Los viajes, las vigilias

Jaime Huenún

MALOCAS

Así vinieron ellos, con hachas y cuchillas,
derribando solares, púlpitos y alcobas.
¿Habrá visto, Usía, las púberes mancebas
aullando sobre el lomo de los indianos lóbregos?
Sus nombres: Huichapán, el puma come perros,
Pafián, el venenoso, Troquián, el matancero.
Cómo olvidar sus rostros aquí en las chicherías
si aún vienen huyendo, huyendo por los ríos.
Bramando en los degüellos, azotando los llanos,
cortando con sus lanzas la gris zarza mojada.
Heridos balbucean la idioma de la muerte,
nombrando sus linajes bajo el cielo del sud.
Tú eres Paichil, el lobo, sobrino de los brujos,
hermano de Naipil, la culebra de monte.
Tú eres Nahuel, el tigre, y hueles a cautiva,
a pecho de cristiana llorando junto al fuego.
Cómo olvidarlos, oye, si en cada boca muerta
escucho las injurias de aquellos pendencieros.
Robáronme el azúcar, un chal, tabaco negro,
alforjas, candelabros y un rosario español.
Por eso aquí les traigo las hijas de la noche
para que al fin entibien sus catres de ciprés.
Nos dicen animales: yo soy lobo toruno
y mis cachos relumbran cada vez que aparezco.
Sobre el agua verdosa estoy hecho un encanto
y te tomo mi niña hasta hacerte reír.
Estoy hecho un encanto y doy miedo al trampero
que camina bordeando los ríos de la luz.
¡Aléjate!- le grito- que mi ojo tuerto arde
y quema mi mirada tu torvo corazón.
Navego, sí, navego, por tu triste cabeza,
cuando llueve en los montes sin pausa y sin amor.
Aquestos son los hijos de su propia ignorancia,
idólatras del aire donde vive la nada;
nos dicen ver a diario lo que nunca veremos,
por eso, antes del alba, alzados morirán.
¿Contemplaste tu cráneo, Zorro Azul, en el río,
la cabeza del Cóndor en mi estaca de luma?
¿Me soñaste, acaso, ayuntar tus hermanas,
las feroces infieles de esta tierra final?
No fue, hijo, que viéramos sus muertes miserables,
ya secos y avarientos en la su extremaunción.
Contando sus doblones, leyendo la vulgata,
amarillos de oro, de humedad y dolor.
Sólo vimos despiertos lo que en sueños veían
y olvidaban temprano para no enloquecer:
hambrientas alimañas mordisqueando en los bosques
pellejos castellanos hediendo bajo el sol.
Traduce a su merced los niños del demonio
bailando entre las nubes la sajuria del mal.
Traduce, comisario, ese veneno alado
que emana de los sueños de esta gente falaz.

 

TSÉ SUNGÚN *

E fablan lingüa bárbara,
vuesa merced,
como cogida del rayo,
torcida reciamente
al modo de las frondas
en tierras de espesuras.
Non caigo en el sentido
desta idioma de árboles,
áspera como pellejo
de merino soleado.
¿Será de faz montuna o
dirá piedad e amor?
Non creo sea fácil
darlos al catecismo
sin convertirlos antes
al acento espaniol.
Verbigracia, excelencia:
los niños parturientos
ploran como entre nos,
mas los cuncos mayiores
al tiempo de penar
gimen, claman sus dioses
con voces de graznar.
Quitar habré de cuajo
el cordón desta idioma
y entrañaré en sus testas
el Alma y la Verdad.

*Lengua de los hombres del sur, hablada masivamente por la población huilliche hasta comienzos del siglo XX.

 

PUENTE DE LAS PIEDRAS TIGRES

¿Quién fabla , quién susurra
sobre el puente anublado por las aguas?
¿Quién gime entre las piedras como un crío
reñido y azotado por el padre?
Piedras que del tigre tenéis sangre
¿por qué vienen a mí las feas almas
de los yndios atronados
por mi roto arcabuz?
Sin estrellas queda aquí mi sombra
picoteada por los traros
y las águilas del monte .
¿Dónde el capitán al que seguía
sobre el barro y en la lluvia
deste infame bosque interminable?
Corona de torrente mi Dios queda,
mirando aquesta daga
mellada por la sangre de los cuncos*
en el Sud.

Cuncos : Grupo huilliche que habitó la Cordillera de la Costa , entre Valdivia y Osorno.

 

ALONSO DE ERCILLA PARLAMENTA Y FUMA
FRENTE AL LEVO ALZADO DE CHAURAKAWIN

¿Qué zapato en la locura pisa y llora?
¿Por qué caminos las estrellas se quedan
en los ojos que las vieron morir?
¿En qué tiniebla se cierran los párpados
de los que aún no nacen,
germinados de muerte
y cruel velocidad?
Este es el cuchillo, el animal yerto y salado,
la noche que humedece el sexo y el rosal,
el canto de las piedras,
el río que pasa y en silencio te moja,
y éste es el cielo en tu terrible ensoñación.
Come entonces y procrea y caza
y quémate en la llama que alumbra
la cara de tus muertos
y dibuja en la roca el corazón del tiempo
como el niño que escribe su ancho nombre
en la tibia arena del atardecer.

 

SERMÓN EN LENGUA DE CHILE
(LUIS DE VALDIVIA, 1621)

No penséis ni digáis
q ay un Dios en el cielo y otro en la tierra y en el mar.
No digáis q ay un Dios del mayz y otro del trigo,
uno que truena y otro q hace llover,
y otro q quita enfermedades
y da salud a los hombres.
No ay un Dios de Españoles y otro de Indios.
Vuestros viejos no sabían nada;
para conocer a Dios eran
como niños sin razón.
Haveys de hazer burla de lo q sin fundamento dezían,
cosa de burla es quanto
referían y contavan.
El diablo engañó a vuestros viejos
diciendo q se llamaua Pillán y Huecuvoe.
Ni el Pillán ni el Mareupuante ni el Huecuvoe
pueden quitar los pecados,
ni pueden salir con la sangre q se hazen vuestros hermanos
los pecados de los hombres.
No hay Mareupuante ni Huecovoe ni cosa alguna
q sea Pillán.
El sol no tiene vida,
pues lo q no tiene vida
¿cómo puede tener hijo?
Y lo q no vive en sí:
¿cómo puede dar vida a otros?
Tú lo que no tienes
no lo das a otro.
Pues ¿cómo el sol q no viue ni tiene vida
puede dar vida a los hombres enteramente?.
El sol no viue
ni si tuuiera hijo viuiera su hijo.
Y si el Mareupuante no tiene vida
¿cómo os auía de dar la vida a vosotros?
Mentira muy grande es dezir q el sol tiene hijo.
Y como no hay Mareupuante,
assi es mentira dezir que ay Pillán.

 

PREGUNTAS DEL MISIONERO

El sol,
la luna,
las estrellas,
el lucero,
el rayo
¿son Dios?
¿As nombrado
para reverenciarle
al Pillán,
al Sol,
a los Ríos
o cerros
pidiéndoles vida?
¿As te sacado sangre de tu cuerpo
en las borracheras
nombrando al Pillán?
¿As hecho otra cosa
destas?
Cuando no llueve
¿as creydo
q ay Indio hechicero,
señor de las aguas
q haze llover?
¿Embiástele a buscar
y ofrecerle paga
para que te hiziese llover
para coger tu comida?
¿As ofrecido a los muertos
algun mayz o chicha
pensando que se vienen
a comer o beuer?
¿As desenterrado
y hurtado
de la Iglesia
algun difunto
para enterrallo junto a tu casa
como tus antepasados lo hazían?
Quando viste
al pájaro Loyca
o Mero
o otros que te passan
por la mano yzquierda
¿creyste que te auia de venir
algun mal?

 

DICTADO EN SOMBRAS

sepan quantos vieren este testamento
que yo ynés yndia natural desta tierra
hija de encomienda del pueblo de ligüeymo
estando enferma en cama y aún en my buen seso
temyendo de la muerte que es cosa natural
poniendo la my ányma en pos de salvación
tomando como tomo por justa abogada
a quien es siempre birjen gloriosa madre nuestra
para que por my ruegue a su presioso hijo
y quiera perdonar my ányma y llevarla
al dulse paraíso en donde ffue críada
otorgo y conosco que hago y que hordeno
este mi testamento de la manera siguiente:
primero que encomyendo my ányma al señor
pues fuera redimida por su pasión y sangre.
ytén mando sepulten mi cuerpo en la yglecia
allí en el arco justo do entierran a los pobres.
ytén mando que el día de mi enterramyento
acompañen mi cuerpo el cura y sacristán
y lleven la cruz alta y se doblen canpanas
pagándose limosna sacada de mys bienes.
ytén mando que el padre martines senteno
celebre por mi ányma dos misas rresadas.
también aquí declaro que xriptobal beas
my amo por clausula de su codicilo
dejó a un hijo myo y del dicho my amo
herensia de ganado cabruno y ovejuno.
ffrancisco era el nombre de my hijo fallecido
por quien tengo poder y derecho a sus bienes
el qual dicho ganado lo tiene juan ortiz
rregidor de aconcagua también de curimón.
hordeno y mando entonces que mys albaceas
revisen dicha clausula y cobren el ganado
pues ciertamente es myo y me pertenesce
lo qual aquí declaro y dejo por mys bienes.
igualmente declaro en cumplida memoria
que dejo por mys bienes un bestido de lana,
dos fressadas, dos chumbes y un jubón de rrazo
y dos mantillas blancas de lienso de los júries.
ytén mys dos tijeras y un buen topo de plata
y una aguja del Cuzco de coser colchones
una caxa pequeña donde guardo la cera
y una cama de campo de lana colorada.
para darlo a cumplir y pagar my testamento
nombro en este trance por mys albaceas
al padre alderete clérigo presbítero
y a don juan de barrios my amo en esta tierra.
a cada uno de ellos les doy poder e insólydum
para que ambos tomen de mis bienes terrestres
y los den a almoneda cumpliendo lo que digo.
y cumplido y pagado lo que ya he dispuesto
dejo el remanyente a la niña Catalina
hija de my amo y de María Ortiz
por ser de buen talante y devota en maneras.
otorgo la presente carta al escribano
en zibdad de santiago del reyno de chile
a seis días del mes de septiembre llovido
del año myll quinientos y nobenta y siete.
a ruego de ynés india quien dice no saber
como testigo firma albarez de toledo.
pasó ante my scribano gerónimo benegas
la susodicha yndia a quien doy ffe conosco.

No sabe aún morir la ciudad de los insomnes,
no sabe ya viajar en los ojos de un halcón;
la piedra la levanta, el agua la atribula,
el sueño de los niños la detiene en el mar.
Tenemos un país que ilumina tormentas
y rompe las ventanas frente al aire dormido.
La carne, lo sabemos, trabaja maleficios
para aquellos que marchan hacia el polvo y la luz.
Mirad la enredadera cubriendo los umbrales
de viejos caserones donde ladran los perros,
mirad las blancas sombras en las puertas vencidas
de una larga ciudad enfrentada a los astros.
Dirán que no tuvimos suficientes delirios,
dirán que no cubrimos la paz de nuestros muertos;
qué será de nosotros buscando en las basílicas
el último mendrugo salvado de las ratas.
Los barcos ya han partido hacia el cielo y el fuego
llevándose el deseo del oro y de la carne,
los libros que escribimos, las cartas a un imperio
que levanta castillos donde no muere el sol.
Nosotros arrastramos las armas de la noche.
Con ellas defendemos las fronteras del alma,
los frutos cosechados con lágrimas y coitos,
la sangre que enterramos para no regresar.

 

LOS VIAJES, LAS VIGILIAS

1

Izamos la bandera de la nieve
en nuestros huesos,
-las estrellas de la muerte río arriba-
y caímos al barranco.
Fuego hicimos,
blanco fuego
en la noche aullante de las piedras.
Cómo te llamas, río.
Cuál es tu nombre, árbol.
Dónde te mueres, viento.
Escuchan los caballos ahora
el rumor de nuestra sangre
en el sueño.
Mañana uno de ellos caerá
bajo el hacha de nuestra hambre.
En la roca lucirá su cráneo
como un sol diminuto
en el limpio amanecer de las montañas.

 

2

Detengamos por fin nuestros pasos
frente al mar que es la sombra extendida
de las verdes montañas.
Partamos con calma el pan de la mañana,
bebamos sin apuro la sidra avinagrada
por el sol y los caminos.
No somos extranjeros en la patria de la arena,
no somos extranjeros en las costas de la luz.

 

3

Entonces fundamos un pueblo.
Las barcas iban y venían
cargadas con peces sin nombre.
Olvidamos para siempre la nieve,
las monturas,
el afilado viento de las serranías.
Abrimos ventanas en las piedras para respirar
el cielo desnudo de la medianoche.
Cuál es tu nombre, estrella sin luz.
Dónde te ocultas, pájaro sin trino.
Las fogatas ondulaban encima de las rocas
para recibirnos.
El jardín estaba lleno de almas cortadas,
de pájaros que buscaban en la hierba
un poco de aire.
Esta aldea se llama Clemencia.
Aquí las mujeres se hunden
en los ojos de los perros silvestres.
Miremos a los niños trepar los árboles parlantes,
contemplemos sus sombras que iluminan nuestras sombras
al atardecer.

 

4

Me dieron la tierra roja
y oscuros bailes y cantos
para despertar.
Mi tierra,
la cuenca vacía de los dioses,
las playas de greda ante el furor del sol
y montes quemados en la raíz y el aire.
Aquí las piedras labradas desde el sueño.
Aquí palabras ocultas bajo el viento.
Mi tierra,
andándome con cardos y pastores,
hundiendo su luna en mi mirada.
Nada más allá de mi mirada,
nada sino la ceniza
que el oleaje deja a las rocas
y a los bosques frente al mar.
Mi tierra,
el salto de culebras de espesura
abriendo la neblina en los juncales.
Mi tierra,
los muertos en el arco del conjuro
bailando y delirando bajo el sol.
Mi tierra,
la danza,
el lento apareo después de la embriaguez.

 

CISNE DE MÍ

Cisne de mí, negrura de mi cuello
que oculto bajo el cielo de las aguas turbias
hundido el corazón, perdido el canto,
lejana la bandada, de mi sangre
sangro.

Solitario soy la herida de la noche,
la luna me congela el corazón y el sueño,
las estrellas caen y queman mi plumaje,
sobre el lago pardo respiro y
amanezco.

Escuchad, hermanos, al mar entre los árboles,
la inmensa soledad de las oscuras olas,
escuchad el trino del sol bajo las piedras,
la voz de los yacentes viajeros de la tierra.

El día que comienza en los castos nidales,
el día de totora, de barro y transparencia,
será para doblar mi cuello en herbazales,
será para rendirme a la mortal belleza

que me trae el viento de las altas montañas,
la neblina verde que crece y se dispersa,
el silencio de oro de la tarde en la arena
el vuelo de los míos sobre aguas eternas.

 

TIUQUE

El pájaro rapaz busca al roedor.
Planea sobre los canales hinchado
por la lluvia.
Y se guarece.

Pájaro de invierno en los ramajes del pino,
los ojos implacables,
el pico afilado por el hambre de la tierra.

Bastardo del halcón, pero efectivo
en la carroña y en la breve
aparición de los lagartos.

Mojado y harapiento vuelve al vuelo,
a la infiel libertad de la lluvia
y la intemperie.

 

HALCONERO

Si cada forastero se detiene
en la sombra del árbol sobre el agua
yo me detengo en la lámpara de aceite,
en el pan mojado por la niebla
y en la alta ventana de la niña
que juega con su anillo en las alcobas.
Yo soy el hombre del bosque, el halconero
nocturno, embozado, cabizbajo
que olfatea al venado y a la luna
y se embriaga en los muelles de madera.
Veo el salto de los peces en las islas
que han nacido desde los ahogados
y es un fulgor de muerte que me alegra,
un cruel destello de oro en el silencio.
Los rapaces han comido de mi oreja,
de mis manos y de mi memoria;
hambrientos de sí mismos, ya no vuelan
si no sacian su apetito en mi carne.
Los boteros que ya pasan por el río
me cancelan el peaje entre las sombras:
sal marina, alcohol, tabaco de hojas,
mujeres de ordinaria contextura.
Aquí veo amanecer la luz del río
y a las aves que cantando se marchitan.
Aquí vengo a navegar por la locura
donde todos los demonios se reúnen.
Veo lejos la sombra de mi padre
escuchando al sacerdote envuelto en pieles
y los libros donde escribe el polvo
el destino de los cuerpos luminosos.
Ebrio palpo el pelaje de tigrillos
que me acechan la sangre y la simiente,
animales que extraviados me padecen
y olisquean mi mirada en los reflejos.
Yo soy el hombre del monte, el pajarero
que desgarra con sus águilas el campo,
el que habla sólo con las uñas
y los picos de sus aves asesinas.

 

FABLA DE CASTILLA

Esta es la lengua que devora bosques,
fuego y maldición tejen sus palabras.
La lengua arrebata al hijo su pureza,
la lengua desgaja la intacta desnudez.
He allí la que nació para la triste locura,
hilando seductora sonidos del infierno.
La lengua que miente dice la verdad,
la lengua amorosa destila igual veneno.
Lengua es el azote de todas las naciones
y de todos los amantes yaciendo bajo el sol.
Lengua como tumba cebada por los rayos,
perversidad desnuda de vocal en vocal.
Mirad al niño índigo salir de su inocencia
nombrando criaturas que habitan en la luz.
Nacer, vivir, morir no son sólo palabras,
aullidos son del un alma convulsa y demencial.
La lengua es la fruta del hambre de absoluto.
La lengua es la soberbia movediza y oscura;
acalla lo sagrado, consuela a los insomnes,
desangra en los jardines las rosas del amor.
La lengua sólo habla de huesos y de cuencas,
de coronas mortuorias sobre la tierra fría.
La lengua ya anochece en la flor del limonero,
asqueada y deslumbrada en un pétalo febril.
La lengua limpia el cutis de los muertos antiguos
y arrulla al claro cisne que agoniza en el agua.
La lengua es el viento sobre las pesadillas,
el susurro de un árbol sin aire y sin raíz.
Estos son los trabajos que apenas ya soportas,
oh, lengua del cascajo y del quieto manantial.
Oh, útil decadencia, oh cínicos cantos
para habitar en vano esta tierra mortal.

 

CORO DE GUERRA

Nosotros llevaremos el amor
Colgando como un cráneo reducido
Y en él crecerán las castas flores
De los países conquistados.

 

VICENTE TREUQUIL CONTEMPLA LA PRIMERA LUZ
EN ISLA HUAPI

Cuando yo era niño me soñé con una viejecita. Me dio de comer una sopa de legumbres en un platito de palo. Y lo comí. Le conté a mi padre lo que había soñado y él me dijo: “Oh, vas a tener larga vida, hombre, vas a morir viejo”. Los antiguos tenían su cierto anuncio y su cierta sabiduría. Y eso es verdad porque yo voy para los ochenta años y mi padre murió a los ochenta y uno.
A mis padres los he soñado y están como siempre eran nomás. Los he visto, pero no he conversado con ellos. Me han llamado. Me vendrá cerca la recogida, ya pronto me he de ir hacia arriba, tal vez.
El muerto persigue a los hijos, dicen, para llevárselo. Cuando un muerto pide de comer y se le da, es malo, anuncia la muerte de un hijo o de alguna familia.
Me he soñado con mi madre, la muerte me viene cerca. No le tengo miedo, es sólo mi destino. Nadie muere antes de la hora. Cuando muera sufrirán mis hijos chicos, porque el padre, como sea, es el puntal de su casa. Mi padre me dejó la pura tierra, todo lo que hoy aquí se ve fue hecho por mis manos.
Todo el mundo le prende velas a los muertos. Como dice la palabra de Dios, el muerto le prende velas a los muertos, porque Él nos comparó a todos con los muertos. Los muertos sepultan a los muertos, así dice la palabra de Dios, y les encienden velas para que ellos no anden a oscuras en el más allá.
Ahora estoy en la parte del día cuando la isla desaparece. La lluvia del amanecer trae nubes de mariposas blancas y rojizas. Flores de manzano parecen, pero son los muertos antiguos que buscan su lugar en este mundo.

 

LUCHO LLANQUILEF ENVÍA SU ÚLTIMA CARTA
DESDE EL RÍO DE LA GREDA

Sobrino: tú sabes que me llamo y no me llamo Luis Llanquilef. ¿Cuál es mi nombre ahora sobre el agua brusca del invierno? Aún no muero, sobrino, aunque me lleven en un bote hasta el suelo de Dios, al camposanto de la Misión de Quilacahuín. Me han puesto una sábana de Verónica, mi hija, en la cara y así voy, tapado y tieso, remontando el río en un ataúd de pino. “Molino Aubel/Molino Osorno” dice la escritura en la mortaja de sacos harineros, blanqueada y endurecida con almidón y viento. Mis nietos fueron los únicos que no me lloraron: cantaron junto a Cristian las canciones más alegres de Los Reales del Valle en mi pobre velorio. Te digo, sobrino, que si quieres te puedes llevar esa foto donde salgo vestido de marinero en una plaza de Punta Arenas. A lo mejor la puedes poner en tu libro, ese que escribes en el norte, allá en el Gran Santiago. Poco queda de mí en esa foto. Tiene más de cincuenta años y con ella en el bolsillo corrí y crecí por estos arenosos campos. Fui pescador y lobero en aquellos años mozos, fui aquel que enamoraba a las niñas en los tupidos quilantales. Saltaba los cercados con mi pierna coja, mi “pata de cumbia”, buscando el amor de las muchachas y las señoras, alumbradas como estaban por la luna en los sembrados de arvejas y maíz. Caminé por las ciudades, sobrino, como tú caminas ahora, el sombrero al ojo, los zapatos con hebillas y un terno de casimir azul comprado en la tienda Embajadores. Y sí, gasté la tierra de mis padres en bares y burdeles y pagué con gallinas y corderos la entrada al cine muchas veces. Y así vi Los 7 magníficos, La muerte tenía un precio y Por un puñado de dólares. Yo fui el jovencito de la película, sobrino, a pesar de mi cojera, a pesar del brillo oscuro de mi piel. Bailé durante años en las boites y en las quintas de recreo de Osorno, de La Unión y Río Bueno. Hasta que se me acabó la cuerda, hasta que los animales y las aves desaparecieron y me llegó de golpe la vejez. Entonces volví a tomar el azadón y a contemplar el río azotado por la lluvia. Volví a buscar callampas en la vega, a pescar carpas y truchas y a sembrar papas en la huerta abandonada. Pero seguí escuchando música a todo volumen y bebiendo vino a media tarde bajo los maquis y los álamos. El agua verde del río temblaba con los cantos de mi juventud, así como ahora tiembla mi memoria camino al cementerio. Pero aún no muero, sobrino, aún bailan mis palabras en las anchas copas de los aromos, mientras el cortejo avanza bajo el cielo que se abre y se ilumina para mi.