente descartado en la proposición del exordio. La conclusión del canto XII, luego de narrar el episodio de Lautaro y Guacolda, establece el tránsito hacia lo que acontecerá en lo concerniente al tema amoroso en la segunda parte del poema y en la tercera. Dice el poeta:

 

Pero ya la turbada pluma mía

Que en las cosas de amor nueva se halla,

confusa, tarda y con temor se mueve

y a pasar adelante no se atreve.

 

            Pero efectivamente se atreve, pues el exordio del canto XV, final de la primera parte, está dedicado al amor, como tópico literario y opción para su propio discurso, si bien afirma que deberá seguir lo prometido, es decir, la narración de sucesos bélicos.

            Además de la incorporación del tema amoroso y de la integración de las dimensiones del testigo y protagonista en la perspectiva del narrador, a partir del canto XII se producen variaciones en la historia que el enunciante se ha propuesto narrar. Deja en suspenso la narración de los sucesos de la guerra de Arauco, para referir los relativos al virreinato del Perú.

 

Quiero dejar a Arauco por un rato,

que para mi discurso es importante

lo que forzado aquí de Pirú trato,

aunque de su comarca es bien distante;

y para que se entienda más barato

y con facilidad lo de adelante,

si Lautaro me deja, diré en breve

la gente que en su daño ahora se mueve.

 

            Si bien esos sucesos están relacionados con Chile, ya que el virrey Hurtado de Mendoza, una vez restituido el orden del imperio en Perú, designa a su hijo García como gobernador de Chile, el narrador los refiere con conciencia de que se aparta de lo que constituía el núcleo central de la historia propuesta. Los sucesos de Perú, centrados en el rigor con que el virrey sofoca las rebeliones internas y restituye la ley de la monarquía, expande los límites del universo narrativo a un ámbito mayor del mundo dominado por España, lo que en las partes segunda y tercera alcanzará mayores expansiones con la narración de las batallas de San Quintín y Lepanto y con la visión panorámica del mundo que se entregará en el canto XXVI, en la figura del mapamundi que despliega el mago Fitón.

            Los cantos finales de la primera parte muestran, entonces, una narración permanentemente alternada entre la narración de la batalla de Mataquito, los sucesos del Perú y la navegación que trae a Chile a Hurtado de Mendoza en cuya hueste viene Ercilla. Los tránsitos entre los distintos asuntos narrados, son explícitamente señalados por el narrador.

            El texto preliminar de la segunda parte, titulado AL LECTOR, desarrolla el tópico del cansancio de la escritura por tratar de materia tan áspera y de poca variedad, pues desde el principio hasta el fin no contiene sino una misma cosa, y haber de caminar siempre por el rigor de una verdad y camino más desierto y estéril. Además, declara la voluntad del poeta de no ceder al deseo de mezclar algunas cosas diferentes y no mudar de estilo, pero de referir sucesos bélicos que acontecen en escenarios que no son Arauco y que son importantes para el imperio español: la batalla de San Quintín que es simultánea a otra que aconteció en el fuerte de Penco; y la batalla naval de Lepanto. Justifica el referir dos cosas tan grandes en lugar tan humilde en atención al heroísmo que han demostrado los araucanos defendiendo su tierra.

            A partir del canto XVI, primero de la segunda parte, la narración alternará diversos cursos narrativos y mostrará las vacilaciones y contradicciones que tiene el narrador respecto de su discurso.  Dicho canto presenta un exordio que, en términos del tópico de la navegación, apunta ambiguamente a la difícil travesía de las naves entre Perú y Chile y, a la vez,  a la dificultad de la escritura; también propone como materia del canto las armas, el furor y nueva guerra. El exordio contempla además una invocación al sacro Señor, Dios o el rey, para que lo salve de la furia de los elementos que arrecian contra las naves y lo lleve a seguro puerto.

            La llegada de los españoles al puerto de Concepción e isla de Talcahuano está presidida por fenómenos naturales de carácter extraordinario, los que se narran porque  no es poético adorno fabuloso mas cierta historia y verdadero cuento que se interpretan como siniestro pronóstico de su ruina y venideros males…prodigios tristes y señales que su destrozo y pérdida anunciaban y a perpetua opresión amenazaban.

            La secuencia que entonces se inicia mostrará, a partir de un nuevo concilio araucano, las rivalidades y discrepancias entre distintos caciques acerca de la conducción de la guerra, en la que destaca la impulsividad de Tucapel frente a la mesura de los caciques más ancianos como Peteguelén y Colocolo, que no son partidarios de enfrentar directamente a los españoles, sino de enviar a Millalauco a parlamentar y conocer el estado del adversario para así poder definir la estrategia más conveniente.

            Mientras se prepara el ataque al fuerte de Penco, se produce la primera intervención del narrador personaje incorporando ambiguamente una materia diferente a la de la guerra de Arauco. El enunciante establece las condiciones de la situación en que se producirá el conocimiento de los hechos que acontecen en Francia y que darán lugar a la narración de la batalla de San Quintín. En medio de la noche oscura, se produce un desfallecimiento y posterior sueño en que se le aparece la diosa Belona quien, haciéndose cargo de sus preocupaciones escriturales, le ofrece nuevas materias para ensanchar el campo de su escritura: guerras más famosas y mayores. Belona lo conduce por espacios descritos como lugares amenos para situarlo, luego, en un espacio superior desde el cual tiene la visión de los ejércitos francés y español enfrentados en la batalla de San Quintín.

            Conforme a la perspectiva providencialista y a la voluntad de enaltecer a la monarquía española, la batalla se presenta, en boca de Belona, como acción española destinada a bajar de la enemiga Francia la presunción, el orgullo y la arrogancia. Luego la diosa abandona al poeta para mezclarse entre los guerreros y es Ercilla, como testigo, el que desde la privilegiada situación en que Belona lo deja, quien narrará el enfrentamiento, introduciéndolo con una nueva invocación al rey para que le dé los recursos de estilo y entendimiento necesarios para dar cuenta de la gran batalla.

            Si bien la narración destaca la dimensión hazañosa de los hechos marciales, advierte una vez más sobre los excesos que cometen los españoles tras la victoria, motivados por la codicia que lleva al saqueo de la tierra, premio de la común gente de guerra.

            Al término de la narración de la batalla de San Quintín tiene lugar la aparición de otra presencia femenina: una mujer que me hablaba, más blanco que la nieve su vestido, grave, muy venerable en el aspecto, persona al parecer de gran respecto. Ella hace una suerte de síntesis de los acontecimientos que afectarán al imperio español entre la batalla de San Quintín –l0 de agosto de l557- y la de Lepanto -7 de octubre l571- y, además, plantea las circunstancias en que el poeta, en cuanto personaje  del mundo narrativo, se enterará de este suceso, el que en definitiva se narrará en el canto XXIII.      

 

Mas si quieres saber desta jornada

el futuro suceso nunca oído

y la cosa más grande y señalada

que jamás en historia se ha leído,

cuando acaso pasares la cañada

por donde corre Rauco más ceñido,

verás al pie de un líbano a la orilla

una mansa y doméstica corcilla.

 

Conviénete seguirla con cuidado

hasta salir en una gran llanura,

al cabo de la cual verás a un lado

una fragosa entrada y selva escura

y tras la corza tímida emboscado

hallarás en mitad de la espesura

debajo de una tosca  y hueca peña

una oculta morada muy pequeña.

 

Allí, por ser lugar inhabitable

sin rastro de persona ni sendero,

vive un anciano, viejo venerable,

que famosos soldado fue primero,

de quien sabrás do habita el intratable

Fitón, mágico grande y hechicero,

el cual te informará de muchas cosas,

que están aún por venir, maravillosas.

 

No quiero decir más en lo tocante

a las cosas futuras pues parece

que habrá materia y campo asaz bastante

en lo que de presente se te ofrece

para llevar tus obras adelante

pues la grande ocasión te favorece;

que a mí solo hasta aquí me es concedido

el poderte decir lo que has oído.

 

            Esta figura femenina, que en el canto XXIII se identifica como la Razón, se hace cargo también de las preocupaciones del poeta por querer variar la monotonía del tema bélico y le ofrece el espectáculo de la belleza de las damas de España, el que se describe con las convenciones y tópicos de la literatura pastoril cortesana. Entre las damas, está la que será esposa de Ercilla, doña María de Bazán.

            La visión intensifica el deseo de ocuparme de obras y canciones amorosas y mudar el estilo y no curarme de las ásperas guerras sanguinosas. Pero el alboroto  de la guerra lo saca del dulce sueño y lo sitúa nuevamente en Arauco para narrar, en el canto XIX, la batalla en el fuerte de Penco.

            Pero la narración de los hechos bélicos, concretamente la lucha denodada que da Tucapel, se interrumpe una y otra vez para dar paso a las declaraciones del poeta acerca del cansancio de seguir narrando los sucesos de Arauco, de hacerlo sólo porque se comprometió a ello, y de considerar la necesidad de variar, dejándose llevar por la tentación del tema cortesano amoroso. El exordio del canto XX, es uno de los lugares donde ello se enuncia.

De mí sabré decir cuán trabajada

me tiene la memoria y con cuidado

la palabra que di, bien escusada,

de acabar este libro comenzado;

que la seca materia desgustada

tan desierta y estéril que he tomado

me promete hasta el fin trabajo sumo

y es malo de sacar de un terrón zumo.

 

¿Quién me metió entre abrojos y por cuestas

tras las roncas trompetas y atambores

pudiendo ir por jardines y florestas

cogiendo variadas y olorosas flores,

mezclando en las empresas y requestas

cuentos, ficciones, fábulas y amores

donde correr sin límite pudiera

y dando gusto, yo lo recibiera?

 

¿Todo ha de ser batallas y asperezas,

discordia, fuego, sangre enemistades,

odios, rancores, sañas y bravezas,

desatino, furor, temeridades,

rabias, iras, venganzas y fierezas,

muertes, destrozos, rizas, crueldades

que al mismo Marte ya pondrán hastío

agotando un caudal mayor que el mío?

 

            Aquí retoma brevemente la narración de la batalla de Penco, para luego referirse a su encuentro con Tegualda en medio de la noche oscura, mientras él hace guardia y ella busca, entre los despojos de la batalla, los restos de su esposo Crepino. Superando el temor que siente al divisar el bulto de la mujer,  entabla con ella un diálogo a través del cual ésta le manifiesta que solo desea la muerte luego de la de su amado. Ercilla, compasivo, la acompaña y pide que le relate su historia, lo que Tegualda hace mediante una narración intercalada ajustada a la tradición de la novela amorosa pastoril cortesana. En su relato, se muestra el tránsito de la mujer desde la figura de doncella desdeñosa que desprecia a todos sus enamorados, hasta convertirse en la apasionada esposa de Crepino, el que se ha ganado su amor en una lucha contra otros contrincantes, lucha que recuerda las justas por amor entre caballeros que combaten por su dama. La historia muestra una vez más el cambio entre la ventura de la relación amorosa y su desenlace funesto: Crepino ha muerto en la batalla del fuerte de Penco.

 

Ayer me vi contenta con mi suerte

sin temor de contraste ni recelo;

hoy la sangrienta y rigurosa muerte

todo lo ha derribado por el suelo.

 

            Ercilla se muestra compasivo y ayuda y da cobijo a Tegualda en el fuerte, a pesar de que ella solo desea la muerte luego de la de su marido.(Se sugiere eliminar este breve párrafo. La idea ya está presente en el anterior).

 

            El canto siguiente, en su exordio relativo a las mujeres virtuosas dignas de fama, trae el elogio de Tegualda, comparable a las heroínas de la antigüedad, destacables por su fidelidad amorosa. Penélope, Judit, Lucrecia, Alcestes y Dido, injustamente difamada por Virgilio, son los modelos que Ercilla propone para ensalzar la figura de Tegualda.

            El asunto amoroso entra así en la narración y establece la constante con que se aborda en La Araucana, esto es,  con el patrón de la literatura amorosa cortesana de la época, con figuras de las damas y caballeros protagonistas de ella, con una historia de amor que transita entre la dicha y la desventura y con mujeres de fidelidad a toda prueba, solo comparables con los paradigmas clásicos de virtud. Un amor tronchado por la guerra que, sin embargo, permanece más allá de la muerte.

            Luego de la narración de la historia de Tegualda, se retoma la de los sucesos de Arauco. Los españoles refuerzan su contingente con tropas venidas de Santiago e Imperial y Caupolicán hace recuento de las suyas, lo que se enuncia siguiendo el modelo homérico del  catálogo de guerreros. Se enuncia también la arenga de don García previo a la entrada en territorio de Arauco, cuyo  fundamento es el valor y la justicia de la guerra que sostienen los españoles y la recomendación de no ensañarse con el enemigo vencido. Mientras tanto, el poeta sigue resistiéndose al pérfido amor tirano para continuar con la narración de la entrada de los españoles en Arauco. Destacan allí Rengo, Tucapel y especialmente Galvarino, sometido a cruel suplicio y proclamando venganza. Ercilla declara haber estado presente y ello se constituye en el fundamento de su crítica al ensañamiento de los españoles frente a sus adversarios, lo que se expresa, además, en el discurso de Galvarino ante el senado araucano, en el que incita  a la lucha y denuncia las falsedades de los argumentos y motivaciones españolas. En su parlamento resuenan los argumentos lascasianos contra la guerra.  Galvarino, así, se convierte en vocero del narrador Ercilla, en su severa crítica y condena de las acciones de las tropas españolas.

            La narración se centra luego en un Ercilla personaje, quien recorriendo las tierras de Arauco encuentra la corcilla que le hace recordar lo que Razón le anticipara en el sueño y que le lleva hasta Guaticol, anciano joven, sobrino del mago Fitón. Este conduce a Ercilla a la caverna donde habita el mago. Guaticol cuenta a Ercilla su historia que es otro ejemplo de las mudanzas de Fortuna.

 

Mi tierra es en Arauco y soy llamado

el desdichado viejo Guaticolo

que en los robustos años fui soldado

en cargo antecesor de Colocolo;

y antes, por mi persona en estacado

siete campos vencí de solo a solo

y mil veces de ramos fue ceñida

esta mi calva frente envejecida.

 

Mas como en esta vida el bien no dura

y todo está sujeto a desvarío,

mudóse mi fortuna en desventura

y en deshonor perpetuo el honor mío,

que por estraño casi y suerte dura

perdí con Aynavillo un desafío,

la gloria en tantos años adquirida

quitándome el honor y no la vida.

 

            La descripción de la caverna donde habita Fitón se hace en términos familiares a la tradición europea. Concretamente, la enumeración de sustancias de valor mágico proviene de Lucano en la Farsalia. Luego de las alabanzas de Guaticolo que aluden a la fama de Fitón, conocida por Ercilla, el mago concede otorgarle el conocimiento de la batalla de Lepanto para que así complete su visión de los asuntos bélicos escribiendo las cosas de la guerra, así de mar también como de tierra. Ese conocimiento lo obtiene Ercilla de la esfera mágica donde se representa el mundo y que le ofrece Fitón para que sea testigo y verdadero cronista. Desde esa posición se enuncia la narración de la batalla de Lepanto que mostrará, según Fitón, el verdadero valor de vuestra España. La grandeza del hecho requiere tono elevado y aliento nuevo, lengua más espedida y voz pujante, cuestiones que el poeta solicita a las Musas, en el exordio del canto XXIV donde se narra la batalla. En la ficción del mundo narrativo, esta ocurrirá en el futuro. Es la batalla de la cristiandad, presidida por España, contra el poder turco la que se desarrolla en el Mediterráneo. Destaca aquí la figura de Juan de Austria, el hijo bastardo de Carlos V.

            La esfera de Fitón se ensombrece y la narración retoma los sucesos de Arauco, principalmente la batalla de Millarapué que se desarrolla a partir de una estrategia de ataque araucano que consiste en enviar primero a un espía que propone, de parte de Caupolicán, un duelo entre él y don García para luego atacar a los españoles por sorpresa. El exordio del canto XXV donde esto se narra, elogia el arte militar de los araucanos, dignos de todo encomio, calificándoseles como maestros y modelos en el arte de la guerra. Podemos tomar dellos doctrina, dice el poeta. Variadas figuras individuales,  de uno y otro bando, se destacan, sobresaliendo la fiereza de Galvarino y su encendida arenga. La narración de la batalla, que queda inconclusa para terminarse en el canto XXVI, pone acento en lo denodado de la lucha y en los reveses que afectan a las acciones de los hombres. El exordio del canto XXVI advierte acerca de la inestabilidad del tiempo venturoso y ello se ejemplifica con la narración del resultado final de la batalla de Millarapué, en la que triunfan los españoles luego que parecía que el triunfo estaba de parte de los araucanos. La visión del narrador es fuertemente crítica.

 

Los nuestros hasta allí cristianos

que los términos lícitos pasando,

con crueles armas y actos inhumanos

iban la gran victoria deslustrando,

que ni el rendirse, puestas ya las manos,

la obediencia y servicio protestando,

bastaba aquella gente desalmada

a reprimir la furia de la espada.

 

Así el entendimiento y pluma mía,

aunque usada al destrozo de la guerra,

huye del grande estrago que este día

hubo en los defensores de su tierra

la sangre que en arroyos ya corría

por las abiertas grietas de la sierra,

las lástimas, las voces y gemidos

de los míseros bárbaros rendidos.

 

            A ellos se une el hecho de que, en el plano del personaje, Ercilla es increpado e impelido a combatir; como personaje, también se conduele del suplicio de ahorcar a doce de los araucanos e intenta salvar a Galvarino que se resiste a ello con expresiones de fuerte repudio a los españoles.  Como narrador, Ercilla extrema los detalles de horror y califica de desatino,  insulto y castigo injusto el ahorcamiento de los caciques, uno de los cuales implora por su vida llevándose la airada repulsa de Galvarino.

            Los españoles se establecen en Tucapel y Ercilla tiene un segundo encuentro con el mago Fitón. El anticipa los cambios de fortuna que habrá en el futuro para la nación española. Dice:

 

y aunque vuestra fortuna ahora crezca,

no durará gran tiempo; porque os digo

que, como a los demás, el duro hado

os tiene su descuento aparejado.

Si la fortuna así a pedir de boca

os abre el paso próspero a la entrada,

grandes trabajos y ganancia poca

al cano sacaréis de esta jornada.     

 

            Fitón le da acceso a su jardín y a la esfera o globo donde Ercilla verá reflejado el mundo. La descripción se introduce con el exordio del canto XXVII referido a la necesidad de brevedad del discurso y a la declarada voluntad de abreviar para no cansar. El tópico tradicional de la visión panorámica del mundo que Ercilla desarrolla como mostrado por la magia de Fitón, pone de relieve la extensión del dominio español.

            Después de abandonar el recinto de Fitón, camino a Cautén, Ercilla encuentra a la hermosa Glaura, cuya historia será materia del canto XXVIII y otro ejemplo del cambio de Fortuna, a lo cual está dedicado el exordio de ese canto. La descripción de la muchacha responde a las convenciones de la literatura cortesana.  Ella cuenta a Ercilla su historia: requerida de amores por un pariente, queda sola y abandonada cuando un ataque español mata al pariente y al padre de la muchacha. Huyendo por los bosques, es atacada por dos negros y salvada por un joven araucano, Cariolán, a quien ella –típica figura de la doncella perseguida- toma por su guarda y marido. Atacados luego por unos cristianos, ella se oculta y al cesar el ataque, se ve sola, sin protección y dolorida por el desaparecimiento de su amado a quien busca sin encontrarlo y deseando morir. Interrumpe el relato de la muchacha la llegada de un yanacona de Ercilla que viene a advertir sobre el peligro de una emboscada. Es Cariolán. Los amantes se reencuentran. Ercilla da la libertad al yanacona y éste y su amada se marchan. Es la única historia de amor venturosa que se narra en el poema.

            Luego de relatar cómo Cariolán llegó a ser su yanacona, el narrador da cuenta de la batalla de Purén y se representa así mismo jugando un rol decisivo para evitar que se consume la victoria araucana. Compensación tal vez de su renuencia a combatir manifestada en el canto anterior.

            Si bien el triunfo araucano no se consuma, los españoles sufren grave deterioro y solo logran regresar al fuerte, maltrechos y malheridos, mientras los araucanos asolan los campos, robando y saqueando, cosa que es castigada por Caupolicán.

            El canto XXIX, final de la segunda parte, se inicia con un exordio que exalta el valor del amor a la patria, enumerando a figuras de la antigüedad que dieron muestra de ello, entre las cuales merece estar esta araucana gente.

            Desde este canto, empieza a adquirir relieve le figura de Caupolicán, hasta aquí relegado a un segundo plano. En el mundo narrativo, él es el personaje de larga vida y en el que parecen representarse las vicisitudes de la existencia humana.

            Ante el Consejo araucano, Caupolicán incita a sus hombres a retomar la lucha, pero se interpone el iracundo Tucapel que exige que se realice el postergado duelo que él tiene pendiente con Rengo, el que se narra, pero se deja inconcluso hasta el próximo canto que viene a ser el primero de la Tercera Parte.

            El narrador exhibe clara conciencia de estos juegos narrativos. Así dice en la conclusión del canto XXIX:

 

Mas quien el fin  deste combate aguarda

me perdone si dejo destroncada

la historia en este punto, porque creo

que así me esperará con más deseo.

 

            Y en el canto siguiente, luego de un exordio referido a lo reprobable de los desafíos o duelos, el narrador declara:

 

Déjolo aquí indeciso, porque viendo el brazo

en alto a Tucapel alzado,

me culpo, me castigo y reprehendo

de haberle tanto tiempo así dejado;

pero a la historia y narración volviendo,

me oísteis ya gritar a Rengo airado,

que bajaba sobre él la fiera espada

por el gallardo brazo gobernada.

 

            La tercera parte del poema no contiene textos preliminares. La narración adquiere un ritmo entrecortado que hace pasar de una historia a otra, para dejar varias de ellas inconclusas. Hay frecuentes declaraciones del narrador señalando que omite narrar acontecimientos para no cansar ni extender más el discurso, lo que corre paralelo al cansancio del poeta de seguir relatando hechos bélicos, el que se acentúa en la misma medida que se enfatiza la expresión de desengaño del mundo experimentada por la figura de Ercilla al interior del mundo narrativo.

            La secuencia que se abre en el canto XXX, en lo que se refiere a la guerra en Arauco, se inicia con el fin del combate entre Rengo y Tucapel, exangües y requeridos por Caupolicán para que hagan las paces. Mientras en el bando español, García Hurtado de Mendoza restituye el orden en La Imperial y Reinoso queda a cargo del fuerte de Purén, hasta donde llegan noticias de que Arauco ha vuelto a levantarse en armas y de que Caupolicán, tras las derrotas, ha ido perdiendo autoridad y su buena fortuna.

            Ante el senado araucano, Caupolicán propone asaltar el fuerte español, convenciendo de ellos a sus hombres que vuelven a darle obediencia. Pero la estrategia elegida, basada en la utilización de un espía para que se informe sobre las fuerzas españolas y un plan de ataque para sorprender a los españoles desprevenidos, no es compartida por los caciques principales. El plan fracasa porque el espía Pran es traicionado por el yanacona Andresillo y el ataque es violentamente repelido por los españoles del fuerte. El narrador expresa, en el exordio del canto XXXI, su severa sanción a la traición de la amistad; su mirada pone énfasis en los horrores y destrozos de la batalla, se conduele de que los españoles no tengan clemencia con los vencidos, materia del exordio del canto XXXII, y declara que no sabe con qué palabras referir este sangriento y crudo asalto.

            Luego de la derrota, se precipita la caída de Caupolicán. Desbaratado su ejército, con solo diez hombres de confianza, se oculta en apartados lugares. Traicionado por un indio, es aprehendido y finge ser un soldado sin importancia. Su mujer, Fresia, lo increpa, furiosa; ante Reinoso, Caupolicán implora por su vida y ofrece obediencia al rey español. Al mismo tiempo declara haber realizado ciertas acciones, como haber dado muerte a Valdivia, lo que efectivamente no hizo. Pide ser bautizado. Y finalmente, con gran dignidad, sufre horrenda muerte, empalado y asaetado. Su figura sufriente, recuerda la del martirio de San Sebastián.

            El narrador no solo se conduele, declara que, de haber estado él presente, habría impedido esta atrocidad cuyo solo relato enternece al más cruel y empedernido oyente.

En el exordio del canto XXXIV, el narrador reflexiona sobre la situación de Caupolicán en cuanto ilustra las mudanzas de Fortuna y lo penoso de una larga vida que deslustra los hechos de los grandes hombres.

            Pero, entre medio de la secuencia que protagoniza Caupolicán, Ercilla narra su deambular por los campos de Arauco, donde se encuentra con la joven Lauca, quien ha perdido a su esposo en la guerra y herida deambula deseando la muerte. Ercilla procura consolarla, la cura con hierbas y se refiere a su caso como uno más de los que ilustra que es cosa cierta la muerte triste tras la alegre vida, como también ilustra la ejemplar fidelidad amorosa de las mujeres araucanas, comparables con la de la casta Elisa Dido, cuestión que es rebatida por un soldado de la compañía de Ercilla, basándose en la versión de Virgilio sobre la reina de Cartago. A requerimiento de sus soldados, Ercilla les narra, refutando la versión de Virgilio, la historia de Dido, narración que ocupa los cantos XXXII y XXXIII. Este relato es, en definitiva, el que más se aparta de los asuntos que el poeta se ha propuesto narrar en su poema, ya que su vinculación con la historia central es reiterar la virtud de la mujer araucana que para él es comparable con las grandes figuras femeninas de la antigüedad.

            Después de la muerte de Caupolicán, relatada en el canto XXXIV, la narración retoma el asunto de Arauco, refiriendo la turbación y desaliento que dicha muerte provoca y la rabiosa sed de venganza que mueve a los araucanos. Sin embargo, también señala que entre ellos aumentan las disensiones, discordias y odios, razón  por la que Colocolo llama a una nueva junta. Pero ese relato se deja interrumpido:

 

Pero si no os cansáis, Señor, primero

que os diga lo que dijo Colocolo

tomar otro camino largo quiero…

 

            Y así pasa a referir las acciones de don García, en su exploración del territorio situado al sur de Arauco. Invocando el espíritu invencible de los españoles, don García arenga a sus hombres y los incita a ir a la conquista de nuevas tierras.

            En esas tierras, araucanos desbaratados por la guerra, a la cabeza de los cuales está Tunconabala, se organizan con astucia para impedir el paso de los españoles. La estrategia es mostrarse paupérrimos y ponderar la miseria de esas tierras para que así los codiciosos españoles no insistan en su avance. Tunconabala se constituye en un nuevo vocero del narrador para enjuiciar la codicia española. Su discurso contiene estrofas de fuerte crítica como las siguientes:

 

Que estos barbudos crueles y terribles

del bien universal usurpadores,

son fuertes, poderosos, invencibles

y en todas sus empresas vencedores;

arrojan rayos con estruendo horrible,

pelean sobre animales corredores,

grandes, bravos, feroces y alentados

de solo el pensamiento gobernados.

 

Y pues contra sus armas y fiereza

defensa no tenéis de fuerza o muro,

la industria ha de suplir nuestra flaqueza

y prevenir con tiempo el mal futuro;

que mostrando doméstica llaneza

les podéis prometer paso seguro,

como a nación vecina y gente amiga

que la promesa en daño a nadie obliga,

 

haciendo en este tiempo limitado

retirar con silencio y buena maña

la ropa, provisiones y ganado

al último rincón de la montaña,

dejando el alimento tan tasado

que vengan a entender que esta campaña

es estéril, es seca y mal templada,

de gente pobre y mísera habitada.

Porque estos insaciable avarientos,

viendo la tierra pobre y poca presa,

sin duda mudarán los pensamientos

dejando por inútil esta empresa…

 

            A partir del canto XXXV adquiere mayor relieve el discurso autobiográfico que representa a Ercilla en su peregrinación por las tierras australes, mientras que el discurso relativo a la guerra de Arauco se vuelve máximamente discontinuo.

            El viaje de los soldados hispanos por un territorio desconocido, con falsos guías que solo procuran perderlos en medio de una naturaleza hostil e impenetrable, una selva oscura como la de Dante, se convierte en verdadero camino de las pruebas, en experiencia de extravío en un mundo laberíntico donde se enfrenta a cada paso la inminencia de la muerte; todo ello afrontado con el ánimo de testimoniar el valor, altivez y honor de los españoles, los que a la vez sufren los temores y la incertidumbre con que los hombres enfrentan las situaciones límites de la existencia.

            Esa penosa peregrinación termina en el fértil espacio de Ancud, desde donde ven el archipiélago y pueden saciar el hambre comiendo las sabrosas frutillas que les ayudan a reparar sus decaídas fuerzas. En ese espacio austral encuentran gentiles hombres naturales que les acogen con cordialidad.

            Según lo dicho en el exordio del canto XXXVI, es el encuentro con el lugar ideal, un espacio privilegiado, carente de vicios donde es posible la verdad. Pero desde la perspectiva del narrador, ese lugar paradisíaco ya no existe, pues todo aquello fue destruido por los españoles. Dos estrofas del canto XXXVI condensan esa visión contrastante:

 

La sincera bondad y la caricia

de la sencilla gente destas tierras

daban bien a entender que la codicia

aún no había penetrado aquellas sierras;

ni la maldad, el robo y la injusticia

(alimento ordinario de las guerras)

entrada en esta parte habían hallado

ni la ley natural inficionado.

 

Pero luego nosotros, destruyendo

todo lo que tocamos de pasada,

con la usada insolencia el paso abriendo

le dimos lugar ancho y ancha entrada;

y la antigua costumbre corrompiendo

de los nuevos insultos estragada,

plantó aquí la codicia su estandarte

con más seguridad que en otra parte.

 

            La narración, centrada en el personaje Ercilla, lo muestra explorando ese territorio y queriendo ser el primero en traspasar los límites, el primero en ir más lejos. Así lo deja testimoniado en la inscripción que a cuchillo hace en el tronco de un árbol:

 

Aquí llegó donde otro no ha llegado,

don Alonso de Ercilla, que el primero

en un pequeño barco desastrado,

con solo diez pasó el desaguadero,

el año de cincuenta y ocho entrado

sobre mil y quinientos, por hebrero,

a las dos de la tarde, el postrer día,

volviendo a la dejada compañía.

 

            Desde ese momento la narración se acelera. Abrevia, omite hechos, con conciencia de que pasa por ellos muy de prisa y no es prolijo en su relato. La narración autobiográfica refiere sintéticamente la vuelta de los españoles a la ciudad de La Imperial y también el caso no pensado del incidente entre Ercilla y Juan de Pineda. Este hecho turba las justas y fiestas que allí se celebraban y  determina la precipitada condena que le impone don García. Se refiere aquí también la conmutación de la pena de muerte por el destierro al Perú, su estancia allí y su posterior deambular por el mundo, al servicio de Felipe II.

            En el plano del narrador, se agudiza la conciencia de la discontinuidad, aceleración del relato y del desvío respecto de lo que inicialmente se propuso narrar.

 

¿Cómo me he divertido y voy apriesa

del camino primero desviado?

¿Por qué así me olvidé de la promesa

y discurso de Arauco comenzado?

Quiero volver a la dejada empresa

si no tenéis el gusto ya estragado,

mas yo procuraré deciros cosas

que valga por disculpa ser gustosas.

 

Quiere volver a la consulta comenzada, es decir, a la convocada por Colocolo, pero se resiste:

 

¿Qué hago, en qué me ocupo fatigando

la trabajada mente y los sentidos

por las regiones últimas buscando

guerras de ignotos indios escondidos

y voy aquí en las armas tropezando

sintiendo retumbar en los oídos

un áspero rumor y son de guerra

y abrazarse en furor toda la tierra?

 

Veo toda la España alborotada

envuelta entre sus armas victoriosas…

 

            De esa manera anticipa la materia del canto final del poema en el que cantará el furor del pueblo castellano, con ira justa y pretensión movido y el derecho del reino lusitano a las sangrientas armas remitido.

            Más que narración de hechos, el canto desarrolla un discurso argumentativo fundado en la concepción de la guerra como derecho de gentes para justificar las pretensiones y derechos de Felipe II al trono de Portugal. Respecto del plan narrativo enunciado en el exordio del poema, el discurso se ha tornado francamente errático y de ello hay clara conciencia en el narrador, que así lo señala:

 

Voime de punto en punto divirtiendo

y el tiempo es corto y la materia larga,

en lugar de aliviarme, recibiendo

en mis cansados hombros mayor carga.

 

            Promete resumir y finalmente renuncia a seguir narrando hechos para entregar una apretada síntesis de su trayectoria personal de servicios al monarca, de los grandes trabajos padecidos, de la injusticia de la condena que le diera el mozo capitán acelerado, es decir, García Hurtado de Mendoza en La Imperial, de la ingratitud del monarca que no ha recompensado con justicia los servicios prestados, para señalar finalmente que

 

al cabo de tan larga y gran jornada

hallo que mi cansado barco arriba

de la adversa fortuna contrastado

lejos del fin  y puerto deseado.

 

            Renuncia a seguir cantando y señala que otros pueden referir los hechos del rey, pues él solo quiere volverse a Dios en espera de su perdón, preparándose para una buena muerte.

            El canto del poeta que se inicia con el entusiasmo de referir hechos heroicos y proclamar valores marciales, se ha ido transformando en el desarrollo del discurso en expresión de denuncia de los horrores y excesos de la guerra, de toda guerra y, en esa medida, la contrapartida del amor como valor que permanece más allá de la destrucción y el deterioro que producen las guerras. Paralelamente, el entusiasmo va cediendo ante el generalizado sentimiento de desengaño del mundo que se relaciona con la concepción de la Fortuna como poder que transforma todas las realidades humanas en un movimiento  que, casi sin excepciones, las hace transitar de la ventura a la desventura, desde la grandeza a la miseria. Nada permanece en un estado, las mudanzas de Fortuna afectan a todos los componentes del mundo narrativo. Solo permanecen inalterables la sabiduría de Colocolo, la impulsividad e iracundia de Tucapel y el amor de las mujeres araucanas que persiste más allá de la muerte de sus amados.

            Y de la misma manera, las mudanzas de Fortuna transforman al personaje Ercilla, a quien tanto su experiencia de testigo y protagonista de la guerra de Arauco  como su largo peregrinar por el mundo le han modificado su visión. Una visión que transita entre la convicción acerca de la justicia de la guerra y la grandeza de la España imperial  a su problematización y crítica acerba. Consecuentemente con ello, el canto inicialmente propuesto se va transformando para rematar en ese llanto final con el que el poeta concluye su poema.

 

Y yo que tan sin rienda al mundo he dado

el tiempo de mi vida más florido

y siempre por camino despeñado

mis vanas esperanzas he seguido,

visto ya el poco fruto que he sacado

y lo mucho que a Dios tengo ofendido

conociendo mi error, de aquí adelante

será razón que llore y que no cante.

 

 

 

(Las referencias al texto de Ercilla corresponden a la edición de La Araucana de editorial Castalia, l983, al cuidado de Marcos A. Morínigo e Isaías Lerner)